Historias
Parece un macedonio
- Bernardina Moore opinion@epasa.com
Alejandro, sin que la esposa, que también sufría lo indecible, lo supiera se iba todos los días y se sentaba a la orilla del mar a suplicar de esta manera: no te puedo culpar de habértelos llevado porque no los vi, pero si tú los tienes, te ruego te compadezcas de mi dolor y me devuelvas a mis hijos: y su llanto amargo se confundía con el agua salada del mar.
Desperté como siempre muy temprano antes de que el sol nos calentara con sus calurosos rayos, me puse a orar y así acostada con los ojos cerrados vi la imagen de un hombre, parado junto a mí, como en silueta, alto sin camisa, con celular en la mano izquierda como haciendo un 'selfie'.
Quedé sorprendida porque no estaba dormida, solo tenia los ojos cerrados, le dije: ¿quién eres y qué buscas?
Me dijo: soy un macedonio, ayúdeme por favor y se congeló.
Cuando aclaró el día me levanté con esa imagen congelada en mi mente, pero ya no en silueta se veía clara en efecto parecía un macedonio.
Me dije:¡Padre celestial! y pronuncié sílaba por sílaba un; ¿ma-ce-do-nio?
Ya me acostumbré a esto, así que me puse a cranear para descubrir cuál era su problema.
Lo nombraré Alejandro.
Había llegado de Grecia a América con su familia, esposa y dos hijos: varón y niña, adolescentes.
Los jóvenes estudiaban, él trabajaba, la esposa ama de casa, aunque tenía una licenciatura en Diseño de Interiores. Una familia más del montón, nada extraordinario.
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Pasaban un fin de semana todos en la playa, divirtiéndose, tomando fotos, 'selfies', comiendo y bañándose.
Los hijos decidieron ir a nadar un poco con la advertencia de sus padres de no alejarse.
Eran chicos obedientes, así que sus papás se despreocuparon y no se dieron cuenta cuando una enorme ola los arrastró océano afuera y se los llevaba cada vez más.
Pasados unos minutos de este incidente, los padres observaron hacia el mar y no vieron a sus hijos los dos se miraron aterrados y corrieron gritando: ¡Cleooo.. de (Cleopatra) y Fili de (Filipo)!
Solo se veían unas aves volando a los lejos y el inmenso mar, mudo testigo de lo acontecido minutos atrás.
Ellos se dijeron, o mejor dicho la madre desesperada dijo: caminemos, a lo mejor les dio por bañarse en otro lado; y emprendieron la marcha como José y María buscando al niño Jesús.
Se cansaron de tanto caminar y se tumbaron en la arena con un negro presagio en el corazón, de pronto, Alejandro se levantó con el celular en la mano mirando la foto de sus hijos y dijo: voy a buscar ayuda, por eso lo vi así ante mí suplicando.
Seguí escribiendo inspirada.
Alejandro notificó a las autoridades sobre el incidente y estos por varios días buscaron mar afuera sin resultados positivos.
Todos estaban perplejos porque nadie vio nada, todo sucedió en fracción de segundos.
El tiempo avanza inexorable nadie lo detiene ni el reloj más costoso del mundo, el destrozado Alejandro, sin que la esposa, que también sufría lo indecible, lo supiera se iba todos los días y se sentaba a la orilla del mar a suplicar de esta manera: no te puedo culpar de habértelos llevado porque no los vi, pero si tú los tienes, te ruego te compadezcas de mi dolor y me devuelvas a mis hijos: y su llanto amargo se confundía con el agua salada del mar.
Vivía con la esperanza de que sus hijos algún día aparecerían por donde habían desaparecido.
Él era una persona muy generosa y solidaria, cualidades propias de su personalidad.
Su esposa cambió la decoración de la casa, sobre todo el cuarto de sus hijos, colocó en cada uno un gran cuadro con una vista de la playa donde desaparecieron sus hijos con un gran signo de interrogación en el centro y un gran letrero que decía: “No son tuyos, devuélvemelos, por favor”.
Las letras, en color verde esperanza, contrastaban con el azul del mar.
¡Una belleza!
De las aguas quietas aparecían como saliendo del fondo las figuras de Cleopatra y Filipo.
En el resto de la habitación de la joven de 15 años había colocado imágenes de objetos femeninos alusivos a paseos a la playa, igual en el cuarto del joven de 17 años.
Los días, meses y años fueron pasando y Alejandro y su esposa, Débora, ganaban años, con la viva esperanza de volver a ver a sus hijos, él frente al mar todos los días.
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Un día de tantos en que el mar estaba picado, Alejandro le dijo: ¿Qué te pasa mar que te agitas tanto? ¿acaso te has cansado de verme siempre clamando por los míos?
De pronto, se produjo una calma impresionante y a lo lejos algo como una canoa o lanchita se acercaba lentamente, sin esperarlo, una ola muy grande lanzó la canoa a la orilla arrojando también a Alejandro que asustado se levantó para ver qué había pasado.
Se acercó cauteloso a averiguar quiénes eran los que aparentemente la ola trajo a la orilla.
Tendidos en la arena había un hombre barbudo y una mujer desaliñada. Alejandro comentó: pobres, ¿de dónde vendrán?
No importa, necesitan ayuda.
Avisó a las autoridades y los trasladaron a un hospital.
Él se ofreció a cubrir los gastos mientras averiguaban quiénes eran.
Quedaron a órdenes de las autoridades.
Y Alejandro siguió su rutina de ir a la playa, ese día se extrañó que no había marea, la playa estaba totalmente seca.
Permaneció horas y la marea no subió se retiró confundido.
Decidió ir al hospital para saber sobre la salud de las personas que llegaron a la orilla del mar, pidió permiso para verlas, primero entró a la habitación del hombre y quedó impresionado porque estaba sin barba y aseado, el corazón le dio un vuelco al acercarse y preguntarle cómo estaba, este se sentó y al tenderle la mano para darle las gracias, Alejandro casi se desploma.
El hombre tenía un lunar idéntico a uno que él tenía, lo miró fijamente y dijo: ¿dónde está tu mujer?
Es mi hermana dijo, y el pobre Alejandro corrió a la otra habitación, se tuvo que calmar al entrar, miró fijamente a la mujer y le dijo ¿cómo te llamas?
Ella respondió Cleo ¿y tu hermano? Fili, le dijo ella.
Ahora regreso.
Y salió derechito hacia la playa que seguía seca.
Ya comprendí, le dijo, gracias por devolvérmelos de la misma manera como te los llevaste después de tantos años.
¡Wao!
Este hombre sí me puso a pensar y a escribir mucho, pero nunca es tarde cuando la dicha es buena.
Escritora.
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