Anécdotas
Los carpinteros de ribera en Veraguas
- Stanley Heckadon-Moreno (Antropólogo)
Por siglos, la gente de las costas e islas del Pacífico de Panamá bucearon la concha de madre perla, cuyo nombre científico es Pinctada mazatlantica. Se encuentra del Golfo de California al Golfo de Panamá y las Galápagos. La pescaban los “buzos de cabeza”. Bajaban 3 o 4 brazas y tras “aguantar resuello” un minuto, recogían una o dos docenas de conchas al día. Solo buceaban unos meses, cuando la mar estaba en calma y sus aguas cristalinas. Luego se dedicaban a la agricultura de roza y la pesca.
Según el Panama Herald de 1852, la mayor de las bucerías en Panamá era el archipiélago de Las Perlas. “En estas islas hay de mil doscientas a mil quinientas personas dedicadas al negocio de las perlas. El valor de las perlas varía de $80,000 hasta $150,000 por año, raras veces menos de $100,000. Además de novecientas a mil toneladas de conchas nácar con valor de $40,000. Las conchas se botaban por carecer de valor, ahora son la mayor exportación del país, la tonelada valorada en treinta a cuarenta dólares”.
Entre 1860-70, se introduce el traje moderno de bucear que permitió bajar más hondo y más tiempo. Surgieron las flotas de bucería en Panamá, Soná, Remedios y David que empleaban a capitanes y subcapitanes, sobrecargos, marineros, cocineros, bogas y bomberos, buzos de escafandra, cabos de vida y a carpinteros de ribera. En tierra, a sastres y costureras, panaderos y dulceros, músicos, cantineros y tienderos.
Según “Chito” De la Togna, la primera compañía perlera en Soná fue de Juan Pardini, luego la de “Checo” Martinelli, cuyo barco madre fue San Pablo. Primero de vela, luego le instalaron un motorcito y pasó a motovelero. Sus cuatro botes de vela, de 10 varas de largo, tenían cuatro remos, máquina o compresor y seis tripulantes.
Barco y botes eran de madera, construidos por los carpinteros de ribera. Tras un año o seis meses mar afuera, al regresar la flota a Soná “a rendir cuentas al patrón” se varaban las embarcaciones en los playones del San Pablo para que los carpinteros las calafatearan, cambiasen maderas al casco, a mástiles y botavaras, remandaran velámenes, reemplazaran manilas y aplicaran estopa y alquitrán.
Eran estos carpinteros de ribera una élite artesanal, casi hereditaria. Conocían las propiedades y usos de las muy diversas especies de árboles de los bosques que entonces cubrían la costa pacífica y sus islas. Entendidos en los misterios de las fases de la Luna, de cuándo podía o no cortarse la madera.
Raúl Arosemena, en sus notas sobre la bucería sonaeña, recordaba a los cotizados carpinteros de ribera de antaño: Ño “Peloncho” Patiño, Timoteo Martínez, Martín Barría, José de la Rosa Castillo, Pedro y “Goyo” Castillo. A capitanes y segundos capitanes del San Pablo, Lorenzo Martinelli, Félix Castillo y Manuel López. Al sobrecargo don Alejandro Cobaleda, administrador de los víveres, la paga de la tripulación y velaba las perlas y conchas del patrón. A los bogas o remeros “Che” Arosemena, Domingo Guerrero, Alejandro “Cortito” López y Timoteo Martínez. Y los bomberos Cándido Rodríguez, Félix Camargo, Eulogio “Caucho” Espriella, Marco Valencia y Emiliano Castrellón.
Luego del capitán, el hombre más importante a bordo era el buzo. Los de don “Checo” eran de la costa de Veraguas. Al buzo lo vestía el cabo de vida, colocándole el traje de caucho, la escafandra, botas y cinturón de plomo. Se aseguraba que no se enredara la manguera y atento seguía las órdenes que el buzo le señalaba dando tirones a la soga o cabo indicando “bajar la jaba”, “echar ostras”, “subir jaba”, “más aire” o “subirme”.
En 1975, entrevisté en Soná a Natividad Tristán Ortiz. Tenía 86 años. Databan sus recuerdos de 1900-1930, cuando fue bombero y boga en la bucería de “Checo” Martinelli en el bote Tripoli. Al fondear el bote dejaba los remos y daba vueltas a la manivela de “la máquina” para enviar e aire al buzo por la manguera.
“Los buzos de Don Checo eran negros de Bahía Honda y Pifá, salvo Cruz Almengor, chiricano. Entre los cabo de vidas recuerdo Chirilí, de Bahía Honda; a Pablino Bonichi, de Soná y a Méjico, que no era de por aquí, pero se quedó botao”.
“Nojotros buceábamos en Las Contreras, Las Secas y Paridas, las Montuosas, Punta Naranjo, Búcaro, Isla Iguana, por Darién y las islas de Colombia, Gorgona”.
“El desayuno era a las siete, el almuerzo a las once y la cena a las cuatro. Comida no hacía falta, carne, mucha carne. Cuando no había, mandan la lancha a buscá una vaca. Nojotros los bomberos si no había comida, pasábamos trabajo hasta que el armador mandaba a buscá carne. El primer día comíamos carne fresca, después salá. En las tres comidas era carne y bastante arroj. Frutas, ná”.
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