Educación
Sobre el fenómeno de la pobreza en Panamá
- Arnulfo Arias O.
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- opinion@epasa.com
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Un cambio radical, básico y sin paralelos, que pueda preparar a esos futuros padres de familia en la tarea que deben asumir un día de formación obligatoria y natural de sus menores; una formación que, tristemente, ellos mismos nunca recibieron en el propio seno de su hogar. Tal vez así se rompa, en parte, ese circulo vicioso que sufre hoy la sociedad.

La triste realidad, entonces, es que ni las familias ni las escuelas están formando de manera amplia, exitosa y humanista a los menores. Foto: Archivo.
"(…) no existe la menor justificación étnica o material para que Panamá no esté entre las naciones más prósperas, justas y felices del planeta". Carlos Alberto Montaner
Hace ya varios años, el pensador político moderno, Carlos Alberto Montaner, escribió un interesante ensayo titulado "¿Por qué Panamá es Pobre?".
El título en sí encierra una pregunta incómoda, y hasta invasiva, de ese sensitivo -pero improductivo- orgullo nacional del que muchos hacen gala.
A veces, resulta chocante que alguien que no es nacional nos confronte con ese tipo de preguntas, pero la verdad es que todos creemos saber una respuesta a algo que, en el fondo, nunca hemos preguntado.
Así, el destacado intelectual nos lanza un reto, compilado en una serie de preguntas muy recalcitrantes, pero muy directas y muy francas, encaminadas todas a desentrañar, de la manera más científica posible, el porqué de la pobreza en Panamá.
Hoy me aboco a la sincera, pero complicada, tarea de responder, una por una, sus preguntas, movido por el mismo ánimo de búsqueda de la verdad y en forma solidaria con sus propósitos desinteresados y propicios.
Verdades, eso sí, que no se ofrecen simplemente al golpe de la vista y que al final son indispensables para entender no solo nuestra realidad, sino esa realidad tan cruda que es parte de la vida diaria en toda nuestra América Latina.
Su primera pregunta, y tal vez la más difícil de afrontar: "educan nuestras familias y nuestras escuelas para la disciplina, la búsqueda de la excelencia, la sujeción a la autoridad legítima, el respeto a la jerarquía, el cumplimiento de las normas, incluida la puntualidad, y el establecimiento de metas individuales procuradas por procedimientos lícitos?".
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Esa interesante pregunta podría contestarse de una y mil maneras, comenzando por responder una mentira clásica que se disfraza solamente a flor de piel, que no se adentra dentro de la dolorosa realidad que hoy vivimos y cuya penetración honesta sí resulta básica para responder honestamente.
Comencemos, pues, por la verdad; o mediando, por lo menos, el intento muy genuino de alcanzarla.
En nuestro país, las estadísticas arrojan cifras alarmantes sobre el concepto universal y conocido de familia.
Para muestra un botón; el 85% de nuestros niños nacen fuera de un núcleo familiar, sin demeritar en forma alguna la unión libre, que al final es una decisión muy personal y no moral.
Aproximadamente el 31% de esos niños, además, son hijos de madres solteras, que afrontan muchas veces todo el embarazo, el alumbramiento y la crianza sin contar con el apoyo -o con apoyo muy escaso- de los padres biológicos que, en forma irresponsable, se desvinculan de su obligación.
Por otro lado, la tasa de matrimonios no resulta muy alentadora, si se toma en cuenta que escasamente alcanza un 3.1% por cada mil habitantes.
Todo lo anterior nos lleva a confrontar muy francamente la pregunta dada y tener que responder que, en nuestro paralelo, la familia articulada, tradicional, no puede ser la fuente primordial y básica de que educa a nuestros hijos.
Nuestra sociedad, en lo que respecta a la familia como la célula más básica de los valores, la cultura y formación en general, ha fracasado en forma muy rotunda.
Esto nos llevaría a la conclusión muy lógica, entonces, de que sería nuestro precario y deficiente sistema educativo el que en la actualidad se ha constituido en el soporte de la formación de los menores, en su mayoría, en lo que respecta al menos a valores, a la búsqueda ambiciosa, pero equilibrada, de los niveles altos de excelencia, y al orden y compromiso social con la nación.
Veamos esos logros prácticos, entonces, o más bien los fracasos del sistema educativo, para confrontar esa posibilidad de que sea el sustituto formativo que nuestro esquema conocido de familia no le brinda ahora a la mayoría de nuestros jóvenes en el país.
Comencemos, pues, por destacar una tragedia, de proporciones impensables; hoy en día, más de 9000 menores estudiantes entre los 12 y los 18 años quedan embarazadas cada año en Panamá, con el consecuente estigma social que las obliga muchas veces a abandonar sus estudios secundarios.
Hablamos de casi 100 mil panameños nacidos en esas circunstancias en el corto devenir de unos 10 años.
Así de crudo comenzamos a destacar la formación educativa, moral y cultural que se imparte en nuestras escuelas y a nuestra juventud preciada.
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Si a ello se suma el hecho de que, en promedio, el índice de fracasados supera el 6% anual de la población estudiantil y que la deserción escolar escala también cerca de esas cifras trágicas, nos quedamos cortos en apuntalar terribles deficiencias de un sistema educativo que, según las estadísticas, estaría asumiendo esas labores formadoras -o deformadoras- que el núcleo familiar no puede ahora dar a ese tesoro más grande que podría tener nuestra nación: su juventud.
La triste realidad, entonces, es que ni las familias ni las escuelas están formando de manera amplia, exitosa y humanista a los menores, en esos temas tan fundamentales como los valores cívicos, las expectativas sanas del éxito profesional, el concepto universal del ciudadano y el establecimiento de esas metas individuales que pudieran implicar también un beneficio para toda la nación.
Con ese panorama así, tan sombrío y hasta desolador, en el aspecto cultural, moral y formativo, no nos quedaría otro camino que fortalecer a toda costa nuestra educación, en medio de una transformación transcendental que la llevará, por lo menos transitoriamente, a cumplir esa tarea de constituirse en un hogar fuera del hogar, ante las deficiencias formativas que el núcleo familiar no puede, por ahora, solventar por un arrastre ya de varios años.
Un cambio radical, básico y sin paralelos, que pueda preparar a esos futuros padres de familia en la tarea que deben asumir un día de formación obligatoria y natural de sus menores; una formación que, tristemente, ellos mismos nunca recibieron en el propio seno de su hogar. Tal vez así se rompa, en parte, ese circulo vicioso que sufre hoy la sociedad.
Abogado
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