Percepción
¿Qué es la mística?
La palabra ‘mística’ hace fruncir el ceño a escépticos, agnósticos o ateos, al tiempo que inspira respeto y admiración en muchos creyentes. Esta palabra es una de
La palabra ‘mística’ hace fruncir el ceño a escépticos, agnósticos o ateos, al tiempo que inspira respeto y admiración en muchos creyentes. Esta palabra es una de las más confusas y complejas que puede haber y la experiencia que supone o a la cual alude, una de las más controvertidas. Esto se debe a que la palabra ‘mística’ y otros términos o expresiones relacionadas (e.g., ‘misticismo’, ‘experiencia mística’) tienen numerosos y diversos sentidos. Algunos de estos convergen en alguna medida y otros tienden a diverger, al grado que por ‘mística’ se puede entender cosas bastante distintas. El propósito de las siguientes líneas es aclarar un poco esta rara palabra y valorar otro tanto la extraña pero importante experiencia a que nos refiere.
En cuanto a su significado, la palabra se asocia a cierto ‘mutismo’, a ‘lo que no se puede decir’, por referirse a una experiencia ‘inefable’, inapresable por el pensamiento y el lenguaje humano. La mística indica así un fenómeno inusual y radical de nuestra vida interior. Por su naturaleza, es inaccesible o intransmisible a los demás. En especial, se le atribuye la capacidad de transformar moralmente nuestras vidas para bien, a un grado o nivel inusitado. Contrariamente a lo que se suele creer, la experiencia mística no siempre consiste en visiones (de Dios, u otros seres sobrenaturales) u otras percepciones ‘extrasensoriales’. De hecho, algunos sostienen que las experiencias místicas (al menos, una clase de ellas) no consisten en ninguna ‘experiencia’. Más bien, indican un cambio o giro fundamental en nuestro modo de percibir nuestro entorno e interior. Así pues, lo que ocurre en realidad no es una ‘experiencia’, sino un modo distinto, profundo y permanente, de percibir la realidad. Por supuesto, un modo de percibir la realidad que brinda un bienestar extraordinario a la persona que lo posee. Al respecto, el rasgo moral más notable que caracteriza la experiencia mística es la ausencia de todo miedo (en especial, el miedo a la muerte), de apegos (a la fama, el poder, o el dinero, entre otros) y la presencia de un bien extraordinario en su persona. Gracias a su experiencia, el místico se convierte naturalmente en una persona más justa, buena y feliz. Es lo que algunos denominan como ‘autorrealización’.
Culturalmente, la mística se asocia siempre a las tradiciones religiosas, mas puede darse al margen o fuera de estas tradiciones. Para algunos de sus estudiosos, la mística constituye la esencia de la religión, al grado de que los dogmas y rituales religiosos carecen de sentido sin ella. Muchos afirman que en y gracias a la experiencia mística, las religiones convergen. O, por lo menos, convergen en el individuo que tiene esta experiencia. Así, por ejemplo, el célebre místico andaluz Ibn Arabi escribe que, al encontrar a Dios, ‘el corazón se transforma en un templo, mezquita, sinagoga, monasterio, o incluso en la colina sobre la que pasea una gacela’. En efecto, muchos místicos dicen experimentar una unidad y armonía primordial que permea todo. En virtud de esta, las diferencias que se dan entre las religiones pasa a un segundo o tercer plano.
LA PALABRA SE ASOCIA A CIERTO ‘MUTISMO’, A ‘LO QUE NO SE PUEDE DECIR’, POR REFERIRSE A UNA EXPERIENCIA ‘INEFABLE’, INAPRESABLE POR EL PENSAMIENTO Y EL LENGUAJE HUMANOS.
Es difícil identificar y clasificar a los místicos. Cada uno imprime su talante personal y cultura particular a la experiencia que describen. Por ello, no pocas veces hay disenso sobre quién podría considerarse un místico y por qué razones. No obstante, a pesar de sus diferencias personales y culturales, existe un consenso entre los especialistas (teólogos e historiadores de las religiones, entre otros) acerca de los místicos. En la historia de Occidente, se identifican como tales a algunos filósofos paganos, como Platón y Plotino, y a muchos santos cristianos, como San Francisco de Asís o Santa Teresa de Ávila. En el Islam, tal vez hemos escuchado de Rumi, Rabia o Surawardi. En el Oriente, de Buda, Lao Tse y Chuang Tsu. Sin embargo, todos estos místicos pertenecen a siglos pasados. Aunque menos escuchados, en nuestros días, existen algunas figuras que se perfilan como místicos, aunque deberán pasar por la prueba del tiempo, para confirmar que lo sean. Jerry Foster y Eckhart Tolle son algunos nombres que podría ignorar o desestimar el lector.
No es necesario creer (o dejar de creer) en Dios o en una religión en especial para apreciar el gran valor estético y moral que expresa la experiencia mística. Solo basta cierta sensibilidad e inteligencia para captar el bien y belleza que denotan las vidas de los místicos. Así pues, ante la experiencia mística, ateos, agnósticos o escépticos no tienen por qué fruncir su ceño con desaprobación. Antes bien, pueden asentir positivamente, junto a los creyentes, a uno de los más singulares y apreciables fenómenos de la humanidad.
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