Panamá
Mensaje a los Panameñistas
Creo que hay momentos en los que no hay que explicarle nada a nadie, porque lo sabe a suficiencia ya, por su propia reflexión.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 11/6/2024 - 12:00 am
Creo que hay momentos en los que no hay que explicarle nada a nadie, porque lo sabe a suficiencia ya, por su propia reflexión. Comprender que es más importante aprender que enseñar, resulta vital en medio de la convivencia humana. Por eso, no tenemos pretensión alguna de impartir conocimientos que, en el fondo, ya tienen de sobra.
El panameñismo no es un hombre; pero sí es una enseñanza impartida por ese hombre. Para divorciarse de esa realidad, habría que destruir una escultura de lecciones que ha forjado y cincelado el tiempo. Nunca dejará de ser la "buena nueva", a pesar de la deformación política de muchos que hoy integran el panameñismo sin entenderlo en realidad en su misión y en su objetivo para la nación.
El fortalecimiento y crecimiento personal, expresado en el aporte colectivo de lo que uno representa como ciudadano; allí está la clave de la formación, que se ha venido erosionando con las malas prácticas amontonadas como los desechos de los años.
En todo alcance de la frase, muchos de los que deberían servir, no sirven. Porque quien no sabe gobernarse siendo dirigente, no puede gobernar a nadie. La herramienta predilecta del insuficiente y llano es el insulto, y muchos de los supuestos dirigentes han recurrido a ella; si tuvieran al alcance alguna piedra o un garrote, también recurrirían a ellos, porque no han querido conocer otro camino. Y es que casi nadie hoy en día tiene una perfecta excusa para dejar de cultivarse y de crecer. Al que recurra al patrimonio pobre de la ofensa y del insulto, que no espere vuelto alguno de nosotros.
Escupirán todo ese odio a cambio solamente del silencio hermético y de la esperanza muy sincera de que un día abandonen el capullo de la bestia y se conviertan en los ciudadanos útiles que deberían ser. Los demás, que sí pueden nutrirse con las fuentes de una sana convivencia, encontrarán un eco de razón y tolerancia.
Hoy nuestro panameñismo no camina; se arrastra. Se arrastra por el peso acumulado de los intereses creados, que lo hace gravitar muy cerca de los suelos políticos. Sin embargo, vive. No se encuentra ya en el cascarón vacío del partido, ni en los estatutos esos hechos como un sastre a su medida, ni en las ambiciones personales dominadas por el lucro, por el odio y por la intolerancia.
El panameñismo vive, sí, en el corazón del hombre panameño. He visto muestras de panameñismo en madres solteras que luchan por mantener en pie sus hogares; lo he visto en el campesinado, que vive en la faena diaria, sin ambiciones de un futuro incierto y que, a pesar de eso, no pierde la fe; lo he visto en los sectores informales que, aunque desempleados, deben trabajar, y en los obreros, en discapacitados y en enfermos, en los rostros de los niños estudiantes y en los universitarios que, a pesar de toda dosis de abandono por parte de gobierno y de la sociedad, abrigan todavía la fe en un mejor mañana.
Nuestro papel, como panameñistas, no es reconstruir las estructuras partidistas solamente o apegarnos al papel impreso de los estatutos, que no pueden regir nunca la conciencia de los hombres, sino volver a esas fuentes claras del por qué de la existencia y la vigencia actual de nuestra fe política, que se resume en esa frase lapidaria que reza lo siguiente: "por un Panamá mejor".
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