Epicentro
Recordando el 10 de mayo de 1951
- Arnulfo Arias O. [email protected]
Pero la responsabilidad de esa recordación histórica, además de ser personal y de cada cual, debería también permear en toda nuestra sociedad, abundar los libros de historia, y recordarse siempre como una gota que se niega a cesar.
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Monumento en honor al expresidente Arnulfo Arias Madrid, en la entrada de la calzada de Amador. Foto: Archivo.
28 mártires, 300 heridos, 1000 panameñistas detenidos y un pueblo entero doblegado por las armas.
Ese fue el saldo de ese fatídico 10 de mayo de 1951, en el que se perpetrara el golpe de Estado contra el Gobierno de Arnulfo Arias Madrid.
Para algunos, recordar es vivir; para otros, recordar es sufrir.
Sea como sea, no pueden las páginas de la historia quedar relegadas en la parte más profunda del olvido colectivo.
Me he sorprendido cuando algunos se refieren a los hechos históricos de un pasado no tan lejano, en forma despectiva, como una “vana recordación de muertos”.
A esos les digo que la ignorancia pura y brutal comanda sus vidas, porque el pueblo que no sabe, no entiende; porque el pueblo que vive con una memoria relegada solo a los quinquenios, no sabe de dónde viene ni sabe a dónde irá.
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Pueblos ayunos de destino es lo que muchos, con intereses creados, quisieran ver en nuestras latitudes; pueblos anegados en el momento, en el clientelismo, en la necesidad física inmediata que no requiere de proyección y esfuerzo para saciarse.
Eso, para unos pocos malos ciudadanos, es un Panamá perfecto.
Y harán todo esfuerzo intencional para que, con los muertos de un pasado, se entierre también la voluntad colectiva del progreso, la aspiración legítima del hombre por romper las cadenas de la necesidad.
El necesitado tiene y tendrá siempre derecho a pensar más tiempo que el que una digestión exige; el relegado en los cinturones de ignorancia y de penuria social, puede y debe buscar el camino fundamental, luchando a toda costa, por salir de esa ciénaga de necesidades que la propia sociedad, ha ido creando, como un alto muro que hace pequeña la esperanza del hombre para franquearla.
Lamentablemente, algunos pretenden que por medio de la fiesta, del goce, de la atención parcial de necesidades sociales, se viva continuamente sumido en ese franco olvido de una historia que nos hace y que nos forja.
Un día como hoy, no debemos recordar o conmemorar con solemnidades de ninguna naturaleza una mera fecha histórica; debemos más bien reflexionar y pensar que, en nuestro suelo, hombres que tenían la misma sangre nacional que hoy corre por la nuestra, estuvieron dispuestos a derramarla sin temor, sacrificando hasta sus propias vidas para viviéramos en esa democracia que ellos un día soñaron.
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Pero la responsabilidad de esa recordación histórica, además de ser personal y de cada cual, debería también permear en toda nuestra sociedad, abundar los libros de historia, y recordarse siempre como una gota que se niega a cesar.
Porque un pueblo sin historia, no solo tendrá hambre de sustento en forma permanente, sino también hambre de patriotismo y de orgullo nacional.
Olvidemos alegremente toda la fibra que los hechos históricos han tejido en nuestra patria, dejamos que moho y el hollín se asiente sobre el heroísmo de nuestras pasadas generaciones y pronto seremos hijos de la nada y nuestro pueblo no aspirará a ningún logro colectivo que esté más allá de un interés particular.
Es justo recordar hoy ese 10 de mayo de 1951, no porque podemos consagrarlo más de lo que ya la historia ya lo ha hecho; no porque nuestro partido pueda apropiarse de esa lucha universal por la democracia que no tiene rostro ni dueño; no porque seamos presos de un pasado que se ha ido, sino más bien porque debemos nosotros, los que hoy vivimos, continuar esa lucha impersonal, ese legado de persistencia, ese anhelo de consagración a nuestra patria, más allá de toda tendencia política personal y por el bien de toda una nación.
Abogado.
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