Panamá
Los pecados capitales, la gula
El ahogar los golpes con bocados es una forma humana, normal y natural de sobrellevar la pesada carga que es vivir.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 25/10/2023 - 12:00 am
¡Qué placentero engullir sabrosas carnes o voluptuosos vegetales a las brasas, saborear los placeres hervidos en caldos, las dulces obras de harina y azúcar o las delicadas obras mostradas sobre altares de cerámica! La comida alimenta más que al cuerpo, le da alegría al alma.
El comer, el beber, esas actividades bestiales disfrazadas de humanidad, nos dan golpes de armonía, de alegría con cada bocado, con cada trago. Porque un buche lleno de goloso vino, una boca llena de dulce ambrosía, hace olvidar las amarguras del día a día.
El ahogar los golpes con bocados es una forma humana, normal y natural de sobrellevar la pesada carga que es vivir. La comida es vida, ¡y qué vida da la buena comida! Comer es vivir, de eso no hay duda y, encima, si la comida es buena, la vida es mejor.
¿Qué pecado se puede esconder entre bocado y bocado, entre trago y trago, si algo tan alegre, tan feliz, tan jovial como unas paletillas cocidas en sus jugos, una langosta servida con mantequilla o una perdiz horneada? La gula. Cabe recalcar que la gula no es ese bocado dulce que entra como un guante después de una comilona, o ese trago de más que baja por la garganta.
La glotonería, esa necesidad exacerbada de seguir consumiendo, por continuar ahogando la mediocridad y el fracaso bajo una montaña de alimentos, mata, de eso no hay duda, pero no es por eso que se considera un pecado. La glotonería le arrebata a aquellos que no tienen un bocado de la boca para lanzarlo al hocico de un gorrino disfrazado de comensal, pero no es por eso que se considera un pecado. La gula hace que, como un drogadicto, nos arrastremos ante la inmundicia por un mordisco más de pan, pero no es por eso que se considera un pecado. La gula, como ya lo hemos visto en las anteriores transgresiones, es pecado porque aliena al hombre de la felicidad y de la paz.
Una vez nos quitamos el velo, nos arrancamos la densa maraña de ignorancia, y usamos la reflexión para comprender los mensajes ocultos entre líneas, descubrimos que muchas de las prohibiciones, de esos actos que se condenan, no es para manifestar odio ante aquellos que los cometen, no. Es para que encontremos, dentro de nuestra propia conciencia, las verdades primordiales que nos ayudarán a hallar la felicidad. La gula
está dentro de esa lista porque arrebata del hombre la unidad, la sustancia, se podría decir que el alma, de la comida. Ya no encontramos paz en un bocado, ya no existe alegría en el comer, porque nos hemos inhibido, porque hemos quemado las cenizas que aún quedaban y hemos desbaratado la construcción etérea del comer, ese templo en donde experimentábamos aquellos goces cuasi divinos.
La glotonería, así como la envidia y la avaricia, son obstáculos en el camino que se tiene que recorrer hacia la armonía con el ser. El espíritu se escapa cuando chocamos de frente contra estos muros, pero no dejan de ser eso, baches, piedras, tropiezos; no condenas ni cadenas que nos amarren. La introspección profunda, una mirada al abismo que existe dentro de nosotros revelara una brillante realidad, nuestro sendero siempre estará a disposición de ser cambiado por nosotros mismos. Somos dueños de todo aquello que nos constituye, todo lo malo y todo lo bueno. Y eso es una virtud que nada podrá arrebatarnos. Somos los dueños de nuestro destino, manejamos los hilos de todo lo que, por dentro, nos quema y podemos, con trabajo constante, alterar los componentes de aquellos pilares que nos pinchan, nos apuñalan en los puntos más sensibles de nuestra alma.
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