Historia
Sáqueme de aquí
- Bernardina Moore
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Alba Lucía, instalada en una cómoda y acogedora habitación de la mansión de doña Azucena, le parecía que soñaba, por las noches tocaba el piano que había en un estudio y doña Azucena le dijo una noche de esas: ya esta casa no es la misma desde que tú llegaste porque con tu presencia ha entrado un aire fresco...
No puedo evitar que pase esto, no lo controlo.
Había un silencio absoluto como era día nacional, 10 de Noviembre, todos dormían; yo, como siempre, madrugo y eran como las ocho de la mañana.
Decidí ponerme a orar un poco y me senté en la mecedora, puse una aplicación que tengo en la tablet, cerré los ojos, pasados unos minutos mi rezo fue interrumpido por una imagen de unos adolescentes que estaban de espaldas a mí, como frente a un mostrador o algo así, iluminados por una luz amarillenta.
De repente, por una esquina, apareció una niña como de unos trece años y se plantó frente a mí, de espaldas a los otros, no iluminada con la misma luz sino como de una luz grisácea, algo parecido a un claro de luna, con un suetercito de rayas, jeans y un chalequito encima.
Me miró angustiada y se congeló la imagen.
Abrí los ojos y ya había terminado el rezo.
Tenía la imagen clavada en la mente.
En ese momento, pensé para mis adentros, ¿qué voy a escribir sobre esto?
No tengo ni una pizca de inspiración, decidí no preocuparme al fin y al cabo no sé por qué me pasa eso; transcurrió el día sin que la imagen se borrara de mi mente.
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Ya como a las nueve de la noche inspirada escribí y les comparto.
La llamaré Alba Lucía, tenía el cabello negro a la altura del cuello, casi rozando los hombros, con unos flecos que le tapaban un poco los grandes ojos negros, de mirar profundo, ¡impresionantes!
Al quedar huérfana de padre y madre un familiar la llevó a un orfanato.
La chiquilla, acostumbrada a una vida familiar, no se hallaba a gusto en ese lugar por el cambio brusco, no tenía hermanos y, de pronto, verse rodeada de tantas niñas la estresaba.
Le parecía estar en otro mundo porque cada niña era en su manera de ser muy diferente a las otras.
Alba Lucia era muy inteligente y se propuso no amargarse la vida por algo que no estaba en sus manos resolver o cambiar, así que decidió llevar la fiesta en paz.
Le gustaba la pintura y la música, le pedía cuadernillos y lápiz a la directora y en su tiempo libre dibujaba y coleccionaba sus dibujos.
El tiempo fue pasando sin novedad en ese lugar.
Un día de tantos en los que Alba estaba dibujando en una banca del jardín no se percató de que alguien se había acercado por detrás y observaba lo que hacía, hasta que al caérsele el lápiz una mano se adelantó y lo recogió.
La niña se sobresaltó al ver a la elegante señora que la miraba con cariño y temblandole la voz le dijo: ¿Quién es usted?
Yo soy una de las benefactoras del orfanato, ¿bene... qué?, le preguntó Alba Lucia.
Bueno, coopero un poco con las necesidades de ustedes.
¡Ah, ya comprendo!
Qué bonito dibujas, ¿me dejas ver tu cuadernillo?
Si, con gusto.
Doña Azucena pasó hoja por hoja observando cuidadosamente cada dibujo, luego comentó: se ve que te atraen mucho los paisajes a pesar de estar encerrada aquí, ¿por qué?
Es que ansío salir de aquí y respirar aire puro, dedicarme al arte y a la música, y poniendo una cara de angustia, le dijo a doña Azucena: por favor, le suplico, ¡sáqueme de aquí!
La doña la miró admirada y confusa y le dijo: la única manera de sacarte de aquí es adoptándote y conmigo te sentirías peor porque vivo sola.
Alba se entusiasmó y le comentó: no sería igual porque yo sería su hija y tendría alguien a quien abrazar y contarle mis cosas y de seguro iría a una escuela o academia a aprender dibujo y pintura, sería diferente que estar aquí.
Azucena, viendo el interés de la chiquilla, le prometió: está bien.
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Voy a iniciar los trámites para adoptarte mientras tanto tú no le comentes ni a tu almohada nada ni tengas ansias por eso, yo sé cómo hacer las cosas, no eres la única que ha salido adoptada de aquí, ¿me explico? Alba, sonriendo, movió afirmativamente la cabeza.
Pasaron dos meses que a Alba Lucia le parecieron siglos.
Un día la llamaron a la dirección y la directora le dijo: Alba Lucía, aquí está una de nuestras benefactoras interesada en adoptarla, la muchacha tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener su emoción y se limitó a decir: si usted así lo decide y a ella le simpatizo no tengo nada que decir.
Pero el corazón le quería estallar en el pecho.
La directora le dijo: muy bien, mañana, Dios primero, te irás con doña Azucena.
Y espero te comportes de acuerdo con los principios aprendidos aquí.
Si señora, dijo Alba humildemente, saliendo del despacho.
Al quedar solas, la directora le comentó a doña Azucena: se lleva una de las jóvenes más disciplinadas de esta institución.
Espero le vaya bien.
Alba Lucía, instalada en una cómoda y acogedora habitación de la mansión de doña Azucena, le parecía que soñaba, por las noches tocaba el piano que había en un estudio y doña Azucena le dijo una noche de esas: ya esta casa no es la misma desde que tú llegaste porque con tu presencia ha entrado un aire fresco, ven, asómate a la ventana mira esa belleza de luna como brilla con su peculiar color (como yo la vi) cubriendo todo como de misterio.
Sí mamá, dijo Alba sin darse cuenta de lo que decía, doña Azucena, con lágrimas que recorrían su rostro, la abrazó diciendo: sí, eres la hija que nunca tuve pero esperé tener por mucho tiempo.
¡Wao! No sé cómo empezar a veces, pero siempre sé cómo terminar.
Escritora.
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