San José y la noticia
- Mons. Rómulo Emiliani cmf
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Si San José hubiera seguido el consejo de "piensa mal y acertarás" hubiera cometido el más grande y nefasto error de la historia de la cristiandad. Enamorado de la Virgen María, soñaba con ser su esposo. Desde niño se sintió atraído por la finura, belleza, paz y serenidad de la niña María. Entre todas las compañeras y compañeros de juego, de asistencia a las oraciones y festejos populares del pueblo de Nazaret, la niña María brillaba por su santidad, porte, comportamiento y dulzura. Por eso siempre soñó que al crecer se casaría con María. Y san José también brillaba. Algo tímido, pero siempre respetuoso con los mayores y sus compañeros, varón que fue creciendo, asistiendo a la sinagoga, lector de los libros sagrados, trabajador incansable, creyente en el Dios de Israel, sabía que el Señor lo estaba llamando para una misión sagrada, importante, única. Su comportamiento era el de un judío creyente, respetuoso de las leyes y tradiciones judías. Y cuando llegó el momento, porque Dios así lo quiso, ambas familias acordaron que los dos jovencitos podrían casarse y así fundar una descendencia que uniera más a los dos troncos familiares.
José estaba tan entusiasmado, tan contento, porque Dios había oído sus ruegos. Iba a casarse con la mujer más linda, virtuosa, espiritual y hacendosa de la aldea y de toda la región. Era la más grande bendición que en la tierra podría recibir. Ya estaba construyendo su vivienda, humilde, acogedora, segura, donde vivirían los dos y los hijos que Dios les daría. Y ya comprometidos, sin haber estado juntos y sin haberse dado un beso siquiera, José ve rara a María, con un comportamiento no usual, y descubre un pequeño abultamiento en el vientre de ella. La sorpresa fue mayúscula, la desilusión enorme, sintió una frustración tan grande, "se le cayó el alma a los pies". Pero como era un varón justo no quiso denunciarla, sino tragarse en secreto semejante dolor. Todo seguiría adelante, pero nada sería igual. Llevaría esa pena para siempre.
Pero se le apareció el ángel y le dijo que lo que nacería de María era fruto del Espíritu santo, venía de Dios. Y volvió a nacer José, todo cambió. Todo se hizo nuevo, radiante, alegre, luminoso. Dio gracias a Dios. Y como estaba lleno del Señor y no había maldad en él, y era tanto su amor en su corazón, a partir de ese momento nunca tuvo la más mínima duda de María. La amaba tanto, que lo que era verdad en María, que era la llena de gracia, sin pecado desde su concepción, él inspirado por el Espíritu Santo, lo veía en ella tan claramente, que por eso siempre la trató con el máximo respeto, veneración, cariño, ternura y delicadeza.
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