Panamá
Nuestro tercer mundo
- Arnulfo Arias Olivares
- /
- [email protected]
- /
La distribución de esa supuesta riqueza no permea a los sectores más necesitados.

No es que vamos encaminados a ser un país de tercer mundo; ya lo somos. No importa lo que las estadísticas galvanizadas muestren. La distribución de esa supuesta riqueza no permea a los sectores más necesitados.
En las áreas rurales, por ejemplo, todavía hay casas con piso de tierra, mascotas con hambre y con huesos florecientes, altos índices de alcoholismo, desnutrición infantil, caminos que son trochas de tierra, falta de salud, de medicamentos y de una vida plena.
Esa mirada ausente, de desesperanza abnegada, la he visto en los rostros de nuestros campesinos, y aunque los niños todavía sonríen mientras crecen, terminan adoptando el rostro de desesperanza cuando los ha abandonado ya esa la alegría ingenua y tan temprana.
No puedo concebir que en nuestro país haya caminos de penetración que todavía, a estas alturas de nuestro supuesto desarrollo nacional, sean trampas de muerte para quienes las transitan. Recientemente me relataban los lugareños cómo, en el camino de tierra que va hacia la comunidad de Lurá Centro, en Penonomé, en una loma alfombrada piedras limosas que pasamos ese día, había fallecido un menor en uno de los tantos carros que allí sufren percances.
Tragedia sin límites que en nuestra nación sean las propias obras públicas, como ese camino, las trampas de muerte y el último descanso de una juventud a la que se le negó el progreso.
Los tortuosos caminos del campesinado, que los hay por miles en nuestro interior, son la única arteria de comunicación con el progreso de allá afuera. En los poblados alejados de las vías principales, los niños caminan por las trochas, descalzos y con los zapatos en la mano, para llegar a sus escuelas; y los viejos, los enfermos, y las mujeres embarazadas, también los deben caminar, sin importar su condición.
¿Cómo es posible que se hable de llegar a ser país de primer mundo, si esas deudas tan profundas con nuestro interior no se han saldado todavía?
Lo importante es que en esos lugares remotos de patria vive todavía gente muy noble, trabajadora y buena, que no ha perdido la esperanza de un mejor mañana. Cuando uno los visita lo invitan a "descansar", le acercan algún banquillo, cuando lo tienen, o un horcón cortado; no le ofrecen a uno agua, porque la mayoría de las veces no tienen más que lo que un balde proporciona para cocinar.
Cuando se enferman, usualmente no hay transporte público que los asista, en especial en medio de las noches; si hay alguna urgencia, el vecino con el lujo de tener un carro los asiste y, cuando no, todos se unen en la vecindad y sacan al enfermo en una hamaca.
La vida en el campo no es, entonces, idílica y romántica; es más bien un reto diario por no perder las esperanzas, para no migrar hacia aquellos lugares en los que se prometen los servicios básicos, para no dejar en abandono tradiciones de los campos.
No hablemos, entonces, de desarrollar nuestro país desbalanceadamente, injustamente, inmoralmente; con la premisa envenenada de que el hombre es un objeto codiciado de las elecciones y un objeto de descarte fuera del periodo electoral.
¡Mira lo que tiene nuestro canal de YouTube!
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.