Panamá
Maldiciones políticas
- Arnulfo Arias O.
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Uno de mis tíos decía que Gabriel había venido hacia estas tierras huyendo a la justicia y que su peligrosa profesión, en esos tiempos de soltura juvenil.

No creo en las maldiciones; pero hay casos y hay cosas que se le parecen mucho. Quisiera pensar que los eventos que les voy a relatar han sido solo simples hechos de la vida, pero prefiero que sean ustedes mismos los que pronuncien su sentencia, porque no sería objetivo que lo haga yo, siendo parte de los temas. Mi criterio jamás sería objetivo.
No sé qué hizo que Gabriel Arias dejara su tierra en Costa Rica para venir a parar, en el Siglo XIX, en los embarcaderos de Puerto El Gago, en Coclé, para luego establecerse allí y formar una familia.
Muchos son los mitos que se pasan de boca en boca y de generación en generación. Uno de mis tíos decía que Gabriel había venido hacia estas tierras huyendo a la justicia y que su peligrosa profesión, en esos tiempos de soltura juvenil, había sido el cuatrerismo. Sin duda peligrosa actividad, cuando quien era capturado recibía condena expedita de la soga y de la rama. La verdad quiero pensar que no fueron temas de justicia las razones por las que se vino a radicar en Panamá, pero eso es parte de esa imparcialidad que no le puedo prometer a nadie, al tratarse de mi tatarabuelo. Así de lejos, y a lo largo de los siglos, sigue el peso de la sangre de nuestros ancestros dando sus latidos en sus descendientes. Historias cuentan que su primer hogar fue precisamente en Puerto El Gago. Los archivos de la iglesia de Penonomé nos dicen que contrajo matrimonio con Nicolasa del Castillo Camargo.
En el seno de ese hogar nació mi bisabuelo Antonio Arias Castillo, quien contrajo luego matrimonio con Carmen Madrid, que en realidad debía llamarse, por su nacimiento, Carmen De La Guardia Madrid, al ser hija "ilegítima" de Don Manuel de la Guardia Dominici. Muchos creen que Antonio había venido ya en compañía de su padre, al inmigrar a Panamá. A mí no me parece, porque su apellido materno fue Castillo, precisamente por la madre coclesana con la que se había casado Don Gabriel.
Eso importa poco, porque lo que se debe resaltar es el hecho real de que Antonio y Carmen fueron forjadores de una familia muy nutrida, de nueve hijos en total; dos de los cuales tendrían una influencia muy marcada en el futuro de nuestra nación. Me refiero, desde luego, a Harmodio Arias , presidente de la República en 1931 y 1932, y a su hermano, Arnulfo Arias, presidente en 1941, 1951 y 1968. Esa supuesta bendición
y orgullo familiar de concebir dos hijos que se convertirían más tarde en mandatarios de una nación, no vino sin espada de dos filos, porque desde antes de la misma concepción de esos muchachos, ya la familia Arias sufriría muy duramente los embates de la política, como los cientos de miles de nacionales a los que se les obligaba a tomar partido en alguno de los bandos dominantes del poder: o se era liberal o se era conservador.
Las luchas intestinas entre ambas facciones fueron sangrientas y los Arias, al inclinarse hacia los conservadores, se vieron obligados, durante la Guerra de los Mil Días, a huir a las montañas y permitir que el asedio liberal quemara sus pertenencias, consumiera su ganado y cometiera todo tipo de atrocidades que, en nuestro mundo actual, serían una barbarie pura.
La política era una sombra que seguía a casi todo panameño en ese instante, y debían sacrificar sus hijos en la Guerra de los Mil Días, sin importar el hecho de que fueran solo niños. Si podían cargar la espada o el fusil, también podían dar muerte al enemigo. Eso era suficiente para convertir a un niño en asesino. Los hijos varones, a la guerra; y las mujeres, siempre expuestas a todo tipo de abusos y de atrocidades por parte de las tropas hambrientas de comida y de otras apetitos. Eran, en fin, tiempos difíciles. Uno se pregunta cómo pudieron superarlos. En realidad, lo hicieron. Los hombres y mujeres de entonces o tenían carácter o simplemente carecían de él. En vez de clases sociales, estaban por un lado los resilientes y por el otro los débiles y pisoteados de la sociedad inclemente. En el siglo XIX se nacía colombiano en Panamá, pero, anímicamente, se seguía siendo español, porque la ruptura de esos hábitos de la cultura hispana, entretejidos con la fibra de la vida, no se podían romper tan fácilmente. Nos podemos imaginar, inclusive, aquellos que ni se sentían colombianos ni se sentían españoles. Posiblemente ese sentimiento del desubicado despertó la querencia por la tierra y el nacionalismo, en sus etapas más tempranas.
