Los grandes retos de una nación
- Arnulfo Arias Olivares
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Los ejemplos más grandes de sacrificio han quedado plasmados en la historia por parte de personas que sembraron por su propia mano lo que sabían que no iban a cosechar. Ese es el caso, por ejemplo, de Henry Wickham, que cambió el curso de la economía mundial sin sospecharlo y el de su nación también, de manera consciente. ¿Cómo logró tan grande emprendimiento? Llevando la industria del caucho hacia la producción masiva y, eventualmente industrializada, y logrando que Gran Bretaña se convirtiera, con el tiempo, en el mayor fabricante de caucho del mundo. Wickham logró sacar de Brasil una cantidad significativa de semillas de caucho contrabandeadas, en tiempos en los que hacerlo implicaba muy severas penas. Su visión del futuro de su nación fue mayor que su ambición personal. Sin duda pudo haberlo movido el lucro, pero considero que estuvo pensando mayormente en su país. Hay personas que logran hacerlo, desprendiéndose de ansias de compensación mediata y tomando en considerando aquellos tiempos del futuro en el que ellos no estarán. Toman en cuenta, desinteresadamente, los mejores días para quienes inclusive no han nacido aún.
Es difícil, muy difícil, lograr esa disociación de nuestra vida actual, de nuestros propios intereses y de nuestras pequeñas o grandes angustias, y pensar que habrá un mañana sin nosotros y que podemos colaborar ahora para mejorar ese mañana, sin que necesariamente lo veamos. A ese espíritu visionario y altruista debemos los mayores logros de la humanidad y pocos son los hombres que han podido actuar así. En vida, son objeto de la oposición de otros, de la falta de visión de sus seres más cercanos y de la envidia encarnizada de quienes comprenden su grandeza.
¡Cuánta de esa iniciativa desinteresada necesitamos hoy en día! Vivimos tiempos de masificación del pensamiento; de apropiación globalizada de la creatividad y de falta de emprendimiento personal. Todo se encuentra cerca, cómodamente ante el alcance de un botón. La humanidad se ha vuelto perezosa en su camino. Los sacrificios personales por una nación son ya muy escasos. Sin embargo, resultan hoy tan necesarios como los fueron algún día y como lo serán mañana, en un futuro en el que, a pesar de la tecnología moderna inconcebible, seguiremos siendo hombres.
La teoría del fin de la historia, propuesta por Francis Fukuyama, que concibe una vida moderna sin mayor empuje de creatividad, sin mayor ímpetu de progreso, sin norte muy distinto al que se ha alcanzado ya, con una humanidad saturada que duerme bajo sombras de la producción en serie, podría no estar muy lejos, según piensan algunos. Yo no comparto esa visión tan aburrida y gris. Pienso que todavía la imprevisibilidad y la sorpresa mueve al hombre. Eventos como la pandemia, vividas tan recientemente que todavía no la hemos archivado, nos recuerdan la fragilidad de nuestras vidas y cómo, a pesar de los avances de la medicina moderna, la naturaleza puede ganar muy fácilmente la partida; nos recuerda que todavía, al igual que el cavernícola, estamos a merced de fuerzas que no podemos comprender; nos hace ser humildes ante la realidad de que, como especie, fuimos hechos por el universo y que no podremos dominar jamás el mismo. Pensemos entonces en el mañana de nuestra nación, desde dónde estemos y con lo que tengamos. En un país como el nuestro, la cohesión y la unidad son tan fundamentales como lo fueron para cualquier nación moderna en sus comienzos. Algunos quieren correr antes de gatear. La verdad es que tenemos que abordar problemas fundamentales y tercermundistas antes de embarcarnos en naves espaciales que nos llevan a la nada. Abracemos nuestras realidades; lo demás vendrá por añadidura.
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