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¡Qué gran pecadora fue!
Era catalogada como una mujer depravada, pero con un intenso poder de seducción. Vivía su infierno interior. Pero ella sabía que le faltaba algo.
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Era catalogada como una mujer depravada, pero con un intenso poder de seducción. Vivía su infierno interior. Pero ella sabía que le faltaba algo.
Su alma estaba vacía, triste, adolorida, marchita. Y se encontró con Jesús, de casualidad. Foto: EFE.
Sí, qué gran pecadora fue María Magdalena. Dice la Palabra que Jesús echó de ella siete demonios, que significa que estaba poseída por Satanás y de manera plena.
Tuvo que haber sido una mujer muy atractiva y perversa, muy inteligente y seductora, maligna y sagaz, llena de codicia y de soberbia, de envidia y de vanidad.
Una mujer dispuesta a todo con tal de conseguir dinero y poder. Que odiaba y rechazaba todo lo religioso e incapaz de hacer el bien. Egoísta y traicionera. Rechazaba a Dios y no le importaba. Ciertamente prostituta, pero de alto nivel, con clientes de mucho poder.
Ataviada con finas ropas y joyas, era motivo de atracción y admiración, de rechazo y de desprecio.
Era catalogada como una mujer depravada, pero con un intenso poder de seducción. Deseada y odiada. Vivía su infierno interior. Pero ella creía que estaba bien. Tenía sus sirvientas y vivía en casa elegante.
La buscaban por placer los que tenían poder y dinero, y no podían faltar fariseos y saduceos, por lo que ella despreciaba la religión al ver cómo vivían algunos de sus dirigentes. Del imperio romano también la buscaban sus comandantes.
No tenía miedo a nadie porque estaba protegida por los poderosos. Además sabía mucho. En las alcobas sacaba información que luego vendía a otros.
Pero ella sabía que le faltaba algo, o mucho, o más bien todo. Su alma estaba vacía, triste, adolorida, marchita. Se arrastraba por la vida, como una culebra herida, buscando alivio a su dolor, protección a tanta desdicha.
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Y se encontró con Jesús, de casualidad. Vio un grupo grande que seguía a alguien. Un hombre alto, que hablaba con voz vigorosa pero tierna, que miraba a la gente con compasión, que tocaba el corazón.
Se fue acercando entre la gente y cuando ese hombre nazareno se detuvo y empezó a narrar la parábola del hijo pródigo, con tanto detalle, de manera pausada, se olvidó de todo y quedó prendada de esa voz y de esa historia.
"Es que está hablando de mí" se dijo. Y la voz de Cristo entraba en su alma como la lluvia en tierra desierta. Algo pasó en su interior.
Empezó a florecer un jardín en su corazón. Donde había arena, cardos, piedras, soledad y sequedad, fue naciendo un vergel. Rosas, jazmines, orquídeas, laureles, azucenas, begonias iban floreciendo. Una primavera hermosa nacía en su corazón. Todo era nuevo.
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Y se vio a sí misma, su ropa fina resaltando lo sensual de ella, sus joyas, su pelo trenzado de adornos, y se sintió mal, asqueada.
Y volvió a ver al Maestro y sintió que Jesús echaba sus demonios.
Renunció a todo, vistió pobremente y se convirtió en su discípula para siempre.
Monseñor.
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