Análisis
Los sesenta centavos
- Jaime Figueroa Navarro
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- opinion@epasa.com
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"¿No tiene el cambio correcto?", exclama reprochándome con la mirada...se dirige hacia atrás a una oficina y aparentemente rastrea en su cartera particular el cambio que no tiene en su caja. ¿Será posible que en Correos Nacionales no cuenten con sesenta centavos de cambio? Me encantaría saber quién es el jefe de Correos Nacionales y en qué anda que siquiera un curso de cortesía común puede dictarle a su personal.
Más asemeja una comisaría de policía de aldea provincial que una estafeta de correos nacionales, con sus ordenadas banquitas hacia el lado y un letrero centrado, visible de inmediato, que lista todos los elementos prohibidos: lentes obscuros, gorras y celulares, amén de armas. A todas luces, un ambiente obscuro que, al atravesar el pórtico de hierro, poco invita al intercambio gentil. Allí vi a la gente sentadita, en su mayoría mayores, calladitos, así como infantes castigados por travesuras en kindergarten. Vivo en Bella Vista y las pocas veces que utilizo los servicios de Correos Nacionales me acerco a la estafeta de Calidonia, a una cuadra de El Machetazo, con sus "bien cuidaos", Pedro Navajas y damas circulando con sus multicolores rollos en la cabeza preparándose para la fiesta, el cumpleaños o lo que sea que esté al acecho en las próximas horas. Hoy, por temas de obligaciones y el sádico deseo de injertarme al tranque, fui más allá, a la Calle 50 en San Francisco, una cuadra después de Deli Gourmet. Hora y media demoró el paseíto, blasfemando como todos los otros conductores, pensando que la próxima, si es que hay otra oportunidad, me acerco a caballo, para abonar las frondosas raíces de los árboles y de seguro llegar de forma más expedita. Había dos alternativas, una fila decía "servicios" y la otra "caja". Me acerqué a la de servicios, total solo necesito estampillas. Con ojos de ternera huérfana, como si estuviese yo del otro lado, saludo fogosamente. "¡Buenos días! ¿Cómo le va?". Ante mirada desganada, sin deseos de contestar, el silencio permea el ambiente. Volteo la mirada y observo el melancólico atisbo de los pensionados allí sentados, que quien sabe qué están esperando, y desde cuándo, estudiando la escena, como si de un teatro bufo tratara. Entonces al comunicarle a la dependiente que deseaba hacer entrega de una carta, me hace un gesto labial, como señalando la otra fila, la de la caja, la de allá. "¡No me moleste, atrevido!", parecía comunicar con su arremuesco primitivo, como si entre simios estuviésemos. Me encantaría saber quién es el jefe de Correos Nacionales y en qué anda que siquiera un curso de cortesía común puede dictarle a su personal. Con gusto le imparto, y sabe que, no me tiene que dar nada a cambio, porque estas cosas se hacen por amor a la patria, por respeto al vecino y porque a estas alturas del siglo XXI, si deseamos atraer turistas, si queremos crear un ambiente positivo dentro de tantos rascacielos, más vale que cambiemos de actitud, porque si no, nos van a hacer el mandado los colombianos, los venezolanos y quienes sean que verdaderamente aprecien este istmo y con perfumada verbosidad e invitante sonrisa comuniquen sus parabienes al público.
Anestesiado por la primera dama, paso el sobre a la segunda, ya, a Dios gracias, en la fila correcta. "Vía aérea" reitero. Es una carta con destino a Estados Unidos. Aunque asumo que a estas alturas ya no envían cartas por barco, como hacían antes. "Son cuarenta centavos". Bendecido me debo sentir que me habla. De un mugroso folder saca una estampilla, un sello, no como aquellos de antaño, coloridos, bonitos con mariposas, peces, hasta con Torrijos firmando los Tratados, impresos por la casa de la Rue de Colombia. No, se trata de un pinche sello que nada dice, como la actitud de mi interlocutora. Le afirma sobre la carta mientras saco un billete de un dólar de mi cartera. "¿No tiene el cambio correcto?", exclama reprochándome con la mirada. Serio argumento ha debido tener esta mañana con su consorte, esta triste cristiana. Asumo, supongo, premedito que Correos Nacionales debe tener el cambio de sesenta centavos para una transacción de cuarenta. No le he entregado un billete de a cien, ¡Dios me libre su reacción! Entonces se dirige hacia atrás a una oficina y aparentemente rastrea en su cartera particular el cambio que no tiene en su caja. ¿De qué trata esto? me pregunto. ¿Estaré en algún programa de cámara escondida? ¿Será posible que en Correos Nacionales no cuenten con sesenta centavos de cambio? ¿Qué ya los habituales clientes saben que tienen que llevar el cambio exacto? Qué pena, qué horror, qué tan falto de mi parte. Entonces hago lo inesperado y exclamo a voz elevada: "Sabe que, tómese un café, cómprese una empanada con los sesenta centavos. Yo no voy a perder mi tiempo. ¡Buen día!". Los viejitos levantan la vista, obsequiándome sutiles sonrisas de aprobación al retirarme. Dantesco episodio, ahora de vuelta al tranque. Por eso es que el país no avanza.
Líder empresarial.
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