La muerte de mis amigos Emilio y Carlos.
Publicado 2000/09/23 23:00:00
- San José
A los sesenta y siete años de edad, la enfermedad me ha hecho encarar mi propia mortalidad. Ya no pienso, como lo hacía cuando era joven, en la muerte en tercera persona del singular o del plural. Ahora la pienso y más aún la presiento en la primera persona del singular. Se me ha convertido en compañera de ruta cuya presencia es irrefutable, natural y dramática a la vez.
Esta experiencia se me hace más aguda cuando recibo la noticia, cada vez más frecuentemente, de la muerte de un amigo. Este año la experiencia ha sido dura.
En mayo me impactó la muerte de Emilio Máspero, sindicalista argentino, durante largos años Secretario General de la Confederación Latinoamericana de Trabajadores y una de las figuras más carismáticas del movimiento social cristiano de América Latina. Teresita y yo los conocimos, a él y a su esposa Acacia, en Chile en 1967, año durante el cual enseñé filosofía política en el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (ILADES). Luego nos volvimos a frecuentar en Venezuela, cuando la dictadura militar me expulsó de la Universidad de Panamá y tuve que irme a enseñar a la Universidad de Mérida.
En múltiples encuentros internacionales, en los que lo oí hablar, me impresionaron sus panorámicas de nuestra realidad, animadas por un ardor incontenible en defensa de los derechos de los trabajadores y enmarcadas en los valores y principios de un auténtico demócrata que exigía convertir la democracia en realidad liberadora para los más pobres y marginados, a través de un sindicalismo a la vez fuerte y realista. Cuando supe de su muerte y llamé a Acacia, ella fue quien, con su entereza espiritual y humana habitual, terminó ofreciéndome consuelo. Comprendí entonces cual era una de las fuentes de la vitalidad impregnada de esperanza que Emilio difundía.
Máspero era siete años mayor que yo. Su muerte después de una larga enfermedad me dolió, pero no me sorprendió. Por lo contrario, la noticia hace pocos días de la muerte repentina debido a un ataque cardíaco, a los 53 años, de Carlos Castillo Peraza, mi amigo mexicano por excelencia, me anonadó. Hacía mes y medio, cuando había visitado al recién electo Presidente de México, Vicente Fox, aproveché para conversar con él de dos a tres horas. Como de costumbre, le mandó a Teresita de regalo unos libros.
Carlos, se había separado del PAN a pesar de que durante su muy exitosa presidencia del mismo lo había encaminado a convertirse de una oposición Americaimonial, acostumbrada a perder, en una oposición constructiva, decidida a ganar alcaldías, gobernaciones, legislaturas y eventualmente la Presidencia. Cuando tomó esta decisión súbita, lo invité a que me visitara y vino a Panamá. Conversamos a fondo y me explicó lo que por otra parte había escrito: "Tú y muchos de mis compañeros más próximos saben que mi vocación personal, íntima, es la de la lectura, la reflexión, la escritura, la investigación y la enseñanza... La muerte de mi querido y admirado amigo Octavio Paz me ha puesto de nuevo -y mucho más radicalmente que otras veces- frente a una antigua disyuntiva estrictamente personal: la de optar entre la vida intelectual fuera de toda militancia partidista y la pertenencia a Acción Nacional...-releí entre otras, aquella frase suya: "la única profesión de fe del intelectual debe ser la crítica, el examen y la duda"-, he decidido retornar definitivamente a mi ruta original y consagrarme única y exclusivamente al trabajo que considero específicamente mío, durante el tiempo que Dios me conceda aún de vida..."
En esa oportunidad le pregunté por su actitud hacia el PAN y me dijo lo que también ha dejado por escrito: "por mi adhesión a los principios, seguiré siendo panista de alma y corazón, pero no de uniforme y credencial... es de ese modo personal, pero no partidista, como de aquí en adelante concretaré mi compromiso con nuestro país... nada tengo que reclamar, recriminar ni lamentar. Todo que agradecer, especialmente al corazón y al alma del partido: los miles de panistas que en pueblos, municipios, distritos y estados compartieron conmigo afecto, entusiasmo, dolor, anhelos, esperanzas, marchas, mítines, persecución, represión, derrotas y victorias. Mucho tengo, por otra parte, de qué pedir perdón a quienes, en cualquier circunstancia, herí u ofendí. Estoy convencido, estén seguros los panistas, de que Acción Nacional, por su doctrina y su historia, no sólo es el mejor: es el único partido político de México hasta hoy. Lo que sucede es que, por las razones que he dado y sólo por ellas, he decidido no formar parte de partido político alguno. Ni del mejor".
