Identidad y libertad
- Andrés L. Guillén / [email protected]
Como señalan los budistas, uno nunca se baña en el mismo río, porque sus aguas fluyen y cambian continuamente. Igualmente pasa con nuestra identidad personal o la de un país, que como el río siempre evolucionan con el tiempo y las circunstancias, pero guardando su particularidad.
Nada en el tiempo permanece idéntico a sí mismo, aun cuando la identidad es una relación libre y permanente de una cosa consigo mismo, idéntica a sí misma y a ninguna otra, solo sujeta a sus circunstancias. Por eso la identidad es única, identifica y da individualidad, hasta en casos de gemelos monocigóticos, físicamente idénticos, pero cada cual distinto como persona.
No obstante, esa individualidad solo adquiere su identidad en el presente, cuando existe ante sí misma, porque esta varía constante y libremente con el fluir del tiempo.
Como señalan los budistas, uno nunca se baña en el mismo río, porque sus aguas fluyen y cambian continuamente. Igualmente pasa con nuestra identidad personal o la de un país, que como el río siempre evolucionan con el tiempo y las circunstancias, pero guardando su particularidad.
Si bien toda identidad supone esta unicidad del ser, ella también tiene un sentido más amplio, cuando se refiere cualitativamente a la afinidad de puntos de vista, de gustos u objetos similares.
Esta “identidad cualitativa”, para identificar similitud entre opiniones u objetos diferentes, nunca es absoluta (solo un rasguño diferenciaría dos autos exactos del mismo año, modelo y color) y es tan relativa como la primera, pues en ambos casos nada nos dice de su esencia, salvo la igualdad de su contenido consigo mismo.
Pero pretender pasar ontológicamente de identidad a esencia, es como concluir la existencia de Dios a partir de su definición, máxime si la identidad solo habla de apariencias superficiales.
La esencia del humano (como la de Dios) es mucho más compleja, resultado no de su identidad, pues no procede solo de esta, sino de su existir en el presente, que incluye lo que ha sido en el pasado.
Pero ¿cómo coexisten esencia, identidad y libertad?
Algunos de los ingredientes evolutivos de estos tres conceptos, en el caso humano, incluyen cuerpo y alma (los medios de su existencia e individualidad); el país y sociedad que habita (su realidad circunstancial); y lo que no depende del humano (su destino), elementos que le dan una condición trágica a la vida, al ser lo que somos porque tenemos que serlo.
¿Pudo Judas Iscariote detener su traición? ¿Pudo Hitler ser distinto bajo las circunstancias que le tocó vivir? ¿Pudo el general Noriega liderar con visión patriótica, ser un gobernante ejemplar panameño?
Somos irremediablemente nuestro destino, no bastan nuestros buenos deseos, sin que esto sea una afirmación fatalista de un predeterminismo dilatado en el tiempo, como una cadena única y continua de causas. El destino es imprevisible, porque solo existe en el presente, que ni pasado ni futuro pueden determinar o dirigir.
Así toda maldad y todo acto perverso proviene de un ser incapaz de actuar libremente, sin contradecir su realidad. Liberarse de sus circunstancias es un acto, no de fuerzas impersonales, sino un drama que vivimos a diario, cada uno de nosotros.
Asimismo, la identidad y la libertad nos liberan de la amoralidad de los hechos, para bien o para mal.
Exdiplomático
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