Análisis
Neurociencias y nuevas tecnologías, maridaje para una nueva forma de educar
- Gregorio Urriola Candanedo
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- opinion@epasa.com
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Las neurociencias nos permiten saber dónde y cómo se activan diversos procesos de la mente, /facilitar una de las funciones fundamentales: el proceso de alcanzar nuevos conocimientos, destrezas, actitudes, valores. Quienes educan lo hacen valiéndose de toda la tecnología a la disposición...

Educación, el proceso de hacernos más humanos. Es eminentemente social.
Desde de los años setenta, cuando menos, varios futurólogos y comunicadores acuñaron algunos términos para caracterizar la nueva sociedad que se gestaba a nivel global.
Igualmente, algunas metáforas del achicamiento del mundo por el empleo de las nuevas tecnologías emergentes, la aldea global, la nave planetaria, fueron algunos símiles empleados y aún en boga.
Otros empezaron a denotar esta sociedad planetaria en referencia a lo que se creía y se percibía como la razón del cambio o de sus efectos más evidentes.
Así aparecen conceptos como los de "Sociedad de la Información", luego el de "Sociedad del Conocimiento" y, más recientemente, el de "Sociedad del Aprendizaje".
Todos ellos partían de la pirámide de complejidad creciente: datos-información-conocimiento-aprendizaje-innovación.
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Leídos de derecha a izquierda implican una base necesaria (un conjunto de datos son la precondición de información); pero en ese sistema emergente, la información contiene un nivel de calidad distinto… un algo más, que se hace mucho más evidente cuando pasamos de la información al conocimiento; y muchísimo más complejo cuando inquirimos por cómo surge el conocimiento y cómo se crea nuevo conocimiento.
Con demasiada frecuencia, sustantivos tales como el término conocimiento tienden a resaltar más el producto (los conocimientos que resultan) antes que el proceso que supone lograrlo.
Todavía es más complejo y mucho más enrevesado el proceso de conocer.
Buena parte de la Gnoseología y la Epistemología son precisamente eso: disquisiciones sobre cómo conocemos.
Una veta importante en descifrar el misterio del conocer lo da la ciencia moderna a través del estudio del cerebro humano, el "hardware" sobre el que se asienta la "conciencia", los procesos mentales y su base biológica y neurológica, fundamentalmente la química y física del cerebro.
Pero no solo ello: su propia evolución, la constitución de este enorme y potente mecanismo mediante el cual conocernos el mundo y a nosotros mismos.
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Todos estos estudios han dado paso a las llamadas neurociencias y su nota más esencial es la del propio conocimiento: la complejidad del fenómeno que envuelve.
Las neurociencias nos permiten saber dónde y cómo se activan diversos procesos de la mente, y sus resultados deberían servir de base para apoyar/mejorar/facilitar una de las funciones fundamentales: el proceso de aprender, esto es, el proceso de alcanzar nuevos conocimientos, destrezas, actitudes, valores.
Proceso este crucial cuando aquí y ahora, la velocidad, la cantidad, la pluralidad, la variedad y el valor de los nuevos conocimientos se multiplican a escalas sin precedentes en la historia humana.
Esa palanca neurocientífica es toral, a condición de no mitificarla, como no pueden sacralizarse ni la ciencia ni la propia tecnología, herramientas preciosas, pero no únicas en el proceso de hacernos más humanos; un proceso que de manera sintética llamamos Educación.
Así pues, ni el aprendizaje es reductible al conocimiento, ni uno ni otro cubren todos los aspectos del macrosistema educativo.
Y una razón esencial de ello estriba en que la educación no es un proceso preferentemente individual, sino un proceso eminentemente social: solo en sociedad aprendemos a ser humanos.
Y quien dice humanidad dice "valor" de lo humano que ningún chip ni programa puede contener, pues el sentido de lo humano es un programa abierto, una sistema con más variables que ecuaciones o, como se diría desde otros minoradores epistémicos, un ente abierto a la trascendencia.
Por ello, algunas sociedades en el pasado han sido formalmente, cognitivamente educadas, pero igualmente han parido monstruos.
Pensemos en la tragedia del nazismo incubado en la sociedad más culta y ordenada del siglo XX: la Alemania de los años 20.
Por otra parte, lo esencial del aprendizaje como fin y medio de la educación necesita que quienes educan lo hagan valiéndose de toda la tecnología a la disposición, que en el caso de nuestras sociedades implica entre otras cosas un enorme almacén de información que está a un tris de "bajar de la nube" para poder ser instalado en nuestros cerebros (Informática+inteligencia artificial+neurotecnologías).
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Pero eso, que no es ya ciencia ficción, tiene todos los peligros que el propio internet ya muestra: saber qué es válido y qué no y para qué uso la información, qué tengo y a quién sirvo con mi conocimiento.
Preguntas todas ellas que sin una educación verdadera, crítica e integral no es posible responder en términos humanos.
Quien no lo entienda nos llevará a la sociedad de los alfas y los betas, en las antípodas mismas de democracia y la cultura.
No hagamos de las tecnologías un fetiche.
Economista y docente universitario.
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