Esa fue decisión de un intelectual de cepa. Carlos Castillo lo fue en toda la acepción del término. Era filósofo de formación y vivía con intensidad las ideas que permiten comprender el mundo y nuestra propia situación en él. Amaba el lenguaje y jugaba con las palabras como refinado malabarista para expresar las complejidades de su pensamiento. Proyectaba sus convicciones hacia la cultura, la política y por ende la historia de su pueblo, como integrante de una generación que transformó los valores vigentes en su patria. Lo inspiraba una fe cristiana profunda, por momentos iconoclasta, que le proporcionaba una vivencia de la transcendencia como marca indeleble de la vocación humana. Tenía principios democráticos raizales que motivaron su lucha polémica, incansable y finalmente exitosa por la democratización de su país. Añadía a todo esto un humor y una ironía que revelaban su sentido crítico y su esperanza frente a la vida.
En recuerdo público -porque el personal lo llevo por dentro- quiero citar opiniones de Carlos Castillo, mi amigo mexicano, que revelan su inteligencia y su corazón, es decir su alma.
El arraigo a su tierra, la de sus antepasados y las de sus hijos, no era en él sentimental ni nostálgico, sino dramático, como lo revela este texto de Volverás, el libro de recuerdos que le dejó sin terminar a su hijo, quien lo ha dado a conocer en la revista Proceso: "Pero serás extranjero en tu país si ignoras el dolor y el sufrimiento de sus pobres, el tormento de sus padres sin empleo, la vesanía de sus tiranos, las traiciones de sus hombres buenos, la soledad de sus ancianos, la tibieza de sus afortunados y las epopeyas de sus hombres comunes. Nada sabrás de ti mismo si no descubres lo que puede haber de mal en el bien, ni cuánto bien puede germinar en el mal. Poco sabrás de nosotros si se te esconde para siempre la historia atormentada que raras veces consignan los textos escolares, o si te queda inadvertida la mentira que nos entregan nuestros muralistas más renombrados. No somos como nos han pintado. Las paredes que proclaman las glorias de los defensores de la República frente al imperio extranjero, enmuran sus vergonzosos intentos de vender al nuevo Capitolio nuestro istmo de Tehuantepec. Las delicias del estoicismo universal del romano Marco Aurelio no son tan relevantes como las muecas espantosas de aquellos humildes colgados de nuestros orgullosos postes de telégrafo, adornos macabros de nuestras revolucionarias vías de ferrocarril. Entre los libros que rescaté de la biblioteca del tío Pedro está uno que se llama México falsificado, de Carlos Pereyra. Aquí lo tengo, junto a El poder y la gloria. Para leerlo volverás."
Todo lo largo de su vida dio pruebas fehacientes de su compromiso con un ideal de cambio democratizador. Pero no era un utópico, sino un realista con esperanza, es decir que su visión y su praxis políticas se inspiraban en su fe cristiana. Sobre la utopía escribió: "En relación con la política, la mirada imaginativa lanzada hacia lo que se piensa mejor, da paso y fundamento a la crítica del poder imperante. El peligro estriba en que el pensamiento utópico puede convertirse en la expresión puramente de un deseo, de una lógica que se queda en su fase destructiva y que se dejan llevar por la ilusión de transformar la realidad por medio de un salto inmediato, ignorante de los constreñimientos que la realidad y la historia imponen a la vida misma. De estos sueños metódicos puestos en silogismos por una razón que sólo se atreve a pensar el futuro ideal suelen nacer las decisiones de intentar resolver súbitamente, por la violencia, problemas complejos y por mucho tiempo acumulados... No es raro que, en campañas electorales, la búsqueda de los votos...mueva a las promesas más nobles y más deschavetadas de ofrecimientos demagógicos... El incumplimiento previsible generará un presente de frustración y de turbulencia que aplazará todavía más la realización de la promesa ...Cuando los sistemas políticos del sueño se convierten en cárceles de la vigilia, se descubre -tarde y entre sangre y ruinas- que más habría valido reconocer los límites de lo posible para poder avanzar hacia lo deseable. Y se recuerda con nostalgia y dolor que la política sólo puede ser arte de lo posible si tiene como punto de partida lo real".
