Políticos
La ceguedad de los complejos de grandeza
- Arnulfo Arias O.
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Ayudemos, pero sin condenación alguna, a esos grandes sectores de la población necesitada que a diario viven en la tolerancia natural de la miseria y adoptan como suyos Estados insalubres, ante el ojo cómplice de nuestra sociedad...
Siempre lo he pensado.
Vivimos en una sociedad compleja; seccionada, si se quiere, entre los que no piensan más allá de aquella vida que se desarrolla a diario al interior de sus paredes propias y aquellos que viven permanentemente realidades que, hasta que no se conocen, no se pueden sospechar si quiera.
Algunos de esos seccionados, alienados de la realidad de la nación, han llegado a caer en ese sueño que reviste alguna ceguedad parcial y parecen girar solo en torno al eje de un trapiche que deja a los demás, el puro afrecho de sus mentes limitadas, condicionadas por el sitio de confort de no pensar luego de los límites de sus realidades propias en nuestra sociedad.
Pozos de mentalidad anegada en los que solo beben agua ellos mismos.
Incluyo en ese grupo, desde luego, a tanto ególatra activista enceguecido que trata de integrar supuestos grupos que hablan por todos los demás, pero que no cuentan más que con su propia voz.
Personas a quienes el lodo de la necesidad social de nuestra patria, nunca les ha pasado por la suela escasa y fina de calzados europeos.
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Se aboga desde cumbres amplias y refrigeradas por un supuesto cese de la corrupción rampante; se hacen proclamas muy vistosas castigando el vicio colectivo del alcohol que sufren duramente los sectores más necesitados; se condena la insalubridad y la disposición de la basura en barrios marginales que hoy alcanzan tolerancias amplias hacia los estados insalubres que la propia vida los obliga a tolerar.
Pero ese cúmulo vacío de frases y moralidad torcida que proviene de sectores que no entienden la marginación social, porque ellos mismos se encuentran marginados dentro de una cómoda ignorancia de nuestra realidad como nación, parece no entender que cientos, y hasta miles, de muchachos en edad escolar deben caminar horas enteras muchas veces para recibir educación, atravesando a diario los caminos polvorientos en verano o anegados en el fango en la estación lluviosa.
Aspiran esos grupos impolutos, eso sí, a una nación supuestamente incorruptible, pero no se toman la tarea lineal de atender primero los estómagos necesitados de muchos de los miembros de nuestra población.
Parece que hasta rasgan sus costosas vestiduras cuando un pobre desafortunado de esos, con el intestino muy pegado al espinazo, acepta recibir algún saco de arroz.
Se olvidan, palaciegos como son, que en muchos de nuestros hermanos compatriotas rige es el principio de "como-del verbo comer-, luego pienso, luego existo". Exigirle sacrificios y templanzas espontáneas a aquellos que primero necesitan alimento, es el peor insulto de moralidad incipiente y deformada.
Muchos dirán que nada justifica esos niveles inapropiados de templanza escasa, pero se les debe recordar que la satisfacción del hambre y la necesidad es primordial antes de que exista la edificación moral incorruptible y firme.
Muestra de ello está marcada hasta en la propia historia de la humanidad cuando, en casos extremos, los padres han llegado a devorar hasta a sus hijos para acallar los gritos muy primarios de su estómago animal (ver los horrores de canibalismo en el sitio a Leningrado entre 1941-1944, por ejemplo).
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Pensemos, pues, realísticamente, que la moralidad idealizada se prolonga tanto como el tracto digestivo satisfecho.
Pensemos sí, primero en dar una salud muy plena a nuestra población; en enseñar, después, por medio de la educación, formando buenos ciudadanos, que entienden de la solidaridad, porque a diario la reciben.
Ayudemos, pero sin condenación alguna, a esos grandes sectores de la población necesitada que a diario viven en la tolerancia natural de la miseria y adoptan como suyos Estados insalubres, ante el ojo cómplice de nuestra sociedad, porque carecen muchas veces de toda sanidad más básica.
Dotemos a nuestros docentes de herramientas salariales que no solamente les permitan adentrarse en los rincones apartados de nuestra geografía, sino en las mentes jóvenes de nuestras poblaciones más necesitadas, para convertirse así en un elemento sanador y que los edifica.
Propiciemos la familia nuclear -conformada por parejas que se unen por vínculos civiles y hasta religiosos, cuando así lo quieren.
Logradas todas esas metas, pensemos, entonces, en hacer rigores de las penas para que la corrupción no sea rampante, habiendo comprendido ya la causa misma y la raíz probable del problema.
Abogado
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