La voz del elector
- Arnulfo Arias Olivares
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Cientos, miles y millones de personas se encuentran con que su voz no es escuchada dentro de una sociedad. Comienzan gritando y, con el tiempo, solo el eco de su propia voz escuchan por respuesta a sus demandas. En un mundo estructurado, globalizado y agremiado, como el de hoy en día, el individuo se diluye; y sus inquietudes personales también quedan diluidas como él. Debe agruparse, para que la caja de resonancia de una asociación cualquiera haga llegar su queja más allá de los archivadores fríos que son la tumba y el descanso eterno de las peticiones de las grandes mayorías.
A diario escuchamos o leemos las noticias: falta de agua en una escuela, aguas servidas empozadas, proliferación de mosquitos y alimañas, falta de recolección de basura, falta de vigilancia en las noches, vías deterioradas, falta de medicamentos y de atención médica. En fin, la lista real sería interminable. Detrás de todo ese papel acumulado de las quejas, reposa el individuo solo e impotente; la persona que sufre en carne propia el trauma que escuchamos en la radio o que vemos en las redes. Sin el respaldo de otros, sería una hormiga más dentro del hormiguero humano, silenciado por un marco de necesidades acumuladas que son el resultado de la masificación del hombre en sociedad. La queja silenciada es parte de la fibra y la costumbre de un país que crece y que se hace más y más complejo cada vez.
Para cambiar esa realidad, se necesitan voces de las voces, vigilantes de quienes vigilan y fiscalizadores de quienes fiscalizan. En los gremios y en las agrupaciones encontramos parte de esa iniciativa motivada por la desatención de la queja individual. Encontramos ese intento para potenciar las inquietudes individuales dentro de en una sociedad que no escucha. Sin embargo, las grandes mayorías no se pueden agremiar. Sus necesidades son tan grandes y tan desorganizadas, que jamás habría forma de asociarlos todos bajo una sola voz. La agremiación se constituye entonces en una herramienta de pocos; como si fuera un lujo profesionalizado. La alternativa del hombre no agremiado, del ciudadano común, reposa tal vez en las personas que ha elegido para que las represente. Ven en ellos la esperanza de que sus inquietudes más vitales no se queden estancadas dentro de procesos fríos de maquinarias burocráticas. Muchas veces, depositan la confianza en alguien que, al ser electo, debería ya empoderarse en su papel de representación desde el momento en el que ocupa el cargo.
Cualquier autoridad electa está justificada plenamente para ser punta de lanza en cuanto a las necesidades de los electores que lo han puesto allí. Si esa autoridad electa no puede abrirse su camino hacia respuestas, ¿qué podría esperar el ciudadano común que no ocupa ningún cargo? Por eso, debe respetarse dentro de su investidura a cualquier autoridad local que desempeña el cargo y, en forma general, a cualquiera que haya sido puesto en ejercicio de funciones públicas por el propio electorado. Tienen un papel importante que jugar dentro de ese engranaje enorme que llamamos sociedad. Son la voz de los que no la tienen y la palabra de los que la burocracia ha silenciado.
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