Vivencias
No bastaron 3 bolsas
... resurjo con el empacador, su carrito y 5 bolsas repletas de viandas. Tuve que cancelarle 2 bolsas nuevas a la cajera. Nunca he comprado tanto, parezco Santa Claus.
- Jaime Figueroa Navarro
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- - Publicado: 11/4/2020 - 12:00 am
Debemos guardar la distancia recomendada, asegura Figueroa, para no contagiarnos ni contagiar a otros. Foto: Cortesía del autor.
Tres semanas guardados nos hacen suponer el castigo del reo, solamente que el nuestro no incluye la visita semanal de familiares o amistades.
Nos obligan a valorar la libertad y los placenteros detalles de nuestra vida cotidiana y en ese sentido el reojo de la agonía, los momentos finales de la vida, donde muchos reflejan tardíamente sobre lo que fue y lo que pudo ser.
Para aquellos que tomamos en serio la pandemia, no solamente por la sordidez del no desear convertirnos en víctimas del coronavirus sino también por la responsabilidad de no contagiarnos ni contagiar a otros, la coyuntura exhorta la introspección obligada.
No soy de extendido reposo, con 7 u 8 horas de muy profundo sueño encajo las necesidades biológicas de mi organismo.
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Por ello me acuesto temprano y abro los ojos alrededor de las 4:30 de la mañana.
Como me gusta el café como debe ser, mi cafetera Cuisinart emite un estruendo que no debe ser muy apacible para mis vecinos, al moler los granos anterior al percolado, emitiendo un aroma que de por sí revive a un muerto.
Con la generosa taza en mano, me encamino a mi oficina, enciendo la Mac y escudriño los acontecimientos globales, estrictamente ceñidos en la pandemia durante esta época del coronavirus.
Es martes, día de hombres, es decir una de las jornadas pares en la cual nos está permitido salir de nuestro domicilio.
He podido, pero no he querido salir, ya casi un mes recogido.
Una cosa es entregarle a mi esposa, que trabaja en un hospital, una detallada lista de víveres y otra es seleccionar las frutas, tal cual al gusto de uno y deambular, como suelo hacer, cada uno de los pasillos del supermercado escogiendo abastos al azar.
Mi turno es a las once de la mañana.
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Irrumpo al patio con el amanecer.
La disciplina de la academia militar, aún vigente, posterior a décadas
Son 10,000 pasos obligatorios por la salud, todos los días de mi vida.
Lanzándole la pelota a Frida, mi juguetona bulldog francesa, transita la hora y media en un fugaz santiamén.
A las once en punto, fluyo de mi domicilio, seis cuadras hacia Riba Smith, Bella Vista.
La ausencia de vehículos me enajena hasta refrescar la memoria que estamos en cuarentena.
Enmascarado, enguantado, llevo debajo del brazo 3 bolsas para los víveres.
La fila es larga y la gente guarda su distancia, todos menos el caballero detrás de mí.
Fluye mi mentirita blanca, con una seriedad de acero.
Le intimo: "Acabo de salir de mi turno en el cuarto de urgencia y le podría rebasar el virus".
Creo que se alejó mucho más allá de los 3 metros recomendados.
Mi toma de temperatura: 36.9, carte blanche.
Treinta minutos después, resurjo con el empacador, su carrito y 5 bolsas repletas de viandas.
Tuve que cancelarle 2 bolsas nuevas a la cajera.
Nunca he comprado tanto, parezco Santa Claus.
Y no circularé más al supermercado durante la duración de la pandemia.
No vale la pena.
Después de gozar de mis plenas facultades y excelente salud a la tercera semana de cuarentena, ¡arriesgarle todo por unos víveres!
Me quedo en casa con mis perritas, mi gata, mi loro y mi mujer.
¡Qué vivencia, Dios mío!
Pero todo volverá a la normalidad, eso espero.
Espero también que aprendamos la lección.
Que los animales que han tomado nuestro sitio durante el obligatorio encierro del Homo sapiens nos obliguen a reflexionar sobre el medioambiente, el calentamiento global y que una vez por todas modifiquemos nuestra descomunal ceguera, nuestra sed consumista y protejamos de una vez por todas nuestro entorno, nuestra naturaleza, la esencia de la vida.
Hace menos de dos meses pude presenciar el deshielo de glaciares en los fiordos chilenos, allá al fin del mundo, donde todo ha estado siempre helado.
De continuar nuestra estupidez, la indiferencia humana, vamos a arruinar la vida de nuestros hijos y nietos.
No sé si aún estemos a tiempo.
Veamos el coronavirus como una señal de la naturaleza.
Este puede ser el origen del tsunami, o puede ser el momento de nuestro cambio, de nuestro detente.
Todo está en nuestras manos y en nuestras decisiones.
Líder empresarial.
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