Lorca: la muerte de un poeta
A pesar de su hermandad con todos los perseguidos y marginados como los gitanos, negros, judíos, moriscos y mujeres oprimidas, nunca fue un personaje político, pero sí quiso cambiar al mundo utilizando la autoridad del teatro y de la poesía, volviéndose un revolucionario literario...
- Andrés Guillén
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- - Publicado: 18/8/2020 - 12:00 am
Federico García Lorca, recita uno de sus poemas por radio, en su visita a Buenos Aires en 1933. Foto: EFE.
La vida, como la muerte, tienen sus fechas escogidas por el azar, dos momentos encadenados a sus circunstancias y a ese corto o largo periodo que a la vez los une y separa.
Federico García Lorca, el poeta granadino al quien España aún le debe una tumba, fue fusilado por verdugos falangistas el 18 de agosto de 1936, antes de rayar el alba, en el camino de Víznar a Alfacar, a nueve kilómetros al noroeste de Granada, a pocos pasos de un manantial que los árabes llamaban Ainadamar o “Fuente de las lágrimas”.
Ese otro poeta andaluz, Antonio Machado, cuenta en versos el asesinato así: “Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico – sangre en la frente y plomo en las entrañas.”
En esa triste y oscura madrugada de agosto, su muerte lo convirtió en símbolo mitificado de la guerra civil española y le dio a su vida y obra su dimensión universal.
Esa guerra fratricida se inició, irónicamente, el 17 de julio de 1936, víspera de San Federico, cuando las guarniciones del Ejercito de África en Melilla, Tetuán y Ceuta (Marruecos español), se sublevaron contra el gobierno de la Segunda República.
El golpe militar lo formalizó el General Francisco Franco, el día de San Federico (18 de julio 1936) declarando el estado de guerra en su “Manifiesto de Las Palmas”, prometiendo una “guerra sin cuartel a los que…intentan destruir España” terminando con la terrible arenga “Malditos los que en lugar de cumplir sus deberes traicionan a España”.
Justo ese mismo Día de San Federico, un mes exacto antes de su vil asesinato, el propio Federico celebraba su santo en su casa de verano, la Huerta de San Vicente (Granada), con su familia y amigos como solía hacer todos los años.
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Esas tierras granadinas vieron su infancia y también su muerte prematura a sus 38 años, prevista 12 años antes como un poema trágico lorquiano: “¡Quiero morirme siendo amanecer…quiero morirme siendo manantial!”.
Este poeta, dramaturgo, pianista y artista irradiaba simpatía, con su carácter complejo y trágico, su don de las artes, ceremonioso, arrebatador, alegre, hondamente humano, además de ser un genio total de las letras.
A pesar de su hermandad con todos los perseguidos y marginados como los gitanos, negros, judíos, moriscos y mujeres oprimidas, nunca fue un personaje político, pero sí quiso cambiar al mundo utilizando la autoridad del teatro y de la poesía, volviéndose un revolucionario literario con su poetización persistente de temas eternos como el amor y la muerte.
Su voz lorquiana, desde los ecos románticos y rubendariácos de su primer título “Libro de Poemas” hasta sus libros póstumos “Poeta en Nueva York”, “Tierra y Luna” y “Diwán del Tamarit” con su nueva poética de riesgos y osadías, siempre nos habla de su mundo interior, subsumido en su conciencia de poeta y su rica imaginería. Pero ¿por qué lo mataron?
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Para el 23 de julio toda Granada estaba ya en manos del bando nacionalista quienes inmediatamente establecieron un régimen de terror que llevaría a la muerte a miles de hombres y mujeres del bando republicano.
Lorca fue acusado de ser masón, socialista y homosexual, pero los odios personales, ajuste de cuentas y venganza familiar, se juntaron para matarlo en Granada, su Granada, una víctima más de esa maldita guerra fratricida que dramáticamente lo encaminó a su grandeza e inmortalidad.
Ciudadano.
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