Conductas
La vieja escuela política
Votemos por aquellos que propugnan por la paz y demos un entierro electoral definitivo -entonces- a aquellos que enarbolan la bandera del divisionismo y del rencor.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 08/4/2019 - 12:00 am
Propiciemos hoy la tolerancia, la búsqueda de paz y de concertación. Foto EFE
Muchos de nuestros grandes patriotas nacieron antes que la República, porque ya tenían sentido de nación.
Hoy en día, siendo ya una República, parece que hubiésemos perdido un tanto ese sentido de nación.
En nuestro país, lamentablemente, las hachas políticas se entierran y se desentierran en medio de una larga procesión que no termina.
Los conservadores y los liberales, parece que han dejado aquí tizones vivos de esas luchas que no existen ya; no bastó, al parecer, compartir esos espacios reducidos de nuestra bandera tricolor.
El blanco, de la paz, ha resaltado poco en medio de pugnas heredadas de generación hacia la otra, sin saber realmente por qué se ha prolongado tanto la violencia suscitada por agitaciones de la vida pública.
La verdad, a veces no entendemos tan siquiera por qué se agita así en nosotros un espíritu de división política, que se ha venido abanicando ferozmente cada cinco años, desde que regresaron los periodos de elección en democracia.
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Al parecer, algunas mentes tenebrosas que han tejido este sistema, se aseguraron de dejarlo siempre descocido e inconcluso, para asegurarse que fueran siempre los políticos -o los politiqueros- los autoproclamados héroes de nuestro devenir histórico.
Así, nace el estrellato del politiquero.
Para ser alguien y ser siempre recordado -pensarán algunos muy torcidos- hay que saltar primero a la tarima pública.
¿Para qué escoger la vía más larga y más tortuosa -piensan- si la insensatez icónica del voto popular eleva en salto cuántico a la fama?
La política deja entonces de ser en sí un fin, una herramienta clave de concertación, de tolerancia y paz, y se convierte en lo que es para nosotros hoy día, un hervidero de pasión incontrolada, de odio y de rencor; el asiento mismo para la discordia y el distanciamiento nacional.
Derivado así el subproducto inacabado del poder público, se utiliza como una herramienta de vindicta personal, al servicio individual de aquellos que se suben y se bajan en la marea quinquenal de aquellas urnas que recogen, muchas veces, decisiones insensatas del electorado.
El odio del que pierde se convierte en la venganza del que gana y basta, pues, citar aquella frase magistral que acuña parte de la realidad política de hoy en día: el abismo llama al abismo.
Así como el insecto es invitado por la luz a congregarse en torno de ella en medio de la noche oscura; así también la fe que brilla del electorado atrae individuos que, muchas veces, solo buscan encumbrarse en la colina que le ofrece el voto popular.
¿Cómo podemos, pues, romper con esta realidad brutal?
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Podemos comenzar, tal vez, rompiendo toda aquella arcilla cocinada lentamente al fuego de un rencor político pasado que no existe ya, porque como escribiría el gran Guillermo Andreve, la patria había nacido mucho antes que nuestra República.
Es injusto que en este espacio tan pequeño que llamamos patria, y que debemos compartir desde la cuna hasta el sepulcro, se amortaje finamente y cuidadosamente el odio del pasado y se convierta la contienda electoral en un velorio eterno de todo aquel rencor al que debemos darle santa sepultura ya.
Atados, como estamos, al ancla de colores de contiendas que dividen, no podemos avanzar muy lejos en el largo recorrido que aún nos queda como una nación.
Por eso, propiciemos hoy la tolerancia, la búsqueda de paz y de concertación.
No abaniquemos ese odio que caracteriza, tristemente, los torneos electorales y que algunos vienen a encumbrar como una antorcha olímpica que va pasando de generación a otra.
Es hora de apagar el fuego que calcina y que destruye para reemplazarlo por aquel que fragua, que endurece el metal bruto y que forja una nación.
Votemos por aquellos que propugnan por la paz y demos un entierro electoral definitivo -entonces- a aquellos que enarbolan la bandera del divisionismo y del rencor.
Abogado.
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