No hay ateo bajo fuego
Los estados depresivos del ser humano transitan por una clara lectura de ausencia de fe.
- Silvio Guerra Morales
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- - Actualizado: 29/3/2020 - 10:25 am
La Fe, definida bíblicamente como la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, es lo que realmente sostiene al hombre. Somos materia y somos espíritu.
La materia, el cuerpo, lo nutrimos de alimentos a fin de preservar la vida terrena. Sencillo, si no nos alimentamos o comemos no viviremos. Podríamos pasar pocos o muchos días sin comer, pero al final morimos. Y nuestro cuerpo mortal será incinerado o los gusanos darán cuenta de él.
¿El espíritu del hombre qué lo puede alimentar? ¿Le daremos carnes, agua, frijoles, legumbres o pescado? De ninguna manera. El espíritu solo puede ser alimentado por aquello que se pueda identificar con su esencia o sustancia.
La Biblia dice: “E hizo Dios al hombre a su imagen y semejanza”. El cuerpo fue hecho por Dios tomando barro, tierra. Y respecto al espíritu del hombre la Biblia dice que: “Y sopló Dios aliento de vida y el hombre fue un ser viviente”. De manera que, el espíritu es lo único que sostiene al hombre. Más nada.
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No son las filosofías ni las ideologías las que pueden alentar el espíritu del hombre. Solo la Fe. La Fe como herramienta efectiva para alentar e inspirar el espíritu dentro de nosotros. Un sencillo ejemplo para ilustrarlo: Los estados depresivos del ser humano transitan por una clara lectura de ausencia de fe.
Tan ello es así, que si las personas que sufren de estados críticos de depresión no son oportunamente auxiliadas, mueren. Y mueren porque el aliento de vida mengua, se extingue, poco a poco se les va apagando.
Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie, nadie viene al Padre sino es por mi”. También el Señor dijo: “El que de mí comiere y bebiere nunca más tendrá hambre ni sed”.
Necesitamos exclamarlo y creerlo: “Dios danos de tu pan y danos de tu agua”. Para no tener más hambre espiritual ni estar sedientos de agua que vivifique el alma y el espíritu. }
En momentos cruciales, cuando nos encontramos bajo fuego cruzado, como en las guerras, y nos llueven balas y bombas por doquier, es cuando más nos acordamos entonces de nuestro Creador. Y nuestra vanidad y orgullo, dioses que veneramos a diario, deben sucumbir para dar paso a la presencia y movimiento del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
Recientemente, Dante Gebel, en una impactante prédica, lo supo explicar muy bien: No hay ateo bajo fuego. Nadie es ateo cuando arrecia el vendaval y la tormenta no cesa. Y es así. Sin duda alguna.
Tenemos que aceptar y reconocer que somos seres finitos, limitados, condicionados.
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Sin embargo, no tenemos que esperar observar la impotencia de la ciencia, el fracaso de los paradigmas, para decir entonces: “Dios yo te necesito”.
No obstante, eso es lo que comúnmente hacemos. Dejar a Dios en el sótano de nuestras almas y espíritus, y cuando la tormenta arrecia, cuando la lluvia no cesa y los rayos y truenos son atormentadores, entonces recurrimos a Dios y decimos “Dios mío ayúdame”.
Pero no importa. Dios es un Dios de misericordias infinitas. Al final de cuentas, Él siempre ve con buenos ojos nuestra humillación y nos redime. No se ha acortado el brazo de la piedad y la misericordia del Señor. Clama a mi y yo te responderé, nos sigue diciendo el profeta Jeremías. Y añade en su Palabra: “Y te enseñaré cosas grandes y ocultas que no sabíamos ni comprendíamos”.
La lección que dan y dejan las tormentas de la vida es una sola: Sin Fe es imposible agradar a Dios. Es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él es real y que vive. Que solo Él es Dios. Fuera de Él no hay Dios.
Hoy, vuelve el mundo entero a ser estremecido. La pandemia del coronavirus ha arropado a la Tierra y a sus pobladores. ¿Pero está Dios ajeno a ello? No, de ninguna manera.
Él observa y tiene el total y más absoluto control de todo. Y nos mira con amor santo. Con misericordia sublime. “No temas” ,nos susurra dulcemente al oído.
Es momento de demostrar también nosotros amor y misericordia. Hagámoslo ya.
Aprovecho este artículo para decir lo siguiente: Autoridades de mi país dejen libres ya a los privados de libertad.
Hace casi dos semanas atrás lo dije. ¿Qué estamos esperando? ¿Que empiecen a contagiarse si es que ya algunos no lo están y se produzca una muerte colectiva?
Pensemos un poco más en los enfermos que nunca hemos visitado. En los hambrientos a quienes nunca dimos pan. A los presos de quienes nos olvidamos. A los débiles a quienes nunca dimos una camisa o un pantalón para vestirlos. Yo le creo a Dios.
¡Dios bendiga a la Patria!
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