Opinión
¿Has oído la voz de Dios?
- Mons. Rómulo Emiliani cmf
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Es cuestión de escuchar a Dios en los alcoholizados, en los drogadictos, también son millones.

No creo que en esta vida escucharás al Señor como cuando la gente de galilea lo oía con ese sonido articulado, profundo, majestuoso y sereno del galileo, hijo del carpintero. Esa voz seducía los corazones, cautivaba aún al más reacio a la presencia de Dios. Hacía temblar de miedo y de rabia a los fariseos; hacía huir a los demonios. Sanaba a los enfermos y resucitaba muertos. Tuvo que haber sido impactante haber visto al Salvador, escuchar sus parábolas, presenciar cuando levantaba a un paralítico, o resucitaba al hijo de la viuda de Naín. O se enfrentaba a un endemoniado y lo liberaba del maligno.
Pero sí lo puedes escuchar en los lamentos y gritos de los niños que son asesinados antes de nacer. Y son millones. En el grito de la madre que llora al ver su hijo que no tiene qué comer. Y son millones de mujeres que claman y gimen de dolor por eso. Hay un grito melancólico y desgarrador de los niños famélicos que se acostumbran a mal comer, sin los nutrientes adecuados, y crecen con tantas taras y marcados para siempre. Y son millones los niños desnutridos. Hay un grito de dolor, de lamento, por la violencia estructural ejercida, donde las víctimas son los millones de marginados, los pobres que existen. Gente que en promedio come una vez al día. Sin acceso a la salud, al agua potable, a escuelas. En todos ellos y a través de ellos habla el Señor, grita, llora. "Quien me dé comer, de vestir, de beber, quien me vaya a ver cuando estés enfermo, o en la cárcel, vendrá conmigo al cielo". En todos ellos está Dios llorando. En todos ellos está Dios gimiendo. Es cuestión de escuchar la voz de Dios en los que sufren.
Es cuestión de escuchar a Dios en los alcoholizados, en los drogadictos, también son millones. Es cuestión de escuchar a Dios llorar en las víctimas de las guerras: las viudas, los huérfanos, en los inválidos y mutilados por efecto de los bombardeos y toda la metralla que mata muchísima gente. Hay un grito y un lamento en las cárceles por el hacinamiento, la tardanza en los juicios, la desesperación de muchos. Hay un grito pronunciado por las víctimas de asesinatos, robos, fraudes.
No me digas que no escuchas la voz de Dios en medio de tanta gente que sufre. Ahí está el Señor dentro de cada uno de ellos. Hay que tener oídos para oír, ojos para ver, porque el drama humano es tremendo, terrible y Dios se manifiesta en cada persona que está clavada en su cruz. Hay que saber escuchar.
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