La tasa de analfabetismo no era muy distinta a la del resto de Latinoamérica: un 87%, aproximadamente. Los que sabían leer y escribir eran los reyes en la tierra del analfabeta ciego.
Creo que Carmen y Antonio, al colocarse en el sector privilegiado de lectores, pudieron considerar la importancia de la educación para sus hijos, y así lo hicieron. Hasta donde tengo conocimiento, todos recibieron escolaridad y, algunos de ellos, como Arnulfo y Harmodio, se educaron entre las mejores universidades del mundo de ese entonces, y de hoy en día. La pregunta que gravita siempre, al menos para mí, es cómo esa familia, relativamente humilde, sin ser realmente pobre, logró formar en esos hijos la esperanza de superación, erradicó todo complejo social-parasitario de la cuna, inspiró en ellos una jerarquía intelectual que los llevó a las cimas del respeto y de la consideración.
El poblado de Río Grande era, en ese entonces, un pequeño caserío, con algunas familias congregadas. Todos se conocían y todos se apoyaban, porque esa era la ley del monte. La mayoría de los que tenían algunas tierras, las dedicaban a la ganadería, sueño de todo vaquero. El suelo era pobre para los cultivos, el clima abrasador y ardiente en el verano y empapado en lodo en el invierno. El agua de consumo era de pozo, no había escuelas, ni doctores, ni carreteras. Era un lugar completamente agreste y olvidado. Pero, desde allí, la familia Arias se dedicaba a la faena dura de los campos y, de alguna forma, lograban generar lo suficiente para vivir en el umbral entre lo cómodo y lo estrictamente necesario.
Carmen finalmente logra convencer a Antonio para que la familia se estableciera en el pueblo de Penonomé, donde sí existían ya, a principios de siglo XX, algunas comodidades que hacían la vidamás civilizada. Era la única forma de tener acceso a la educación formal y creo que eso era lo que más le preocupaba a esa madre, visionaria como pocas. Sabemos que ambos bisabuelos eran ávidos lectores y que para Antonio, Don Quijote, la obra de Cervantes, era mina inagotable de todo posible conocimiento humano, superado únicamente por la Biblia. Para Carmen, religiosa como era, solo la Biblia podía reunir ese atributo. Cada noche, como un reloj, Antonio congregaba a la familia, y se leía, a la luz de algunas velas, los pasajes de su obra favorita. Puedo imaginarlo silencioso, fumando su cachimba y meditanto con orgullo orgullo paternal la cadenciosa voz de alguno de sus hijos. Era un hombre curtido por el trabajo, siempre sombrío, lleno de ansiedades y, a veces, como todo el mundo, entregado a los placeres momentáneos de este mundo. Lo más seguro que es que tuvo alguna que otra querida, y hasta algunos hijos sin reconocer, como era usual en esos tiempos. Eso no lo afirmo ni lo niego. Lo primordial, sin embargo, es que dedicó la mayor parte de su vida a sus oficios y a su hogar. Eso me basta para que le guarde yo respeto y lo admire al vislumbrarlo entre la bruma de los tiempos. Sin él, posiblemente no había sido posible lo que sus hijos lograron por nosotros y por la nación, y eso me basta.
Decía que la familia sufre los embates políticos, o las peleas casi de gallera que se dividían el mundo de ese entonces. Liberales y conservadores se querían aniquilar. Las disputas y rencillas se hacían largas, como el intestino, y así de virulentas. El perdón de Dios y la compasión no cabían ni
en los morrales ni en el corazón del combatiente, deformado por odio que comenzaba a envenenarlo a uno desde muy temprano. "Recuerden que fulano de tal, conservador, mató a su tío fulano de tal, el liberal", se escuchaba entre las tertulias hogareñas del café maicero de los campesinos. (Continuará)
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