Panamá
Los pecados políticos
No ver y no hacer nada es una cosa; pero ver y refugiase el la complicidad es otra. En el caminar del candidato, se revelan muchas realidades crudas.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 30/4/2024 - 12:00 am
Decía alguien que el político, a diferencia de otros hombres, debe relamerse las heridas en público. Ciertamente no tiene dónde esconder sus penas, que se harán festín de los demás cuando él las sufre. Con un gozo casi retorcido, vemos muchas veces los dolores de los elegidos a los puestos de elección; los más discretos lo disfrutan en silencio, y los más acalorados se desbordan en palabras duras de condena. Suponemos que ese es parte precio que se paga por hacer la caminata en ese fino hielo en que se juega todo, hasta reputación.
Pero, ¿cómo hemos llegado a disociar al espécimen político del resto de los asociados?; ¿por qué se le mira como objeto predilecto de la venganza impersonal y generalizada de la sociedad? Tal vez sea porque el primero que se disocia es él. No ver y no hacer nada es una cosa; pero ver y refugiase el la complicidad es otra. En el caminar del candidato, se revelan muchas realidades crudas. Puede optar por refugiarse en una indiferencia fría; no ser peregrino en el peregrinaje doloroso de realización. En nuestro país existen realidades que no son conocidas por los que se refugian en sus propias vidas, como la mejor defensa para no saber.
Las necesidades que hacen sitio afuera de la fortaleza de sus casas, de sus vidas, de su hogar, parecen enemigos que velan noche y día, con ganas de adentrarse y apropiarse del esfuerzo personal y logro ajeno. Pero no es así. Tarde o temprano, tendremos que quitar el velo de los ojos y mirar lo que nos toca ver. Las realidades tan injustas de nuestra nación impar. Ese refugio de la indiferencia resquebraja un día, como si fuera un dique que retuvo demasiada agua. Es allí dónde el político puede prestar una función de utilidad, sin quedarse en aislamiento; sin ser el prisionero mudo del espacio de lo que la sociedad no quiere conocer. La mayoría, por miedo o por comodidad, asume un punto medio, una posición pasiva que lo pone una situación de ser el blanco de los proyectiles de la sociedad que no conoce y de los que sufren esas realidades que no ha podido dar a conocer.
Queda entonces el político frustrado en medio de esos aislamientos peligrosos que lo hermanan muchas veces con el contubernio de los que también han sido condenados y expatriados hacia los espacios en los que se fracciona y rompe una nación. El campesino se hace uno, el obrero otro, el empresario alguno más y los políticos también caminan a la esquina opuesta de lo que erróneamente miran como sus contrarios. Los miran como sus contrarios porque en ese caminar realizan que los que no sufren las necesidades de otros, tampoco quieren conocerlas; y los que sí la sufren no pueden entender, por otro lado, que el portador de las noticias de su realidad (el político), no es escuchado. Se convierte entonces en un mensajero al que no le abren la puerta, muchas veces.
En vez de seguir insistentemente su cruzada para develar los males de la sociedad, opta por hacer lo mismo que hacen todos los demás sectores: se sectoriza, se separa, se aísla; allí está su pecado. El aislamiento es peligroso, porque comienza hacer de la congregación una familia, que vela por sus propios intereses y abandona la empatía hacia lo ajeno. El político que quiere hacer un cambio no podrá jamás aislarse, ni encontrarse a gusto en medio de gavillas que olvidaron su papel de dar a conocer a los demás, lo que sufren los demás.
Más que procurar un cambio de las cosas, debe despertar al interés de causas que van más allá de nuestras puertas y de nuestro hogar. Una vez logrado el cambio de consciencia nacional, que haga de la solidaridad una herramienta predilecta para el desarrollo, habrá tal vez cumplido parte de su cometido. Pero si al sentirse solo en medio de una misión tan delicada, prefiere formar parte de los contubernios de políticos profesionales, quedará expatriado de la sociedad por siempre y condenados por los mismos que algún día quiso ayudar.
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