Emilio y Carlos fueron amigos entrañables encontrados por los caminos que he recorrido como social cristiano latinoamericano. Ellos también se conocían entre sí: Emilio Maspero, sobradamente inteligente y culto para superar un sindicalismo vertical a lo peronista, pero suficientemente envuelto en la experiencia popular de su país para sentir la emoción frente al liderazgo del "Viejo", y Carlos Castillo, el yucateco, que se impuso en ciudad México por su inteligencia libre de prejuicios conservadores como de sectarismo izquierdizante, libre a fuerza del espíritu crítico de la modernidad, pero más todavía en base a su creencia en un absoluto divino que lo condujo a rehuir toda subordinación a cualquier poder creado.
Juntos hemos sido miembros de un par de generaciones que a partir de nuestra fe religiosa y de la participación en movimientos seglares católicos (Emilio en la JOC y Carlos en Pax Romana), nos comprometimos en la política a través de organizaciones de inspiración cristiana, viviendo una exigencia moral y social indeclinable. Nos salimos cada uno de nuestro estereotipo al margen de las expectativas tradicionales de nuestras familias y sociedades, todo para ofrecerle a nuestro prójimo un liderazgo de servicio realmente democrático, que gestara una forma inédita de convivir en comunidades intermedias, en nuestras naciones y en una América Latina por integrarse, con la fraternidad como horizonte.
Fue un privilegio conocerlos. Su amistad enriqueció mi vida y sus muertes me han conmocionado. Caigo cada vez más en la cuenta que ya no me queda tanto tiempo y que ese tiempo lo tengo que vivir a plenitud, queriendo más a los míos, atreviéndome a realizar en lo que me resta de vida política en Panamá una acción "samaritana", para que los últimos pasen a ser los primeros en libertad y en justicia, y al mismo tiempo entrando más íntimamente en comunión con Dios.
Los amigos que han muerto no han desaparecido. Me han precedido y ahora me esperan en la casa del Padre.
Esta experiencia se me hace más aguda cuando recibo la noticia, cada vez más frecuentemente, de la muerte de un amigo. Este año la experiencia ha sido dura.
En mayo me impactó la muerte de Emilio Máspero, sindicalista argentino, durante largos años Secretario General de la Confederación Latinoamericana de Trabajadores y una de las figuras más carismáticas del movimiento social cristiano de América Latina. Teresita y yo los conocimos, a él y a su esposa Acacia, en Chile en 1967, año durante el cual enseñé filosofía política en el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (ILADES). Luego nos volvimos a frecuentar en Venezuela, cuando la dictadura militar me expulsó de la Universidad de Panamá y tuve que irme a enseñar a la Universidad de Mérida.
En múltiples encuentros internacionales, en los que lo oí hablar, me impresionaron sus panorámicas de nuestra realidad, animadas por un ardor incontenible en defensa de los derechos de los trabajadores y enmarcadas en los valores y principios de un auténtico demócrata que exigía convertir la democracia en realidad liberadora para los más pobres y marginados, a través de un sindicalismo a la vez fuerte y realista. Cuando supe de su muerte y llamé a Acacia, ella fue quien, con su entereza espiritual y humana habitual, terminó ofreciéndome consuelo. Comprendí entonces cual era una de las fuentes de la vitalidad impregnada de esperanza que Emilio difundía.
Máspero era siete años mayor que yo. Su muerte después de una larga enfermedad me dolió, pero no me sorprendió. Por lo contrario, la noticia hace pocos días de la muerte repentina debido a un ataque cardíaco, a los 53 años, de Carlos Castillo Peraza, mi amigo mexicano por excelencia, me anonadó. Hacía mes y medio, cuando había visitado al recién electo Presidente de México, Vicente Fox, aproveché para conversar con él de dos a tres horas. Como de costumbre, le mandó a Teresita de regalo unos libros.
