Panamá
Miedo: el discurso neoconservador en la geopolítica
- Gregorio Urriola Candanedo
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- opinion@epasa.com
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Los eventos recientes, en especial la invasión rusa a Ucrania, pero igualmente la tensión en el mar de China, ha hecho que la guerra discursiva de los bloques en contienda, despliegan sus argumentos a fin de favorecer de alinear Estados, clases y movimientos sociales.

El movimiento de las placas tectónicas de la geoeconomía y geopolítica mundiales abonan el camino al surgimiento de un nuevo orden económico y político global, empujadas fundamentalmente por fuerzas derivadas de la aceleración del cambio tecnológico, la relocalización de las cadenas productivas y la intensificación del comercio y las finanzas internacionales. De esta manera, el mundo dominado unipolarmente por los EEUU da paso a una arquitectura de poder multilateral de asimetrías variables y complejas, pues en la geoeconomía y la geopolítica mundial, lo que privan son los intereses de los actores, y no el discurso valórico, que siempre ha sido una púdica hojita de parra para ocultar las vergüenzas de los reales intereses en juego.
Los eventos recientes, en especial la invasión rusa a Ucrania, pero igualmente la tensión en el mar de China, ha hecho que la guerra discursiva de los bloques en contienda, despliegan sus argumentos a fin de favorecer de alinear Estados, clases y movimientos sociales. Los Estados hegemónicos del orden hasta hoy vigente, esto es, los Estados Unidos de América, Canadá, la Unión Europea y Japón, con sus adláteres más obsecuentes (Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda), han venido sostenido una narrativa política centrada en la democracia y el sostenimiento del "status quo".
Es precisamente este carácter lo que evidencia lo central de tal discurso: No es la defensa de la democracia liberal, sino, la conservación del orden vigente, "mercadeado" – con todos los recursos del marketing político- como el mejor de los mundos posibles.
Es más, el llamado "neoliberalismo", no es un liberalismo renovado, sino un neoconservadurismo feroz y rampante, cuyos orígenes más recientes cabe ubicar en el pensamiento de Leo Strauss, Donald Kagan y en doctrinas de seguridad como las formuladas por Paul Wolfowitz, que desde los años 70 han venido permeando toda la política norteamericana, con independencia si Demócratas o Republicanos controlan la Casa Blanca, el Congreso o el Senado de la plutocracia del Norte. Son igualmente relevantes para comprender la mente del estratega que rige la política exterior, los análisis de Samuel Huntington (y su tesis del choque de las civilizaciones) así como las de Russell Kirk (La mente conservadora, 1954), amén de los meros creadores de opinión como Katrryn Jean López (centrada en temas de religión, bioética y género) o Dinseh D'Souza, el cineasta de origen indio y naturalizado norteamericano que produjo el taquillero America en 2016.
El neoconservadurismo, que mostró ya su deriva facistoide en la presidencia de Donald Trump, ha logrado convertirse no sólo en el pensamiento hegemónico dentro de los Estados Unidos, sino que pretende seguir dirigiendo la construcción del “sentido común” de la política económica en todo el mundo. El neoconservadurismo es un autoritarismo tan antidemocrático como el capitalismo de Estado de China o el capitalismo plutocrático ruso. Por eso, la dicotomía Democracia-Autoritarismo es falaz en su prédica internacional de gente como Nancy Pelosi, y oculta más de lo que revela respecto de los verdaderos intereses de quienes plantean tales dicotomías, legítimas -por otra parte- si contextualizamos dichos términos con las preguntas: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo?¿Para quién?
Estamos, ante lo que el gran economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter caracterizó como el enfrentamiento entre Capitalismo y Democracia, pues, contrario a lo que el sentido común creado marca, capitalismo y democracia son sistemas antagónicos in nuce. (Alexis de Tocqueville lo intuyó tempranamente). Strauss sostiene, por ejemplo, que la democracia no puede sostenerse por argumentos totalmente lógicos o exentos de contradicción. Pero lo que más nos interesa destacar aquí, es el postulado en el plano de las relaciones internacionales del papel abiertamente intervencionista – o brutalmente militarista-. que se impulsa a fin de preservar la hegemonía norteamericana “cueste lo que cueste”., so pretexto de mantener el orden (norteamericanamente configurado) y “una cierta paz” (de la que Norteamérica pueda tranquilamente usufrutuar).
Tendremos que recordar aquí Kosovo, Irán, Libia o las reuniones recientes de Biden con el heredero de la monarquía saudí Mohamed bin Salman?
De esas fuentes doctrinarias abrevan personajes relevantes de la política norteamericana de antaño y hogaño como Elliot Abrams (artífice de Irán-Contras Affaire, Victoria Nuland (autora del celebérrimo comentario al promover el golpe de Estado en Ucrania en 2014 : “ fuck the Europeans” (sic); John Bolton (quien inocentemente reconoció su papel en la promoción de golpes de Estado). Tales intelectuales orgánicos del stablishment del complejo militar-industrial nos permean a todos a través de los poderosos centros de pensamiento como el Hudson Institute, la Heritage Fundation, el Instituto de Estudios sobre la Guerra (ISW), y la Fundación Nacional por la Democracia (NED, por sus siglas en inglés).
Tales Think tanks idean y fraguan el discurso y las narrativas de los 5 o 6 grandes medios masivos que controlan los grandes diarios y cadenas televisivas del orbe: Times Warner, Disney, NewsCorp-21st Century Fox, NBC Universal, Viacon y CBS, quienes controlan el 70% del negocio en todo el planeta, poseyendo 1500 periódicos, 1100 revistas, 2400 editoriales, 9 mil emisoras de radio y 1500 cadenas de televisión (Ver: Cage, Julia, 2016: Salvar a los medios de comunicación; González Pazo, Jesús, 2019: Medios de comunicación: ¿al servicio de quién?, y el Center for Media Pluralism and Media Freedom, así como Periodistas Sin Fronteras, https://www.rsf-es.org/).
El trasfondo psico-social y antropológico del neoconservadurismo es el miedo, el miedo al cambio y la lógica de orden establecido como el mejor de los mundos posibles, e incluso el único imaginable. Un orden que es obviamente óptimo para quienes tienen la sartén por el mango, pero no necesariamente para quienes estamos cocinándonos dentro de la sartén.
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No hay que ser Albert Hirschman para reconocer la retórica de la reacción en el neoconservadurismo de hogaño. En primer lugar, la apelación permanente a la llamada tesis de la perversidad, esto es, que cualquier intento de cambiar el orden generará precisamente lo contrario a lo pretendido. O la tesis de la futilidad, es decir, que el status quo siempre acabará prevaleciendo (tesis del conformismo y de los conformistas) o la tesis del riesgo, que se opone a los cambios arguyendo que sus costos son demasiado altos (la tesis preferida de los economistas neoliberales) (ver Hirschman, Retóricas de la Intransigencia, 1991) Sométase a este examen lo argumentado por la cúpula plutocrática del país y su intelligentsia tecnocrática, y observarán un alineamiento casi perfecto con dichas tesis.
Por ello, si “trincheras de ideas son mejores que trincheras de piedra” -como formulaba Martí-, en el combate de las ideas contemporáneo, conseguir que un conjunto social llegue a pensar de otra manera -según sostenía Gramsci- es la revolución filosófica y epistémica más importante que toca realizar sin demora.
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