Rascando cerebros
- Jaime Figueroa Navarro
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El turismo creativo nos inspira a reconstruir la ciudad de Panamá La Vieja para que sirva como otro castillo de Amboise, para que brinde al visitante la oportunidad de intimar con la primera ciudad del Pacífico del continente, coqueteo colonial con su emblemático galeón.
Cuando una aventajada estudiante de Turismo nos contacta para solicitar un encuentro y conversar, reflexionar, intimar sobre un tema tan intenso como el turismo creativo, dejamos a un lado la agenda, por pesada o complicada que sea, para atenderle de inmediato, porque el futuro es de ellos, y así le van a trazar. Nosotros, ya tuvimos nuestro turno.
Fue así como recientemente me reuní con Neyla Vargas, quien proyecta su tesis de licenciatura sobre el tema en la Facultad de Turismo de la Universidad Interamericana de Panamá. Un breve encuentro se extendió en un repaso de tres horas sobre lo que es, lo que no es y lo que podemos engendrar como turismo creativo istmeño.
Turismo creativo es aquel que promueve la participación en actividades artísticas y creativas para descubrir y aprender del destino. Trata de experiencias, de vivencias, de aprendizajes que atraen sobremanera al público millennial, los más jóvenes, en búsqueda de lo diferente, lo exótico, lo auténtico en un destino.
Ante todo, Panamá es un sitio bendecido por el Creador. Un paraíso natural con fructífera historia. Un entorno como ningún otro en el mundo, con sus sabores únicos, su personalidad tropical y una intimidad que rasca el cerebro a los más pensantes.
Hay solamente que soltar la imaginación y tomar acción para engendrar plenamente la actividad. Nos encontramos en un maravilloso laboratorio que reclama, que grita por ser descubierto.
Rewind. Verano septentrional 1968. Era tan solo un mozuelo de 15 años con una inmensa curiosidad sobre la cultura francesa y mi preparatoria en Massachusetts anunciaba una excursión, una inmersión, oportunidad única de congeniar con aquello. El padre Yvon Dubois, mi profesor de Francés, al percibir mi pasión sobre el tema, me recomendó la vivencia de nueve semanas, seis en las aulas, en el poblado de Amboise, y tres visitando sitios tan recónditos como Mont Saint Michel, la Costa Azul, la fiesta del lago de Annecy en los Alpes franceses y como cereza al pastel, París.
La escolaridad del primer capítulo incluía clases formales en las mañanas, gramática avanzada, lectura de los diversos diarios para comprender la dinámica diferente, culturalmente sabrosa del periodismo francés que todo lo cuestionaba y escuetamente razonaba. En las tardes, mi pasión favorita, las encuestas sociológicas, fuera del entorno de las aulas, visitando, por ejemplo, las pastelerías para conocer cómo se concitaban esos prodigiosos postres, los viñedos para descubrir y desvelar los secretos de la buena vid y los programas de luz y sonido en el castillo de Amboise, que mágicamente nos trasladaban a la edad medioeval.
Para celebrar los 500 años del descubrimiento del Mar del Sur, en 2013 organizamos la primera expedición de empresarios panameños en escalar el cerro Pechito Parao, en nuestro Darién. En su cima, al divisar la inmensidad del golfo de San Miguel pude degustar el sentir del Adelantado Balboa. Y me pregunto: ¿cuándo vienen todos los panameños y todos los visitantes a saborear la intimidad del Istmo?
El turismo creativo nos inspira a reconstruir la ciudad de Panamá La Vieja para que sirva como otro castillo de Amboise, para que brinde al visitante la oportunidad de intimar con la primera ciudad del Pacífico del continente, coqueteo colonial con su emblemático galeón que se convierta en el ícono gastronómico istmeño y el trazado del Camino Real desde el Puente del Rey hasta Portobelo, la Ruta del Oro, donde circuló la mayor cantidad del metal en la historia universal para que sirva de anzuelo, para que los hoteles y hostales de la República permanezcan repletos por siempre de estupefactos visitantes. ¡Dale, Neyla, ahora te toca a ti!
Empresario
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