Carlos, se había separado del PAN a pesar de que durante su muy exitosa presidencia del mismo lo había encaminado a convertirse de una oposición Americaimonial, acostumbrada a perder, en una oposición constructiva, decidida a ganar alcaldías, gobernaciones, legislaturas y eventualmente la Presidencia. Cuando tomó esta decisión súbita, lo invité a que me visitara y vino a Panamá. Conversamos a fondo y me explicó lo que por otra parte había escrito: "Tú y muchos de mis compañeros más próximos saben que mi vocación personal, íntima, es la de la lectura, la reflexión, la escritura, la investigación y la enseñanza... La muerte de mi querido y admirado amigo Octavio Paz me ha puesto de nuevo -y mucho más radicalmente que otras veces- frente a una antigua disyuntiva estrictamente personal: la de optar entre la vida intelectual fuera de toda militancia partidista y la pertenencia a Acción Nacional...-releí entre otras, aquella frase suya: "la única profesión de fe del intelectual debe ser la crítica, el examen y la duda"-, he decidido retornar definitivamente a mi ruta original y consagrarme única y exclusivamente al trabajo que considero específicamente mío, durante el tiempo que Dios me conceda aún de vida..."
En esa oportunidad le pregunté por su actitud hacia el PAN y me dijo lo que también ha dejado por escrito: "por mi adhesión a los principios, seguiré siendo panista de alma y corazón, pero no de uniforme y credencial... es de ese modo personal, pero no partidista, como de aquí en adelante concretaré mi compromiso con nuestro país... nada tengo que reclamar, recriminar ni lamentar. Todo que agradecer, especialmente al corazón y al alma del partido: los miles de panistas que en pueblos, municipios, distritos y estados compartieron conmigo afecto, entusiasmo, dolor, anhelos, esperanzas, marchas, mítines, persecución, represión, derrotas y victorias. Mucho tengo, por otra parte, de qué pedir perdón a quienes, en cualquier circunstancia, herí u ofendí. Estoy convencido, estén seguros los panistas, de que Acción Nacional, por su doctrina y su historia, no sólo es el mejor: es el único partido político de México hasta hoy. Lo que sucede es que, por las razones que he dado y sólo por ellas, he decidido no formar parte de partido político alguno. Ni del mejor".
Esa fue decisión de un intelectual de cepa. Carlos Castillo lo fue en toda la acepción del término. Era filósofo de formación y vivía con intensidad las ideas que permiten comprender el mundo y nuestra propia situación en él. Amaba el lenguaje y jugaba con las palabras como refinado malabarista para expresar las complejidades de su pensamiento. Proyectaba sus convicciones hacia la cultura, la política y por ende la historia de su pueblo, como integrante de una generación que transformó los valores vigentes en su patria. Lo inspiraba una fe cristiana profunda, por momentos iconoclasta, que le proporcionaba una vivencia de la transcendencia como marca indeleble de la vocación humana. Tenía principios democráticos raizales que motivaron su lucha polémica, incansable y finalmente exitosa por la democratización de su país. Añadía a todo esto un humor y una ironía que revelaban su sentido crítico y su esperanza frente a la vida.
En recuerdo público -porque el personal lo llevo por dentro- quiero citar opiniones de Carlos Castillo, mi amigo mexicano, que revelan su inteligencia y su corazón, es decir su alma.
El arraigo a su tierra, la de sus antepasados y las de sus hijos, no era en él sentimental ni nostálgico, sino dramático, como lo revela este texto de Volverás, el libro de recuerdos que le dejó sin terminar a su hijo, quien lo ha dado a conocer en la revista Proceso: "Pero serás extranjero en tu país si ignoras el dolor y el sufrimiento de sus pobres, el tormento de sus padres sin empleo, la vesanía de sus tiranos, las traiciones de sus hombres buenos, la soledad de sus ancianos, la tibieza de sus afortunados y las epopeyas de sus hombres comunes. Nada sabrás de ti mismo si no descubres lo que puede haber de mal en el bien, ni cuánto bien puede germinar en el mal. Poco sabrás de nosotros si se te esconde para siempre la historia atormentada que raras veces consignan los textos escolares, o si te queda inadvertida la mentira que nos entregan nuestros muralistas más renombrados. No somos como nos han pintado. Las paredes que proclaman las glorias de los defensores de la República frente al imperio extranjero, enmuran sus vergonzosos intentos de vender al nuevo Capitolio nuestro istmo de Tehuantepec. Las delicias del estoicismo universal del romano Marco Aurelio no son tan relevantes como las muecas espantosas de aquellos humildes colgados de nuestros orgullosos postes de telégrafo, adornos macabros de nuestras revolucionarias vías de ferrocarril. Entre los libros que rescaté de la biblioteca del tío Pedro está uno que se llama México falsificado, de Carlos Pereyra. Aquí lo tengo, junto a El poder y la gloria. Para leerlo volverás."
