Panamá y el mar, trágica ceguera
Es reina de dos mares, Atlántico y Pacífico; con casi 3,000 kilómetros de costas; con enormes archipiélagos; con 500 ríos, con una envidiable riqueza de mariscos, peces y especies marinas; y con extensas playas y zonas costeras de marcada vocación marítima.
- Andrés Guillén
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- - Publicado: 06/7/2020 - 12:00 am
La gran tragedia que vive Panamá al dar su espalda al mar, reservando su mirada solo a la más mínima porción de su canal. Foto: Víctor Arosemena.
El mar es una especie de eternidad, testigo de muchas cosas, casi divino por ser omnipresente en lo que ve y domina, alma grande y vieja como nuestra querida tierra istmeña.
Existe una relación entre Panamá y el mar, indudable y casi trágica, aunque no enteramente entendida por la imaginación de sus pobladores, que no implica desestima ni desvaloración de esta importante vinculación.
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Nuestros bellos mares Pacífico y Atlántico, con sus vaivenes de olas, fluidez y falta de forma permanente, se contraponen como semejantes a la tierra firme que conforma nuestro pequeño territorio, sin olvidar que "Tierra Firme" era el primitivo nombre colonial de Panamá.
Lo cierto es que ambos conceptos de mar y tierra dan expresión, el primero, a la metáfora "mar de dudas" y la segunda, a nuestra creencia en que la tierra es firme, a pesar de los terremotos que la hacen temblar o de los explosivos que la hicieron volar en pedazos para abrir nuestro canal interoceánico.
La desarticulación tanto del paisaje marino como de la imagen ambigua de su firmeza terrestre tiene mucho que ver con nuestra panameñidad porque esas dos figuras metafóricas aluden a una misma realidad: la permanencia de los dos mares que nos rodean y la fragilidad del istmo que los separa, si bien hoy unidos por nuestro canal.
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Ese conocimiento que cada cual tiene de su panameñidad - cómo nos vemos a nosotros mismos y a los demás – nos ayuda, al darnos la capacidad de interactuar con ese ambiente heredado de mar y tierra, dualidad que nos define como panameños y nos justifica como nación.
Denodadamente, ese autoconocimiento es proverbialmente difícil, diluyendo a la vez nuestra percepción del prójimo y sin duda aherrojándonos, aún más, a nuestra propia individualidad.
Afortunadamente, esta misma condición nos revela el lazo común que nos une al resto de la humanidad, tal como lo hace el tejido pictórico de las molas gunas al usar, en nuestro mar caribe, su lenguaje visual para comunicarse con el mundo.
A veces, los más sencillos sentimientos locales se convierten en el más universal de los mensajes: ¿Quién lo duda a la luz y percepción de un poema tan excelso, íntimo y universal como "Patria" de Ricardo Miró?
Desde este punto de vista, el arte – ya sea un poema o una mola – es equivalente a los símbolos de nuestra nacionalidad (escudo, bandera e himno) con la fuerza del rito y la emoción de la patria, en esa milagrosa concordia de nuestra panameñidad.
Pero aquí salta a la vista la gran tragedia que vive Panamá al dar su espalda al mar, reservando su mirada solo a la más mínima porción de su canal.
Es reina de dos mares, Atlántico y Pacífico; con casi 3,000 kilómetros de costas - más que Venezuela, Ecuador o cualquiera de los países centroamericanos-; con enormes archipiélagos; con 500 ríos y grandes estuarios que desembocan en el mar; con una envidiable riqueza de mariscos, peces y especies marinas; y con extensas playas y zonas costeras de marcada vocación marítima.
Así, históricamente, según el conquistador español Rodrigo de Bastidas (1501), Panamá significa abundancia de peces en su mar y Pedrarias Dávila al fundar la ciudad (1519), la situó viendo el mar, como indicio profético de nuestra contraproducente y trágica ceguera.
Ciudadano.
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