Reinventando Panamá
Casi al final de su avenida principal, a mano derecha, estaba el letrero que señalaba la Dulcería Yelis. Allí tuve el dilatado placer de conocer a su propietaria, embajadora de lujo, sencilla y cariñosa, quien se acercó a mi mesa mientras me deleitaba con un jugo de uvita y suculenta empanada. Quedé hechizado por Dalila Vera, desde el momento que le conocí.
Doña Dalila Vera, el autor y su madre, Mercedes Navarro de Figueroa, en la Dulceria Yelis, Pedasi, en el año 2010. Foto: Cortesía del autor Jaime Figueroa Navarro.
Desfasados cuadros repiten la película del turismo istmeño. Cuando se desea algo o alguien, se escarba sin tregua. Así mismo es la exploración del intrigado visitante. Se escoge un destino, como se selecciona pareja o amistades. Con tantos peces en la mar, se bucea al más fastuoso.
Recuerdo, como si fuese ayer, mi primera inmersión al mágico poblado de Pedasí. Fue a inicios de siglo, a escasas semanas de mi retorno al feudo, en vísperas de un escudriño provincial. Casitas pulcras, de techos de ordenadas tejas, calles recién pavimentadas, tal cual el apéndice a Las Tablas, cortesía de su hija predilecta, Mireya Elisa Moscoso, primera dama en empollar la silla presidencial de la República de Panamá.
Casi al final de su avenida principal, donde agraciadamente no se visualizaba ningún papelillo o basura, a mano derecha estaba el letrero que señalaba la Dulcería Yelis. Allí tuve el dilatado placer de conocer a su propietaria, embajadora de lujo, sencilla y cariñosa, quien se acercó a mi mesa mientras me deleitaba con un jugo de uvita y suculenta empanada. Quedé hechizado por Dalila Vera, desde el momento que le conocí.
Los Vera, terratenientes santeños datando del siglo diecinueve, eran prósperos y bonachones. A inicios de la década de los cincuenta, Dalila emprende vuelo desde aquel nido, para continuar estudios en Iowa, mero centro de Estados Unidos, rodeada de maizales, fulos grandototes de ojos azules y mujeres tan dulces como ella.
Dominó la lengua de Shakespeare, retornó al istmo y junto con su esposo Walter Quintero, administraron los negocios de la familia. Como su pasatiempo era la cocina, decidió emprender en una panadería que posteriormente se convirtió en el panal de Pedasí.
Las generosas paredes de su refectorio estaban decoradas por gráficas finamente enmarcadas donde aparecían visitantes ilustres, desde presidentes hasta reconocidos patricios, personajes locales, capitalinos y oriundos de ultramar, tales como el actor neoyorquino Mel Gibson. Entre ellas, una muy particular, donde aparece la joven Dalila posterior a su aterrizaje en Iowa a bordo de una aeronave Douglas DC-3 de doble hélices, típicas de la época.
Todos los días se despertaba tempranito, antes que las gallinas y desde el alba al quiquiriquí de los gallitos, el inequívoco aroma a leña, café y pan calientito de Dulcería Yelis, invitaba al lugareño a su obligada visita. Dulcería, panadería y muchas cosas más, porque el menú no era fijo, sino lo que apetecía a los comensales.
¿Por qué recuerdo tan afectuosamente a Doña Dalila? Porque Pedasí, frente al espejado océano Pacífico al extremo sudeste de la península de Azuero, 42 kilómetros al sur de Las Tablas, capital provincial de Los Santos, era un pueblito olvidado, cuyo acceso limitado era a través de una carretera de cascajo enlodada donde se llegaba por amor o necesidad. No era para nada un atractivo turístico.
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Su metamorfosis se inicia con la inauguración de la carretera Las Tablas-Pedasí en julio de 2004. A partir de entonces, el sudor y esfuerzo de propios y extraños transforman al poblado y sus áreas aledañas en un magneto al turismo mundial, que a pesar de encontrarse a cinco horas en carretera desde la capital istmeña, manifiesta el particular empeño de sus habitantes en custodiar costumbres que datan de la colonia, desde el contacto visual desde lejos que lleva a un cordial buenos días, hasta las solemnes manifestaciones del folclor istmeño, clima asoleado y una envidiable pesca rodeada de un ambiente salubre y refrescante que hipnotiza al visitante, harto de las cárceles de concreto en que se han convertido nuestras urbes.
Continúa con el profundo e irrestricto amor de personajes como Doña Dalila en mantener esa virginidad pueblerina que caracteriza a Pedasí, a pesar de tantos y tan profundos cambios en tan corto tiempo.
Desde allá en el Cielo, estoy seguro Doña Dalila nos obsequia su risueña sonrisa en beneplácito al frote de esta lamparita mágica que debiese expandirse desde Punta Burica a Cabo Tiburón para el legítimo auge de un turismo que enamore, contagie y robustezca a Panamá.
Líder empresarial.