Nuestra meta es el cielo
Las arrugas, la lentitud del movimiento, la torpeza que se va adquiriendo con los años, donde ya no se pueden hacer con agilidad acciones que hacen los jóvenes, desde subir una escalera rápidamente o agacharse para recoger algo, demuestran que todo se va gastando.
Y uno va sintiendo el peso de los años en el cuerpo, con su desgaste natural, y en el alma. Las preocupaciones, las angustias, las enfermedades y la vejez van minando la salud y la energía de la gente. Foto: EFE.
Suena quizás como algo cursi hablar del cielo, pero solo un inconsciente e ignorante no se da cuenta de que estar en la tierra es cuestión de años, pocos, lo más cien, y que es nada en relación con la eternidad. Y que todo lo que nace al final se gasta, envejece y muere. Y que esto pasa muy rápido, y no hay manera de parar o detener el movimiento del tiempo. Los años, meses, días y horas se van y no vuelven y más.
Y uno va sintiendo el peso de los años en el cuerpo, con su desgaste natural, y en el alma. Las preocupaciones, las angustias, las enfermedades y la vejez van minando la salud y la energía de la gente. El encorvarse físicamente es como el signo de lo que pasa con la vida y su normal declive.
Las arrugas, la lentitud del movimiento, la torpeza que se va adquiriendo con los años, donde ya no se pueden hacer con agilidad acciones que hacen los jóvenes, desde subir una escalera rápidamente o agacharse para recoger algo, demuestran que todo se va gastando.
Claro, hay que hacer todo lo posible para cuidar el cuerpo y el alma. Mantenerse lo mejor posible. No descuidarse.
Todo lo creado tiene esta ley intrínseca; nace, se desarrolla, se gasta y muere. Hay luces de estrellas que ya se extinguieron, pero están llegando ahora a la tierra, después de viajar millones de años. Entonces, si todo esto es así: que existe el tiempo y que es irreversible su movimiento, y que nada de lo que fue volverá, hay que valorar cada minuto, hora y día de vida en la tierra. Y vivir el día lo más plenamente posible.
Y saber que vamos en un tren que seguirá viajando hasta que un día se detenga en la última estación. Y todos tenemos ya desde el plan de Dios esa última parada para bajarnos del tren. ¿Cuándo será? No lo sabemos.
Entonces hay que estar preparados. Sabemos por el Señor Jesucristo que nuestro destino es el cielo, aunque es verdad que con el mal uso de la libertad lo podemos rechazar. Él nos tiene preparada una morada celestial.
Que nuestro paso por la tierra es el del viajero que va para el más allá. Que en el cielo viviremos plenamente, sin enfermedades, envejecimiento, sufrimientos, dolores y siempre con nuestro Señor. Que en el cielo contemplaremos a Dios y viviremos gozosos.
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Que allá no habrá miedo a ninguna realidad negativa. Todo será alegría plena. Valoremos nuestra estadía en la tierra. Trabajemos y hagamos todo con seriedad y responsabilidad. Pero que esto no es permanente. Es temporal, pasajero. Vivir con la mente y el corazón puesto en el cielo.
Monseñor.