¿Puede Occidente aprender de China?
La idea que el modelo occidental es superior a cualquier otro lo desmiente los hechos y es un insulto a la inteligencia mundial, pero tiene 200 años de ventaja y el convencimiento de la falacia de su superioridad.
- Andrés Guillén
- /
- - Publicado: 08/6/2020 - 12:00 am
El modelo de gobernanza y desarrollo utilizado en los últimos 40 años por China la ha convertido en una superpotencia económica mundial. Foto: EFE.
Cuando el verdadero patriotismo, marcado por una contigüidad geográfica o por una comunidad de costumbres, instituciones, valores, intereses y demás factores de identidad nacional, se vuelve patriotero se hace muy difícil apreciar su justa dimensión, especialmente cuando políticos inescrupulosos lo utilizan perversamente al otro lado de sus fronteras, donde empiezan esas otras tierras “extrañas” y foráneas.
Pero el numen de la patria, como inspiración y diosa protectora de las naciones creadas por ese excelso ideal, también parió su gemelo: el orgullo nacional, sentimiento natural y necesario que nada tiene de malo en sí.
VEA TAMBIÉN: Pax Americana
Inesperada y contradictoriamente, ambos valores son percibidos con más fuerza precisamente en este siglo XXI, hoy globalizado y unido mundialmente más que nunca, condición impuesta por Occidente desde el siglo XIX e impulsada por sus gobiernos y empresas multinacionales para promover la libre circulación de sus capitales, productos y servicios, en términos muy favorables para ellos.
Hasta hace poco, el modelo de desarrollo occidental predominaba sobre cualquier otro, propagado y liderado principalmente por Estados Unidos de América, paradigma de esa ideología occidental, tan ligada a la democracia procedimental representativa y al capitalismo salvaje neoliberal.
Pero nunca, en el lapso de ese predominio del oeste, han dejado de existir otras naciones, ideologías y modelos, con visiones distintas del mundo, con filtros culturales y sistema de valores propios, como alternativa a la civilización occidental.
Tanto así, que la historia universal nos muestra que, durante 1,800 de los últimos 2 mil años, fueron China e India las sociedades más avanzadas del mundo, prácticamente en todos los campos de desarrollo humano, máxime después de la caída del imperio romano.
Paulatinamente durante esos 18 siglos, Occidente aprovechó los bienes e inventos orientales, sin permitir incursiones religiosas, culturales o políticas, como el budismo o hinduismo; o la simetría, elegancia y espiritualidad de su arte; o el antiguo sistema meritocrático y confucianista chino de gobernanza.
VEA TAMBIÉN: Hay que ir soltando
La confrontación con Occidente de estas dos grandes civilizaciones asiáticas siguió rumbos distintos, particularmente en el siglo XX, si bien aquí nos referiremos a China como el nuevo modelo ideológico, político y económico, en contraposición al occidental del cual India tomó como su ejemplo.
El modelo de gobernanza y desarrollo utilizado en los últimos 40 años por China la ha convertido, en ese brevísimo tiempo, en una superpotencia económica mundial al combinar una economía democrática (mercado libre; emprendimiento y propiedad privada; e incentivos económicos, con una clase media de 600 millones en 2025) liderada por un gobierno hegemónico representativo.
Sus logros sociales, comerciales y económicos hablan por sí solos, no así su vilipendiada democracia consensual unipartidista, con su diversidad de relaciones causales, rica imaginación institucional, pragmatismo igualitario (donde el “nosotros” está por encima del “yo” egoísta) y su dinamismo ideológico.
La idea que el modelo occidental es superior a cualquier otro lo desmiente los hechos y es un insulto a la inteligencia mundial, pero tiene 200 años de ventaja y el convencimiento de la falacia de su superioridad.
La solución intermedia para librarse de esa falacia sería no solo respetar las diferencias entre Occidente y Oriente sino tratar de aprender de esas otras civilizaciones, especialmente la China.
Exdiplomático.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.