Principio de la chaveta y los deschavetados
Publicado 2002/04/16 23:00:00
- Demetrio Fábrega
El diccionario define la chaveta como un clavo que tiene una hendidura a todo lo largo, de modo que se abre en dos direcciones distintas cuando se remacha, para que no se salga tan fácilmente, y también define al deschavetado como el que ha perdido la cabeza, puesto que, en varios países, "chaveta" significa cabeza. Por cierto, en la definición han podido abarcar también a los que no la han tenido nunca y a otros que no la han usado más que para el lucro material a corto plazo.
Después de lo ocurrido en Venezuela, y con el nombre de Chávez dándome vueltas en la cabeza, acabé tropezando con estas palabras homófonas después de recordar que ahora hay que buscar la "ch" en la "c" como si a Juan tuviéramos que buscarlo en la casa de Pedro. Pero, entremos en materia. La forma como comenzó la reciente convulsión política de Venezuela suscitó mucha satisfacción entre los que veían en la caída de Hugo Chávez el fin de otro gobierno de izquierda y una "restauración democrática". Sobre la forma que adquirió el desenlace, no se ha oído mayor cosa.
En los partidos políticos establecidos en nuestro país hubo mucho silencio ante el hecho de que se había producido una ruptura del orden constitucional en un país americano, al amparo de militares que se habían insubordinado contra la autoridad civil. El principio de la estabilidad constitucional no recibió mayores espaldarazos ni siquiera cuando el Presidente Toledo del Perú pidió a la O.E.A. que le aplicara a Venezuela las sanciones establecidas en la Carta de la Organización, concebidas precisamente para evitar que fueran los militares los que decidieran quién gobierna y quién no.
Lo único importante para muchos, al parecer, era que había caído un gobernante que se atrevía a hacer declaraciones y tomar decisiones que contrariaban al embajador de Estados Unidos, que mantenía relaciones armoniosas con Fidel Castro, y que había puesto en marcha una serie de reformas radicales orientadas a favorecer a los venezolanos de esa capa social que ya nadie llama como en su tiempo lo hizo Mariano Azuela en Los de abajo.
Estas y otras reacciones me han movido a poner en blanco y negro algunas reflexiones porque todavía no he perdido del todo la esperanza de que el Espíritu Santo se acuerde de Panamá y descienda sobre las coronillas de los que mandan y deciden las cosas, para que se les enderece la chaveta y vean un poco más allá del menú de hoy y el negocio de la semana entrante.
Uno de los periodistas que más se distinguieron en el movimiento que culminó con el fallido golpe contra Chávez, hablando para un canal español de televisión, hizo unas declaraciones muy iluminadoras que apuntan hacia el reconocimiento de la realidad nueva que se está forjando en América y en otras partes del mundo también.
Lo más llamativo para mí en sus declaraciones fue que relacionara lo ocurrido en Venezuela con una victoria de Lula en las próximas elecciones del Brasil, lo que, por cierto, coincide con la percepción que tienen muchos en Europa sobre las consecuencias de esa readaptación de las economías débiles al insaciable apetito de los grandes centros del capital financiero. Comienzan, pues, también a aparecer de este lado del Atlántico cabezas sensatas que ven lo que puede surgir de los excesos de eso que han llamado "globalización" o "mundialización", o sea el mundo sin fronteras para que sea mayor y más fácil la succión de riqueza hacia las capitales del mundo industrial.
Como las teorías económicas siempre vienen muy bien vestidas, y como siempre es productivo ponerse del lado de los poderosos y apoyar lo que pretendan, las voces que se levantan en contra acaban, cuando menos, mereciendo el calificativo de locos o izquierdistas o revolucionarios desfasados o neocomunistas. La percepción de la realidad tal como es y el análisis racional de lo que puede estar gestándose no son "políticamente aceptables" (o "politically correct" como dicen en Estados Unidos).
Sin embargo, independientemente de que Hugo Chávez sea un demagogo o un redentor, una explicación sensata de lo que ha ocurrido en Venezuela se podría resumir en una pequeña lista de fenómenos que se han repetido en todo el continente, incluso allá donde se originó la exacerbación de las injusticias económicas.
Por una parte, el hambre y las necesidades han hecho que los pueblos no sólo pierdan la fe en los partidos políticos tradicionales, sino que además dejen de creer lo que les dicen los políticos que identifican con las realidades existentes, y desde Estados Unidos hasta el Estrecho de Magallanes, la autoridad de muchos medios de comunicación está en entredicho. Por otra parte, el desempleo, el encarecimiento de los productos y los servicios indispensables para la supervivencia, el menoscabo de la calidad de la educación y la preeminencia de los seudovalores de la televisión comercial han sembrado un caldo de desesperanza en el que todos los virus posibles pueden cultivarse muy bien. Los que mandan y los que dirigen y los que influyen y los que podrían influir harían muy bien si comprendieran lo deschavetado que es pensar que las masas populares pueden seguir soportando más y más privaciones sin que de esas masas salga una ola que pueda ahogar a muchos o por lo menos meterles un clavo que les haga pasar muchas horas desagradables.
