Proceso
La cultura de la libertad
- Andrés Guillén [email protected]
... la libertad se dibuja a nuestro alrededor con la fluidez de nuestras acciones, creando su original y autóctona razón y sin aceptar otra limitación que nuestros propios instintos y facultades.
Somos libres de pensar, actuar y querer, pero ¿nos equivocamos al creernos verdaderamente libres? Foto: Archivo.
La libertad es una forma de vida humana que proviene de nuestra inteligencia, o sea, es la razón viviente que todo ser humano utiliza para enfrentarse al mundo que lo rodea, siempre libre, sin ser prisionero de su existencia o esencia, siendo este planteamiento el primer sentido dado a esta excelsa palabra “libertad”: la libertad del pensamiento, pues pensar es razonar.
Pero, por fuerza de nuestra naturaleza, existimos en el mundo y en el tiempo, haciendo de estas dos realidades circunstanciales entre tantas otras, los referentes que afectan y orientan nuestra conducta personal.
Es allí donde radica la segunda interpretación de esta misma palabra: la libertad de acción para decidir lo que vamos a hacer, por cuenta y riesgo propio, a pesar de existir también un estado colectivo de decisiones comunitarias que no siempre coinciden con la individual.
Estas decisiones colectivas que se aplican y operan en una sociedad, opuestas a la de un individuo determinado, igualmente son parte de la vida humana y de su libertad por aquello de que mi libertad acaba donde comienza la de los demás.
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Somos conscientes de nuestros deseos y voliciones, a pesar de las circunstancias que las determinan y limitan, lo que nos lleva al tercer significado que le damos a dicha palabra: la libertad de la voluntad.
Somos libres de pensar, actuar y querer, pero ¿nos equivocamos al creernos verdaderamente libres?
Más que su pasado, es el destino humano como horizonte simbólico, lo que pone a la humanidad al frente de esa cultura de la libertad, no tanto como realidad espiritual sino como proceso intelectual continuo que nos hace libre, porque nacimos para liberarnos, en primer lugar, de nosotros mismos, de lo que Ortega y Gasset llama nuestra “más íntima esclavitud”.
Como idea filosófica occidental, el prototipo de la libertad emana del pensamiento griego, desde Parménides y los otros filósofos presocráticos hasta Aristóteles, en una operación transitiva de depuración democrática que ha llegado hasta nuestros días, con consecuencias políticas y económicas que le han dado un valor fundamental.
Pero, además, el antes mencionado proceso continuo y cultural de la libertad es necesario por ser el nexo entre nuestro pasado colectivo y nuestra propia libertad, ilimitada y absoluta, en el sentido previsto de tener que conquistarla diariamente.
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Esto supone un trabajo o forma de vida personal y social con todos los elementos culturales a nuestra disposición para lograr la mayor libertad posible de cara a nuestras circunstancias.
Por eso, aplicar la generalidad de una “cultura” a casos de conducta individual es cosa tremebunda porque ese pensar, actuar y querer de la libertad tiene a sus espaldas lo que ya hemos hecho y sido personal y culturalmente, sin ninguna otra carga normativa que no sea esa trayectoria de experiencias previas subjetivas.
Así como nadie puede saltarse fuera de su sombra, la libertad se dibuja a nuestro alrededor con la fluidez de nuestras acciones, creando su original y autóctona razón y sin aceptar otra limitación que nuestros propios instintos y facultades.
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