Jirones de mi infancia
Publicado 2004/07/02 23:00:00
Corríamos sin preocupación por las anchas calles de mi barrio, perfectamente cementadas. La lluvia caía sobre el caliente suelo, envolviendo el ambiente en humeante serenida. Corríamos en el Colón parisino hasta calle primera, en competencias de ida y vuelta. Libres al viento, mirando al cielo y empapados de la lluvia; descalzos, sin temor a herirnos o ensuciarnos.
Más tarde, cuando la lluvia caía con frenesí, salíamos en pos del baño natural que nos regalaba el cielo; todos los vecinos aprovechábamos el instante para divertirnos bajo la amigable lluvia, compañera inseparable de todos nuestros juegos infantiles. Mi abuela, sentada en su vieja mecedora, nos lanzaba de cuando en cuando su regaño invariable: "Muchachos condenados, se van a partir la pata". Y por allí íbamos, detrás de una cometa o una patineta, hechas ambas con útiles mellados. Alguna que otra pelea de chiquillo a trompadas limpias, ausentes de armas blancas o negras. Lo más cercano era el revólver de papelillo. ¡Dios mío, cómo extraño aquel "¿Mirón, mirón, dónde viene tanta gente?", el "Simón dice" o el "Café, Café, pa" cada uno". Inocencia que ya no volverá. El día se consumía entre juegos de "la tiene" y "la lata" el "ulá u" o brincando la soga o jugando "scrach". El deporte universal era "la bolsita" y el "bate con fly". En lugar de fútbol jugábamos canicas, y el juego de las niñas era el popular "yax" o el cocinaíto. El mayor de nuestros pecados era jugar a "mamá y papá", que muchas surras nos costó.
El televisor era un lujo que apenas acariciábamos y para verla, pagábamos la astronómica suma de diez centavos a doña Josefina, la rica del barrio, para que nos permitiera ver desde la rejilla de su cuarto la magia de la TV que con plásticos verdes o amarillos, sobre la pantalla, simulaba un televisor a colores. Escenas sobre el mismo escenario que hoy se presenta sangriento y petulante, teñido de la hiel que corroe los sentimientos y nos vuelve impotentes, pequeños, diminutos para alcanzar respuestas. Las calles ya no son las mismas. Hoy caminé por esos caminos de ayer y ni la lluvia al caer levantaba el viejo pero agradable olor a naranjos de mis años mozos. Mis pasos por el barrio que me vio nacer se cubrieron de dudas y temores; mis pasos firmes y confiados se volvieron tímidos y vacilantes. No encontré amigos ni vecinos en aquellos cuartos de Demetrio Herrera Sevillano; no encontré recuerdos, tan sólo una ciudad bulliciosa y preñada de olvido.
Más tarde, cuando la lluvia caía con frenesí, salíamos en pos del baño natural que nos regalaba el cielo; todos los vecinos aprovechábamos el instante para divertirnos bajo la amigable lluvia, compañera inseparable de todos nuestros juegos infantiles. Mi abuela, sentada en su vieja mecedora, nos lanzaba de cuando en cuando su regaño invariable: "Muchachos condenados, se van a partir la pata". Y por allí íbamos, detrás de una cometa o una patineta, hechas ambas con útiles mellados. Alguna que otra pelea de chiquillo a trompadas limpias, ausentes de armas blancas o negras. Lo más cercano era el revólver de papelillo. ¡Dios mío, cómo extraño aquel "¿Mirón, mirón, dónde viene tanta gente?", el "Simón dice" o el "Café, Café, pa" cada uno". Inocencia que ya no volverá. El día se consumía entre juegos de "la tiene" y "la lata" el "ulá u" o brincando la soga o jugando "scrach". El deporte universal era "la bolsita" y el "bate con fly". En lugar de fútbol jugábamos canicas, y el juego de las niñas era el popular "yax" o el cocinaíto. El mayor de nuestros pecados era jugar a "mamá y papá", que muchas surras nos costó.
El televisor era un lujo que apenas acariciábamos y para verla, pagábamos la astronómica suma de diez centavos a doña Josefina, la rica del barrio, para que nos permitiera ver desde la rejilla de su cuarto la magia de la TV que con plásticos verdes o amarillos, sobre la pantalla, simulaba un televisor a colores. Escenas sobre el mismo escenario que hoy se presenta sangriento y petulante, teñido de la hiel que corroe los sentimientos y nos vuelve impotentes, pequeños, diminutos para alcanzar respuestas. Las calles ya no son las mismas. Hoy caminé por esos caminos de ayer y ni la lluvia al caer levantaba el viejo pero agradable olor a naranjos de mis años mozos. Mis pasos por el barrio que me vio nacer se cubrieron de dudas y temores; mis pasos firmes y confiados se volvieron tímidos y vacilantes. No encontré amigos ni vecinos en aquellos cuartos de Demetrio Herrera Sevillano; no encontré recuerdos, tan sólo una ciudad bulliciosa y preñada de olvido.
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