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Poner la otra mejilla es la solución
Poner la otra mejilla es, entonces, un modo de resistencia pacífica y el ataque "bélico" de respuesta es una lluvia de bendiciones, buenos deseos y acciones positivas en favor de aquellos que nos han agredido. Nos mantendrá sanos de toda contaminación de la maldad. Y nos librará de hacerle un daño a cualquier persona.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 01/5/2021 - 12:00 am
Si queremos vivir en paz, evitando conflictos innecesarios, haciendo el bien, el perdonar siempre nos salva del resentimiento, rencor y odio. Foto: EFE.
Es una expresión muy rica en contenido: "poner la otra mejilla". La dijo Jesús. Es un antídoto contra toda espiral de violencia. Una manera de parar los conflictos, de apagar la rabia, el deseo de destruir, la venganza. Es el "corta fuegos" que impide que una montaña se queme toda.
Cuando Jesús la dice ya él había sido ejemplo, en muchas ocasiones, de no responder con insultos y calumnias, con ofensas e intrigas, al mal que provenía de los que se llamaban sus enemigos.
Más bien decía que hay que orar por aquellos que nos maldicen, bendecir a los que nos persiguen. Poner la otra mejilla es, entonces, un modo de resistencia pacífica y el ataque "bélico" de respuesta es una lluvia de bendiciones, buenos deseos y acciones positivas en favor de aquellos que nos han agredido.
Es la mejor manera de defendernos, haciendo el bien a aquellos que nos hacen el mal. Lo peor que nos puede suceder es responder con mal a la maldad que nos hizo el otro; entonces, sí ganó aquél, porque nos hizo malos como él.
La frase de Jesús: poner la otra mejilla que implica no responder haciendo lo mismo que nos hizo el otro, está complementada con la de "perdonar setenta veces siete". Esta actitud y comportamiento nos asegura que en nuestro corazón no anidará el resentimiento, el rencor y el odio.
Nos mantendrá sanos de toda contaminación de la maldad. Y nos librará de hacerle un daño a cualquier persona.
Cuando a Jesús lo golpea un guarda del sumo Sacerdote, Jesús no responde insultando, gritando, o pidiendo a Dios Padre enviar a doce legiones de ángeles. Sino defendiéndose desde el marco de la justicia: "¿Si he hecho mal, dime en qué, y si no, por qué me pegas?"
Mantiene su paz interior, su serenidad, el control de sus emociones. Se mantiene totalmente lúcido. No permite que la agresividad se desarrolle en él. Más bien su ira, propia de todo ser humano, siempre la canaliza, la sublima, la eleva, vertiéndola en la denuncia de la maldad venga de donde venga. Nunca agrediendo a nadie, ni intentando destruir a persona o grupo.
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Si queremos vivir en paz, evitando conflictos innecesarios, haciendo el bien, el perdonar siempre nos salva del resentimiento, rencor y odio. Y es realmente dañino al alma arrastrar esos malos sentimientos.
Te intoxican el corazón, te amargan la existencia. Te convierten en un ser que pierde hermosos momentos de tranquilidad, incluso de felicidad, por estar amarrados a esos recuerdos, pensamientos y sentimientos dañinos. A perdonar setenta veces siete.
Monseñor.
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