¿Por qué nació en una cueva?
- Mons. Rómulo Emiliani cmf.
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Perder una batalla no es perder la guerra. Un fracaso, ni aun muchos, es el final de una historia de luchas. Los ideales permanecen, cambian la historia. Las ideas magistrales sobreviven los conflictos, las desgracias, la derrotas. La libertad, el derecho a la vida, el respeto a la dignidad humana, el derecho a participar del bien común, a tener una creencia o religión, la igualdad en derechos de la mujer, el respeto a las leyes y que todos somos iguales ante ellas, la libertad a escoger los que dirijan un país, todas esas ideas han sobrevivido dictaduras las más feroces, fanatismos religiosos o políticos, crisis y caos culturales. Los racismos, los clasismos y elitismos, los privilegios inventados con bases seudo religiosas, o por color de la piel, por tenencia de capitales, o por casta política, o por ideologías elevadas a nivel de dogmas, todo eso se ha ido derrumbando en la marcha histórica de los pueblos, en algunos sectores geográficos más, en otros menos, pero poco a poco, se irá convirtiendo en una civilización nueva, la civilización del amor.
Y todo empezó con el nacimiento de un niño que era Dios y se hizo hombre en una cuna que era un pesebre, dentro de una cueva, lugar de refugio de animales y forasteros, asaltantes y leprosos. José y la Virgen María la limpiaron lo mejor que pudieron y la convirtieron en un auténtico palacio de pobres, reluciente por la pequeña hoguera encendida, pero brillante con luces de alcance sideral, llegando la luz al último rincón del universo, porque era Dios quien nacía hombre en un bebé precioso en extremo vulnerable.
¿Y por qué se hizo así? Porque la idea suprema, que es mucho más que un pensamiento o mil millones de ellos, es la Palabra, segunda persona de la Santísima Trinidad, persona como el Padre, se quiso expresar humanamente y por eso se hizo hombre. Y en esa Palabra encarnada Dios lo dijo todo. Y lo primero que dijo fue: no es cuestión de privilegios de razas o riquezas, linajes cortesanos o de honores palaciegos, sino de ser humano, ser persona, aun naciendo en el lugar más pobre y desamparado. Eso es lo fundamental. Se nace con todos los derechos que los Estados no otorgan, sino que solo reconocen, porque vienen inherentes a la naturaleza humana. El niño más pobre y desnutrido del país más paupérrimo del mundo, tiene la misma dignidad y derechos que el niño que nació en la cuna más rica del primer mundo. Y para rematar, es hijo de Dios, el título, el honor, el privilegio y la gracia más grande del cielo y la tierra, porque se hace coheredero con Cristo del reino prometido. No hay nada más grande que eso.
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