Mensaje
Lázaro, sal fuera
Es cuestión de reconocer cuál es nuestra tumba, de lo que estamos muertos, pedir con insistencia al Señor resucitar de aquello, y dejar que él actúe.
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Es cuestión de reconocer cuál es nuestra tumba, de lo que estamos muertos, pedir con insistencia al Señor resucitar de aquello, y dejar que él actúe.
A Jesús le dolió mucho la muerte de su amigo Lázaro. Lloró ante su tumba.
Él era muy amigo de él y de sus hermanas.
Cuando pasaba por Betania siempre iba a casa de ellos y allí comía, compartía con ellos, descansaba, para luego continuar su camino.
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Había una amistad sincera, casi de hermanos, y eso a Jesús lo ayudaba anímicamente para seguir adelante en su predicación y testimonio del Reino.
Y es que los lazos humanos, cuando son puros y profundos, nos ayudan a todos a vivir mejor la existencia.
Qué triste aquellos que no tienen amigos, que no tienen la dicha de tener personas con las que reír, cantar, llorar, contar sus vidas, apoyarse mutuamente, corregirse, escucharse, aconsejarse, guardar, silencio, orar.
Qué triste es caminar solo por la vida. Jesús vivió la amistad más pura.
Por eso lloró ante la tumba de su amigo.
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Y por eso, porque podía, y además para demostrar que el Reino ya había llegado, resucitó a su amigo, lo levantó de la tumba, lo hizo volver a vivir.
Sus hermanas quedaron felices. La gente quedó maravillada, asombrada.
Y el suceso se contó por todos lados.
No sabemos cuánto tiempo más vivió Lázaro, pero fue testimonio del poder de Dios.
Y por supuesto que los enemigos de Cristo odiaban a Lázaro porque les recordaba que Cristo era el Señor, el Mesías que tenía que venir. Y ellos no querían nunca aceptar eso.
Pues Jesús tiene todo el poder y la gloria para resucitar hoy y siempre.
De la manera que hizo con Lázaro, claro que sí, pero sobre todo resucitar lo que ha muerto en nosotros.
Porque en nuestra alma hay alguna tumba, o varias. Y lo que está muerto nos hace daño.
Quizá se nos murió el amor, o la misericordia, o las ganas de seguir luchando, de continuar combatiendo por nuestras metas, o nuestra fidelidad al Señor.
Quizá hay algún ídolo falso turbando nuestra alma y al que estamos adorando.
Pues Jesús se para ante nuestra tumba y nos dice, nos ordena, que nos levantemos.
Si le obedecemos con la mejor actitud de querer cambiar, él tiene todo el poder y la gloria para resucitar lo que está muerto.
Liberarnos de cualquier atadura, romper cualquier amarre a idolatrías.
Es cuestión de reconocer cuál es nuestra tumba, de lo que estamos muertos, pedir con insistencia al Señor resucitar de aquello, y dejar que él actúe.
Para Dios nada es imposible.
Lo ha hecho tantas veces en la historia de la humanidad.
Porque él nos ama tanto, que con él nos podemos liberar, porque con él somos invencibles.
Amén.
Monseñor
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