Después de lo ocurrido en Venezuela, y con el nombre de Chávez dándome vueltas en la cabeza, acabé tropezando con estas palabras homófonas después de recordar que ahora hay que buscar la "ch" en la "c" como si a Juan tuviéramos que buscarlo en la casa de Pedro. Pero, entremos en materia. La forma como comenzó la reciente convulsión política de Venezuela suscitó mucha satisfacción entre los que veían en la caída de Hugo Chávez el fin de otro gobierno de izquierda y una "restauración democrática". Sobre la forma que adquirió el desenlace, no se ha oído mayor cosa.
En los partidos políticos establecidos en nuestro país hubo mucho silencio ante el hecho de que se había producido una ruptura del orden constitucional en un país americano, al amparo de militares que se habían insubordinado contra la autoridad civil. El principio de la estabilidad constitucional no recibió mayores espaldarazos ni siquiera cuando el Presidente Toledo del Perú pidió a la O.E.A. que le aplicara a Venezuela las sanciones establecidas en la Carta de la Organización, concebidas precisamente para evitar que fueran los militares los que decidieran quién gobierna y quién no.
Lo único importante para muchos, al parecer, era que había caído un gobernante que se atrevía a hacer declaraciones y tomar decisiones que contrariaban al embajador de Estados Unidos, que mantenía relaciones armoniosas con Fidel Castro, y que había puesto en marcha una serie de reformas radicales orientadas a favorecer a los venezolanos de esa capa social que ya nadie llama como en su tiempo lo hizo Mariano Azuela en Los de abajo.
Estas y otras reacciones me han movido a poner en blanco y negro algunas reflexiones porque todavía no he perdido del todo la esperanza de que el Espíritu Santo se acuerde de Panamá y descienda sobre las coronillas de los que mandan y deciden las cosas, para que se les enderece la chaveta y vean un poco más allá del menú de hoy y el negocio de la semana entrante.
Uno de los periodistas que más se distinguieron en el movimiento que culminó con el fallido golpe contra Chávez, hablando para un canal español de televisión, hizo unas declaraciones muy iluminadoras que apuntan hacia el reconocimiento de la realidad nueva que se está forjando en América y en otras partes del mundo también.
Lo más llamativo para mí en sus declaraciones fue que relacionara lo ocurrido en Venezuela con una victoria de Lula en las próximas elecciones del Brasil, lo que, por cierto, coincide con la percepción que tienen muchos en Europa sobre las consecuencias de esa readaptación de las economías débiles al insaciable apetito de los grandes centros del capital financiero. Comienzan, pues, también a aparecer de este lado del Atlántico cabezas sensatas que ven lo que puede surgir de los excesos de eso que han llamado "globalización" o "mundialización", o sea el mundo sin fronteras para que sea mayor y más fácil la succión de riqueza hacia las capitales del mundo industrial.
Como las teorías económicas siempre vienen muy bien vestidas, y como siempre es productivo ponerse del lado de los poderosos y apoyar lo que pretendan, las voces que se levantan en contra acaban, cuando menos, mereciendo el calificativo de locos o izquierdistas o revolucionarios desfasados o neocomunistas. La percepción de la realidad tal como es y el análisis racional de lo que puede estar gestándose no son "políticamente aceptables" (o "politically correct" como dicen en Estados Unidos).
Sin embargo, independientemente de que Hugo Chávez sea un demagogo o un redentor, una explicación sensata de lo que ha ocurrido en Venezuela se podría resumir en una pequeña lista de fenómenos que se han repetido en todo el continente, incluso allá donde se originó la exacerbación de las injusticias económicas.
Por una parte, el hambre y las necesidades han hecho que los pueblos no sólo pierdan la fe en los partidos políticos tradicionales, sino que además dejen de creer lo que les dicen los políticos que identifican con las realidades existentes, y desde Estados Unidos hasta el Estrecho de Magallanes, la autoridad de muchos medios de comunicación está en entredicho. Por otra parte, el desempleo, el encarecimiento de los productos y los servicios indispensables para la supervivencia, el menoscabo de la calidad de la educación y la preeminencia de los seudovalores de la televisión comercial han sembrado un caldo de desesperanza en el que todos los virus posibles pueden cultivarse muy bien. Los que mandan y los que dirigen y los que influyen y los que podrían influir harían muy bien si comprendieran lo deschavetado que es pensar que las masas populares pueden seguir soportando más y más privaciones sin que de esas masas salga una ola que pueda ahogar a muchos o por lo menos meterles un clavo que les haga pasar muchas horas desagradables.
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