Todo lo largo de su vida dio pruebas fehacientes de su compromiso con un ideal de cambio democratizador. Pero no era un utópico, sino un realista con esperanza, es decir que su visión y su praxis políticas se inspiraban en su fe cristiana. Sobre la utopía escribió: "En relación con la política, la mirada imaginativa lanzada hacia lo que se piensa mejor, da paso y fundamento a la crítica del poder imperante. El peligro estriba en que el pensamiento utópico puede convertirse en la expresión puramente de un deseo, de una lógica que se queda en su fase destructiva y que se dejan llevar por la ilusión de transformar la realidad por medio de un salto inmediato, ignorante de los constreñimientos que la realidad y la historia imponen a la vida misma. De estos sueños metódicos puestos en silogismos por una razón que sólo se atreve a pensar el futuro ideal suelen nacer las decisiones de intentar resolver súbitamente, por la violencia, problemas complejos y por mucho tiempo acumulados... No es raro que, en campañas electorales, la búsqueda de los votos...mueva a las promesas más nobles y más deschavetadas de ofrecimientos demagógicos... El incumplimiento previsible generará un presente de frustración y de turbulencia que aplazará todavía más la realización de la promesa ...Cuando los sistemas políticos del sueño se convierten en cárceles de la vigilia, se descubre -tarde y entre sangre y ruinas- que más habría valido reconocer los límites de lo posible para poder avanzar hacia lo deseable. Y se recuerda con nostalgia y dolor que la política sólo puede ser arte de lo posible si tiene como punto de partida lo real".
Emilio y Carlos fueron amigos entrañables encontrados por los caminos que he recorrido como social cristiano latinoamericano. Ellos también se conocían entre sí: Emilio Maspero, sobradamente inteligente y culto para superar un sindicalismo vertical a lo peronista, pero suficientemente envuelto en la experiencia popular de su país para sentir la emoción frente al liderazgo del "Viejo", y Carlos Castillo, el yucateco, que se impuso en ciudad México por su inteligencia libre de prejuicios conservadores como de sectarismo izquierdizante, libre a fuerza del espíritu crítico de la modernidad, pero más todavía en base a su creencia en un absoluto divino que lo condujo a rehuir toda subordinación a cualquier poder creado.
Juntos hemos sido miembros de un par de generaciones que a partir de nuestra fe religiosa y de la participación en movimientos seglares católicos (Emilio en la JOC y Carlos en Pax Romana), nos comprometimos en la política a través de organizaciones de inspiración cristiana, viviendo una exigencia moral y social indeclinable. Nos salimos cada uno de nuestro estereotipo al margen de las expectativas tradicionales de nuestras familias y sociedades, todo para ofrecerle a nuestro prójimo un liderazgo de servicio realmente democrático, que gestara una forma inédita de convivir en comunidades intermedias, en nuestras naciones y en una América Latina por integrarse, con la fraternidad como horizonte.
Fue un privilegio conocerlos. Su amistad enriqueció mi vida y sus muertes me han conmocionado. Caigo cada vez más en la cuenta que ya no me queda tanto tiempo y que ese tiempo lo tengo que vivir a plenitud, queriendo más a los míos, atreviéndome a realizar en lo que me resta de vida política en Panamá una acción "samaritana", para que los últimos pasen a ser los primeros en libertad y en justicia, y al mismo tiempo entrando más íntimamente en comunión con Dios.
Los amigos que han muerto no han desaparecido. Me han precedido y ahora me esperan en la casa del Padre.
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