Panamá
Los dolores de Jesús
El segundo dolor es el juicio injusto con testigos falsos donde se le condena porque quiso destruir el templo de Jerusalén y se hace pasar por Dios.
- Monseñor Rómulo Eminiali CMF
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- - Actualizado: 18/3/2024 - 12:00 am
En ese largo camino al calvario, donde Jesús ofreció la vida por nosotros en la cruz, experimenta él cinco dolores que quisiera asemejarlos a las cinco llagas en su cuerpo y su devoción. El primer dolor consiste en sentirse ultrajado, calumniado, difamado de manera horrible por los que se consideraron sus enemigos.
Lo llamaron cómplice y amigo de pecadores, comilón y bebedor, embaucador y mentiroso, cabecilla de sublevación contra el César, blasfemo y Satanás jefe de demonios. De hecho al final lo acusan de hacerse pasar por rey, sustituyendo al césar. Por eso lo mata el imperio romano.
El segundo dolor es el juicio injusto con testigos falsos donde se le condena porque quiso destruir el templo de Jerusalén y se hace pasar por Dios. De hecho él hablaba de su propio cuerpo que sería destruido y al tercer día resucitaría. Y con sus hechos y dichos afirmaba una gran verdad, que sí era Dios.
Fue un juicio realizado con muchos insultos y burlas. Primero lo condenan los judíos y luego el imperio romano a través del cobarde Pilatos. El tercer dolor, muy agudo, la traición de sus amigos, empezando por Judas, que lo vendió por unas cuantas monedas.
Eso, aunado por la traición de Pedro en la madrugada del último día vida de Jesús y el abandono de todos sus discípulos, le causó gran sufrimiento. Y luego el cambio radical del pueblo que lo recibió con sus cantos y palmas el llamado domingo de Ramos, echando sus mantos en el suelo cuando pasaba Jesús, para luego pedir que lo crucificaran y que camino al calvario lo insultaban, lo escupían y se burlaban de él; eso lo hundió más en el dolor.
El cuarto dolor fue la salvaje tortura de manos de la soldadesca romana, que con sus látigos que terminaban con esas bolas de plomo con garfios que le arrancaban la piel provocaban múltiples y profundas heridas. Se burlaban de él, lo abofeteaban, lo escupían y le pusieron una corona hecha de ramas de árbol con espinas, y un manto de color púrpura. Y el camino a la cruz fue terrible, no sólo por el peso de la cruz, sino porque ya iba muy desangrado y debilitado.
Pero el quinto dolor fue el peor. Cargando con el peso de nuestros pecados, los de toda la humanidad y de todos los tiempos, y pagando el precio del rescate de nuestra condenación con su pasión y muerte, experimenta la terrible consecuencia de nuestros pecados, sentir el abandono de Dios.
Sentir la lejanía de Dios, él, que había vivido la más grande cercanía del Padre al extremo de que lo llamara a su Padre, papá, papacito, fue el más terrible dolor. Aun así muere exclamando: Padre, en tus manos entrego mi espíritu.
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