Panamá
La diferencia entre el deseo y las metas
Si quieres ser feliz, no confundas los deseos con objetivos, ni los objetivos con deseos. Cuando un capitán traza los viajes que lo llevarán a un puerto de destino, tiene un objetivo primordial en mente; y lo cumple siempre, al menos que las adversidades del azar lo impidan. Cuando cualquier individuo desea algo ardientemente, orando para que se cumpla, sufre de ansiedad imprevista y de infelicidad, velando ante la expectativa de su cumplimiento. No se traza un rumbo; simplemente espera, como en una pausa digestiva en la que los deseos se tornan el los alimentos, pero nunca en la realización concreta. Siempre quiere más, porque deseo incontrolado es sinónimo de la insatisfacción al fin.
Modera, entonces tus deseos, hasta que se hayan convertido en objetivos realizables. Dales forma como un alfarero que hace una vasija. Dosifica la carga viral del ansia y del afán ardiente por ese algo que no depende de tu esfuerzo, sino de la fortuna. Dedica mejor tiempo a domar la fiera del deseo incontenible, que parece rondar en tu cabeza como un potro suelto. Al igual que una fiera salvaje, el deseo arde sin ningún control, y quema; en tanto los objetivos bien planificado son como una suave lumbre que te permite vislumbrar la meta ya trazada y emprender el viaje de realización, como si fuera un faro en medio del desorden y la oscuridad.
El que, después de un largo caminar, logra alguna meta digna, puede decir sin presunción que nunca tuvo dudas de lograrlo; pero el que espera en otros, en el esfuerzo ajeno o en la amabilidad inexistente de la propia fortuna, no sabe bien cómo se alcanzan cuando se hacen realidad esos deseos desordenados, ni encontrará consuelo cuando se dejen de alcanzar, porque nunca fue avanzando progresiva y consistentemente hasta llegar a ellos.
Las velas encendidas están bien; así como la fe. Pero cobra vida en la realización de cualquier plan ese adagio que nos reza "a Dios rogando y con el mazo dando". Ni la civilización, ni los logros de la medicina moderna, ni los grandes avances en cualquier otra rama, se han dejado de la espontaneidad.
Todo logro significativo de la humanidad, lleva tras de sí una enorme planificación; aún las de un artista consagrado, ya había sido terminadas en su mente antes de que comenzaran. Ni se diga de los grandes inventores, entre ellos Edison, que se estima fracasó más de 10,000 veces antes de lograr la luz de ese bombillo eléctrico que, por lo menos en su mente, había encendido ya. Por eso, mejor no confundir deseos básicos con ambiciones de mayores consecuencia y estabilidad en la vida.
Cierto que al final todos somos mamíferos, y que en nosotros reinan y se entronan los instintos a tal punto que las mismas fieras no compiten con nosotros en el grado de brutalidad que a veces desplegamos. Ese tipo de deseos son como la leña y combustible de la vida; no solo de los hombres, sino también del resto de criaturas. A nosotros, sin embargo, se nos ha beneficiado con un fuelle que llamamos la razón. Ese fuelle aviva llamas de esas fuerzas vivas para el logro y la realización; pero también está allí para el control del grado y del calor, para que no se carbonice y se consuma inútilmente cualquier emprendimiento de esos que debe, necesariamente, comenzar primero con la voluntad y se transformarse luego, bien encaminado, en la realización final del hombre.
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