La guerra comercial de Trump
Desde hace un tiempo la administración norteamericana se ha venido embarcando crecientemente en una retórica que apunta hacia una guerra comercial generalizada. Esta visión de las cosas ha llevado al presidente Donald Trump a declarar, contra toda la experiencia histórica, que "las guerras comerciales son buenas, y fáciles de ganar". Lo cierto es que se trata de una posición extraña la que, en gran medida solo le ha servido a Estados Unidos para perder credibilidad ante sus aliados. Es así que la iniciativa de elevar los aranceles al acero solo logró exasperar a algunos de sus más importantes aliados, los cuales, a diferencia de China, son los mayores exportadores de este producto hacia Estados Unidos. Esto llevó, luego que la Unión Europea amenazara con medidas de retaliación, a que rápidamente se excluyera de la disposición a Canadá, México y la Unión Europea, dejando tras de sí un sentimiento de desconfianza hacia la administración norteamericana. Luego, en lo que se puede entender como un intento de afinar la puntería, Trump ha amenazado con imponer aranceles de 25% a una masa importante de productos (cerca de 1,300) provenientes de la República Popular de China, hasta alcanzar a 60,000 millones de dólares. Nuevamente se trata de una extraña política por tres motivos. En primer lugar, porque, dada la integración globalizada de las cadenas de valor, una parte muy significativa de las exportaciones chinas hacia Estados Unidos tiene un alto componente de partes producidas e importadas de otros países, entre los que se destacan Japón y Corea del Norte, dos importantes aliados de Estados Unidos, que no estarían satisfechos con la medida. En segundo lugar, porque la República Popular de China no solo ha señalado que se defenderá, sino que ha amenazado con reducir las compras de bonos del tesoro de los Estados Unidos. Dado el enorme déficit fiscal norteamericano, que se verá elevado por la reducciones impositivas para los más ricos introducidas por Trump, esto significaría un grave problema para los norteamericanos.
En tercer lugar, muchas corporaciones norteamericanas dependen para sus ganancias de poder adquirir a precios bajos productos de alta y baja tecnología de subsidiarias y, sobre todo, de empresas tipo "arm´s length" (contratistas) ubicadas en China, para luego venderlos a precios elevados en el mercado de Estados Unidos.
Esto muestra que Trump no logra entender que el déficit comercial norteamericano es estructural, producto del bajo nivel de ahorro de este país, así como de la naturaleza de las relaciones económicas internacionales desarrollada por las propias grandes corporaciones norteamericanas. Tampoco entiende el deterioro de la hegemonía económica de los Estados Unidos a nivel global, que el mundo es multipolar y que la República Popular de China es ahora una potencia que no puede ser simplemente ignorada. No es, entonces, extraño que Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en el 2008, haya afirmado "si alguien emerge como victorioso de la guerra comercial de Trump, este será… China". El mundo se mueve, afortunadamente, hacia la multipolaridad que abre amplios e importantes espacios de acción soberana a los países más pequeños.
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