Cartas desde el frente europeo
"Entre pesares y entidades"
Pero todos esos pesares quedan anulados por entidades más grandes e importantes. La esperanza y la alegría. Estas dos virtudes son, a mi parecer, las encargadas de llevarnos a todos a un puerto seguro.
- Alonso Correa
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- - Publicado: 05/5/2020 - 12:00 am
También me abruma la rabia. Rabia por tener que salir a la calle y observar a los comercios pidiendo auxilio. Foto: AP.
La envidia. La envidia es pecado. La envidia mata el alma. La envidia corroe al ser que la siente. La envidia es la desdicha de no tener algo que se desea. La envidia puede ser mala, sí, pero también puede, a veces, mostrarte la realidad en la que estás viviendo. Enseñarte todo lo que padeces. Iluminar aquello que te daña escondido entre las sombras.
Siento envidia. Envidia de lo que me rodea. Envidia de lo que veo. Envidia de la forma de llevar esta crisis. Envidia de la planificación y liderazgo. Envidia de tener fechas concretas. Envidia de la solidaridad. Envidia de como lo hacen otros países. Siento envidia porque sé que se pudo haber evitado la hecatombe. Conozco la capacidad que tenemos.
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Lamentablemente, ciertos grupos políticos decidieron poner su agenda antes que al pueblo. Un pueblo que, ciegamente, confió en ellos. Ahora a más de 24 000 familias les hacen falta miembros. Un abuelo, una tía, un primo, un padre, una hermana; esta crisis se los llevó a todos y aún parece que los de arriba no quieren darse cuenta del dolor que inunda las ciudades. El dolor que han causado y el que falta por llegar. Dolor que han tratado de esconder detrás de las risa de los niños en la calle. Detrás de la alegría de aquellos que salen del encierro. De los que disfrutan de la “nueva normalidad”. De los que están satisfechos con esto.
También me abruma la rabia. Rabia por la incompetencia. Rabia por todos aquellos que se han quedado atrás. Rabia por las residencias y hospitales abandonados a su suerte. Rabia por tener que salir a la calle y observar a los comercios pidiendo auxilio. Rabia por toda la información escondida y omitida. Rabia por los medios que no hacen su deber. Rabia por los médicos y enfermeros que día tras día luchan esta batalla sin los materiales necesarios. Rabia por no haber tomado medidas antes.
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Tengo miedo. Miedo de lo que va a pasar. Miedo por el futuro tan oscuro que se nos viene encima. Miedo de la nube de lluvia en el horizonte. El miedo crece en mí. Se alimenta de todo lo que veo. De lo que sucede cada hora. De la inexperiencia que demuestran todos los encargados de resolver esto. Me aterra el pensar que los que no han demostrado nada a nadie tengan el poder, tanto aquí como allá. Asusta lo mucho que pueden llegar a hacer aquellos a los que la avaricia ha cegado. Utilizar su influencia para llevar a cabo sus tétricos planes. Manejan el pesar y pánico para llenarse los bolsillos a costa de una población encerrada.
Y son los que se quedan en casa los que más sufren. Los que no pueden hacer nada para cambiar su futuro. Los que, por culpa de la mala gestión, no pueden salir. Son aquellos que aún no pueden sacar una buena moraleja de todo el caos en el que estamos inmersos.
Pero todos esos pesares quedan anulados por entidades más grandes e importantes. La esperanza y la alegría. Estas dos virtudes son, a mi parecer, las encargadas de llevarnos a todos a un puerto seguro. Lejos del huracán de problemas que tenemos detrás. Deben ser las herramientas que utilicemos para distanciarnos del monstruo que ha entrado a nuestras casas. Dejarse ganar y decir que todo está y seguirá estando mal es la manera sencilla de ver esto. Lo difícil es mantenerse positivo. Es nuestra obligación no olvidar que la esperanza en un futuro mejor es lo último que se pierde y saber que la felicidad es el camino, no la meta.
Estudiante panameño en España.
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