La tienda de Musulión
- Stanley Heckadon-Moreno (opinion@epasa.com)
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Acercándose la Navidad con las tiendas de "malls" y "megamalls" atestados de compradores, viene a mi mente un pasaje de mi infancia en la finca ...
Acercándose la Navidad con las tiendas de "malls" y "megamalls" atestados de compradores, viene a mi mente un pasaje de mi infancia en la finca ...

Acercándose la Navidad con las tiendas de "malls" y "megamalls" atestados de compradores, viene a mi mente un pasaje de mi infancia en la finca de mis abuelos maternos, a orillas del Chiriquí Viejo. En la selva anochece temprano, así que la cena era a las 4 p.m. Luego mis tías, en bateas de espavé, llevaban los trastos-pailas de hierro, platos y tazas de tagua-a lavarlos al playón con jabón de barra, hojas de chumico y arena.
Entre mis tareas, rajar con hacha astillas de mangle rojo para el fogón de tres piedras, moler maíz amarillo con una maquinita "Corona" para tortillas y almojábanos. Con machete sacar yucas, ñames y otoes. Traer huevos del gallinero, acarrear agua del río y, cada tanto tiempo, ayudar a recoger, rajar y raspar cientos de cocos para extraer el aceite de cocinar.
Al anochecer dejábamos los zapatos en la escalera, y en ropa de dormir, rezar el rosario ante "La Limeña". Santa que de Lima trajo un ancestro alanjeño de mi abuela tras prestar el servicio de las armas del rey, cuando el Istmo fue del Virreinato del Perú.
Entonces mi abuelo prendía su gran radio RCA Victor de baterías, primer receptor en llegar a estos rincones. La antena, un alambre tendido entre dos cañazas. Primero oíamos las noticias nacionales que los radioperiodistas de David leían en los diarios capitalinos. Las internacionales, vía la Voz de los Estados Unidos. Mi abuelo ponía el volumen bajito, pues creía que entre más alto, más rápido se agotarían las baterías que solo en David había. A cada rato debíamos preguntarle qué decían los locutores. Tras las noticias, tapaba su radio con una lona y prendía su cachimba. Señal de que era el tiempo de los cuentos.
Recapitulaba el abuelo las guerras civiles colombianas. La de los Mil Días (1899-1902), la del 95, 85 y 76. Conflictos en que sus ancestros fueron del valiente batallón de macheteros conservadores llamados Los Guaraperos de Dolega. Contaba cuando con su papá arreaban sacas de ganado entre Alanje y Chiriquí Grande, cruzando la Cordillera Central, y en Bocas del Toro se iniciaba el cultivo del guineo. Su búsqueda de la famosa mina de oro La Estrella. Mi abuela nos hablaba de nuestra genealogía, de Alanje en tiempos del rey, las invasiones de los Miskitos, las fiestas y milagros del Cristo de Alanje. De remedios de antaño cuando no había boticas. Sabía muchos cuentos de animales de la selva, de espíritus y duendes, de brujas, la tulivieja y hombres que vendieron su alma al diablo para hacerse ricos.
A mí me fascinaban las innovaciones que cambiaron la vida en el campo. "Abuela", le preguntaba, "¿cuándo llegó a Chiriquí el querosín?" Respuesta, "Las primeras lámparas de querosín que llegaron a Alanje fue a la tienda de Musulión". "Y los fósforos?" Respuesta, "Los primeros, los de La Lora, los vendía la tienda de Musulión". Comercio que trajo el mosquitero, hojas de zinc para entechar casas reemplazando las pencas de palma de guágara, las lámparas de carburo para montear de noche, la máquina de coser y el trapiche de hierro. Para diversas dolencias, mi abuela usaba vino San Rafael francés, traído por Musulión.
En mi mente esta tienda era un bazar de maravillas. Mi abuela no recordaba cuándo llegó Musulión, salvo que era de La Francia.
Pasó el tiempo. Terminé la universidad, me inicié como investigador. Intrigado por este personaje que mejoró la vida campesina, revisaba en mis ratos libres viejas Gacetas de Panamá. Las listas de pasajeros que en veleros iban y venían entre Panamá y Pedregal. Los que debían pagar las contribuciones de guerra y dueños de alambiques. Pero nada.
Tras la quiebra del canal francés, 1889, emigran a Chiriquí familias francesas: Lassonde, Halphen, Dianous y Lambert. Un día examinando los nombres de los dueños de reses y bestias que en Alanje debían pagar al Gobierno la contribución pecuaria de cría me aparece L. Eiseric, a veces escrito M. Eiseric. También pagaba la contribución comercial.
Salto a 1981. El Club 20-30 inicia los Teletones. Con parte de estos fondos se establece la Fundacion Pro Niños Impedidos. Mi esposa, Sonia, es escogida directora. Un día trae a casa médicos voluntarios de la Fundación, incluyendo una doctora de apellido Eysserick. Al instante le pregunto si era de Alanje. Dijo que de Aguadulce, pero su abuelo sí. Le pido que me aclare si sería pariente de L. Eiseric. Dijo que ese era su abuelo cuyo nombre era León Eysserick. Como una corazonada le digo si acaso sabía de otro comerciante francés llamado Musulión. Responde: "Ese era mi abuelo, León Eysserick. Sus paisanos le decían Monsiur León, pero los campesinos al no poder pronunciar tal trabalenguas le apodaron Musulión". "Doctora-le dije-me ha resuelto usted uno de los enigmas más profundos de mi infancia".
Antropólogo
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