Arte
Rafael recala en Boquete
Hoy que aquella tierra de Umbría, de la Toscana y el Lacio, ven sus gentes morir por miles, hago este recuento como homenaje no solo a Rafael Sanzio, sino a la gran cultura que lo parió y de la que me siento parte.
- Gregorio Urriola Candanedo
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- - Publicado: 02/5/2020 - 12:00 am
La Transfiguración, pintada por Rafael Sanzio justo antes de morir. Crédito: Dominio Público.
El 6 de abril de 1520, el grande Rafael Sanzio cerró sus ojos en una Roma renacida, en gran parte, por obra de su propio genio.
La antigua capital del Imperio Romano resurgió de sus ruinas por el trabajo intelectual de los humanistas y artistas que, con el mecenazgo de los nuevos Césares, los papas del Renacimiento, en especial de los dos mayores patrones de Rafael: Julio II della Rovere y León X, Médicis, ellos mismos hombres de su tiempo, cuyo verdadero retrato se dibuja tanto por los pinceles del joven de Urbino y su colega florentino, su contendor y colega Miguel Angel Buonarroti, como de los escritos cruciales de su tiempo: El Príncipe del también florentino Nicola Maquiavelo, como de Baldassare Cagliostro, autor de otro best seller de aquel tiempo: El Cortesano.
Príncipes Julio y León, como Sixto y Alejandro, antes que ellos; cortesanos Rafael Sanzio, dócil, Leonardo, orgulloso, que no Miguel Ángel que vivió siempre en austeridad casi franciscana, si bien el autor de El David, amasó una fortuna considerable.
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Decía que Rafael fue uno de los diseñadores de la Roma revivida por voluntad de los papas, ansiosos de dar lustre a su poder terrenal en correspondencia con su primacía espiritual de Occidente como Vicarios de Cristo.
Para ello convocaron a su destartalada villa a los más diversos pintores, escultores y arquitectos de su tiempo, tanto más, cuanto algunos de ellos eran al mismo tiempo hombres polífacéticos como Miguel Ángel que con solo 24 años había esculpido La Piedad, a los 30 cincelaba El David como símbolo de la minúscula república florentina, capaz como el muchacho bíblico de enfrentar a los Goliats de su tiempo: Siena, Milán, al Papado o al imperio.
Por ello el llamado que hace en 1508 –año absolutamente miliar en la historia del arte occidental- el Papa Della Rovere al gran florentino de 33 años, para que le pinte los 108 metros cuadrados de la bóveda de la Capilla Sixtina, la capilla mayor de la cristiandad de occidente, eregida con proporciones equivalentes a la del antiguo templo de Jerusalem, y al jovenzuelo de Urbino -de fina estampa, exquisitos modales y sutil ingenio- para que decore las estancias de la nueva residencia vaticana; digo, esa convocatoria es paradigmática, pues de la voluntad de los cultos príncipes de la Iglesia resultarían algunas de las obras maestras eximias de la historia del Arte de todos los siglos y lugares del orbe: La narración del Génesis en la bóveda de la Sixtina y las estancias, de la Signatura, primero, como las de Heliodoro y el Incendio de Roma, por mencionar algunas de las creaciones más excelsas del genio de Rafael.
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Pero ese fue solo el inicio. Miguel Ángel seguiría a Bramante como Jefe de la obra de San Pedro y Rafael llegaría a ser Superintendente de todo la obra artística de Roma, catalogando y almacenando cuanto las obras de arqueología iban desenterrando, mientras también decorada y diseñaba palacios, villas y logias.
De esto tuve noticia yo, a los quince años, merced un regalo de mis padres.
Mi papá era dueño de un pequeño abarrote en el centro de Boquete, casi bajo el campanario de la Iglesia franciscana de San Juan Bautista.
Mi madre, maestra de primeras letras en la escuela pública de mi pueblo.
Como premio a mi desempeño académico y las muestras patentes de ser lector concienzudo y voraz –herencia tal vez de mi abuelo materno, autodidacta cultísimo-, me regalaron a mitad de los años 70 una colección de “Los Clásicos”, 20 volúmenes finamente encuadernados en color vino tinto y letras doradas, donde puede leer por vez primera la “Vida de los más excelsos pintores, escultores y arquitectos”, redactada por el gran pintor y gran escritor Giorgio Vasari.
Es esta una colección primorosa del sello Grolier-Jackson que atesoro aún en mi biblioteca personal como una colección de preciosas gemas.
En las verdigrises tardes de lluvia del Boquete de mi infancia y adolescencia, o muy noche –siempre amé el silencio de la alta noche-, mis ojos conocieron de primera mano las excelencias del arte de Rafael y de esos otros titanes de una época luminosa.
Confieso que ciertamente siempre fui más afecto a Miguel Ángel o a Leonardo, tal vez por afinidades de temperamento y gusto, pero desde esas noches primeras de conocimiento del gran Arte, amé unas pinturas que, otro regalo, esta vez, de una tía, puso en mis manos, en unas láminas a todo color.
Allí me enamoré de las reproducciones luminosas de obras maestras, que solo mucho tiempo después pude contemplar cara a cara en la suave tierra italiana.
Hoy que aquella tierra de Umbría, de la Toscana y el Lacio, ven sus gentes morir por miles, hago este recuento como homenaje no solo a Rafael Sanzio, sino a la gran cultura que lo parió y de la que me siento parte.
Rafael, que a fin de cuentas murió sin ver el saqueo de su amada Roma por las tropas imperiales del católico Carlos V, como tampoco pudo experimentar el fin de la unidad cristiana de Occidente en la emblemática fecha en que Lutero clavó sus tesis en la catedral de Wittenberg, dando inicio a la Reforma protestante.
Uno y otro proceso son parte de nuestra cultura y esa rica visión del mundo de la que me siento heredero y parte, enlaza el gran arte con la meditación de las crisis socio-políticas, pues recordemos que en gran medida la Reforma surge por el escándalo de la venta de las bulas con las cuales los papas romanos financiaron el fasto de sus cortes y la decoración inmortal de los grandes templos católicos.
Levanto este homenaje que es también una invitación a reflexionar, en estas horas de confinamiento colectivo, sobre la grandeza y la fragilidad humanas y la conexión de fenómenos de antaño y hogaño que nos hablan de la Belleza y la Virtud, pero también de Muerte que es un componente esencial del decurso humano.
Yo estoy convencido que el Arte vence a la Muerte tanto como la Bondad y la Ciencia con Conciencia.
Y por eso sé que estos días oscuros pasarán.+ Ojalá en el futuro se lean nuestros de días de cierro y pandemia, como leemos sobres las pestes del Medievo… y estos males nos hagan a todos si no más sabios, menos malos.
Docente y gestor universitario.
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