Josefa la alanjeña del Chiriquí Viejo
- Stanley Heckadon-Moreno (opinion@epasa.com)
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A inicios de la década de 1950 asistía al Colegio Javier en el barrio de San Felipe, Panamá. Al comenzar a soplar el norte me ...
A inicios de la década de 1950 asistía al Colegio Javier en el barrio de San Felipe, Panamá. Al comenzar a soplar el norte me ...

A inicios de la década de 1950 asistía al Colegio Javier en el barrio de San Felipe, Panamá. Al comenzar a soplar el norte me alegraba. Era inicios de verano y fin de clases. Hora de volver a casa.
Caro era viajar en avión, 7 dólares, así que le pedía a mi primo Roberto Anguizola Moreno que uno de sus camiones ganaderos, al regresar vacío a David, me diese el aventón. Río Hato era el término de la carretera de cemento. De allí era de cascajo de río, lodo en invierno, polvo en verano. Sin tropiezos, un camión hacía el viaje en un día. Con percances, hasta tres.
En David arreglaba para llegar hasta la finca de mis abuelos a orilla del selvático, caudaloso y cristalino Chiriquí Viejo.
Allí se asentaron en 1905, expulsados de Alanje tras la guerra de los mil días. Al apearme del caballo o desembarcar del bote Josefa Caballero de Moreno me abrazaba "Mijito-decía- regresaiste!". Luego me entregaba dos regalos hechos con sus encallecidas manos. Una colcha tejida con retazos de telas de varios colores para mi cama y una totumita de calabazo para la tablilla del tinajero.
"Mamachefa", como le llamábamos, presumía haber nacido en el cantón de Alanje, en tiempos de Colombia, 1880. Chiricana raizal, trabajadora, religiosa, devota del cristo de Alanje. Con ella aprendí el rosario ante La Limeña, santa traída por un ancestro que a Perú fue a prestar el servicio de las armas del rey, cuando el Istmo fue de ese virreinato. Me inculcó la cortesía campesina y la caridad cristiana. Decir buenos días o buenas noches en casa, en la ajena o al topar gente por los caminos.
Nuestros libros de historia nacional eran aburridos. Dramáticas las historias de mi abuela, cuyos eventos le servían para marcar el pasado. Cuando Alanje, esto es Chiriquí, fue remota frontera de guerra contra piratas y miskitos. De las guerras civiles colombianas, de una naturaleza violenta con sus terremotos, inundaciones y sequías. Sobre años de buenas cosechas, de curaciones milagrosas y pestes detenidas por intervención divina.
Al pedirme un favor hacía todo por complacerla. Salvo una vez.
Tras un duro día de trabajo, tíos, primos, parientes, amigos y peones nos sentábamos en el barranco del río a echar cuentos sobre temas vitales del campo: las cabañuelas, señal si el año sería lluvioso o seco, fases de la Luna, del mejor tiempo de siembra, mareas para viajar y pescar o pleitos a machete en fiestas patronales de caseríos.
Pero los más apasionantes eran los amenazantes seres supernaturales rodeaban al hombre: El demonio, espíritus, duendes, la tulivieja, el cadejo y el salvaje; sobre todo, acerca de las brujas. Volaban de noche, perdían al caminante, tejían el rabo a los caballos, majaban la gente dejándoles moretones en la piel. Estaban las iniciadas y las reinas malignas, poderosas.
A los 9 años era buen jinete y conocedor de los caminos, así que debía hacer mandados a los caseríos.
Un día, en su arcaico voceo, dice mi abuela: "Mijito, quiero que vos vayáis onde tu tío Nicho a traer una leche pa' un bienmesabe". Ensillé mi viejo caballo Pascual y a los tientos de la montura amarré el garrafoncito. Vivía el tío a la vera del camino de Majagual bordeando la Ciénaga de la Peje Perro, viejo ramal del río. Ramal del río se llenaba de agua en invierno. En invierno se anegaba al desbordarse el río y en verano sus charcos daban refugio a miles de aves y lagartos. Se decía aquí vivía una bruja.
Eché a andar. Entro a la montaña y en vez de fijarme en el terreno, miraba la copa de los árboles en flor, los tucanes, loros y monos. Súbito me rodean bejucos y monte. ¡Había perdido el camino! Al buscar salida siempre quedaba frente al mismo palo de espavé. Debía romper el hechizo según los pasos memorizados para este peligro. Sin apearme, me puse la camisa al revés. Busqué salida, nada. Hice lo mismo con el calzoncillo y el pantalón, tampoco. Me viré las medias y el zapato derecho me lo puse en el pie izquierdo y viceversa, igual. Era seguro enfrentaba la mera reina de las brujas. Finalmente me coloqué al revés el sombrero de pita que me había tejido Pablo, el guaymi. Busqué rumbo y súbito ahí estaba el camino, cerquita.
A galope pasé por la tranca de la cuadra. Pregunta mi abuela porque traía la ropa mal puesta. Le dije que por una bruja.
¿"Trajistéis la leche"? Dije que no, que se había quedado donde el tío.
"Mijito, vos tenéis que ir buscarla, el fogón está listo!". "Abuela-contesté decidido-esta vez me escapé de milagro, pero si vuelvo de seguro la bruja estará aguaitándome y de seguro no me dejará escapar. Mande a otro primo".
Científico
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