Enseñar, aprender y ser en el siglo XXI
... una educación cada vez más centrada en la indagación, la crítica y el auto-aprendizaje; una educación cada vez más flexible, una educación que entiende que su fin no es formar profesionales de éxito sino una que se integra a la vida en un continuum de aprendizaje significativo y permanente y procura generar seres humanos con humanidad creciente.
- Gregorio Urriola Candanedo
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- - Publicado: 22/8/2021 - 12:00 am
Una educación participativa, donde quien aprende es la comunidad, y la división casi clasista entre docentes y discentes, entre escuela y sociedad, se pierde a medida que avanzamos de los niveles inferiores a los superiores del sistema. Foto: EFE.
La pandemia del coronavirus, declarada en marzo de 2020, ha exacerbado en términos inimaginables las contradicciones de las condiciones de vida de la Humanidad en las primeras décadas del siglo presente. Obviamente, las sanitarias, y educativas, esto es, las que tienen que ver con la reproducción social, pero igualmente las productivas: en particular las del trabajo y los ingresos. Esta situación inédita en sus proporciones, pero no completamente imprevisible, incluso ha trastrocado el imaginario cultural, y con ello tendrá también consecuencias en los planos políticos e institucional.
El confinamiento primero, y el distanciamiento social como medidas primarias de bioseguridad luego, impusieron un frenazo en los sistemas educativos, impactando de manera virulenta y con fuerza inversamente proporcional a los hogares, según su condición de ingreso y su puesto en la pirámide social. Lo propio ha ocurrido en el plano económico, donde la acumulación previa de capitales y el nivel de ingreso mayor, sin duda, amortiguó la abrupta caída del proceso de generación de riqueza nueva.
Pero en uno y otro plano, el dato más visible ha sido los abismos de inequidad que reinan en la sociedad, especialmente en aquellas como la panameña donde este rasgo de inequidad era y es profundamente estructural.
El proceso de vacunación avanza parsimoniosamente, pero no es aventurado pensar que el próximo año Panamá habrá alcanzado un nivel de inmunización social que al menos, en el plano educativo, permita el retorno a ciertas formas de impartición de clases en las aulas, imperativo cultural y mental, en especial, para los más pequeños.
Todo esto es de sobra conocido, pero lo recalco ahora para poner de relieve que, a sabiendas de tales informaciones y sus dinámicas, no contamos con un plan de transformación educativa, así como no contamos con un plan a mediano plazo de reactivación económica.
Y, sobre todo, no contamos con un presupuesto maestro que conecte esos dos planes, indisolublemente ligados, pues sin buena reproducción social (salud, educación, seguridad social) no habrá una reactivación económica que nos saque del atolladero y nos lleve a plano superiores de bienestar.
En ese sentido esto es un reto casi ineludible, e igualmente una oportunidad para reconfigurar un sistema de educación que dista de habernos dado buenos resultados. Por ello, más que volver a la antigua normalidad educativa, debemos hacer lo imposible por inventar una realidad educacional realmente distinta, radicalmente nueva, innovadora, en todos los estadios del proceso de enseñanza –desde el parvulario a la universidad- y en todos los ámbitos y modalidades.
Para que esta re-invención ocurra debemos asumir socialmente las premisas y las consecuencias de unas creencias débilmente ancladas en la psiquis del panameño: la Educación es un Derecho, como son derechos inalienables la Salud y el Trabajo. Y, por tanto, si hay que hacer "ajustes", no puede ser a costa de sacrificar tales derechos.
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Lo nuevo, lo correcto y lo realmente eficiente es ampliarlos, por ejemplo, declarando la gratuidad de la enseñanza superior, como también y correlativamente la universalidad de la seguridad social. Bajo tales parámetros deben reorganizarse las fuerzas sociales y reconstruir todo el andamiaje institucional, hoy capturado por una ideología del lucro y del individualismo perversa.
Nuestro gran aliado son ciencia y tecnología, pues como quedó demostrado en el "apagón pandémico", fueron la ciencia y la tecnología no solo la que nos salvaron de un desastre humano mayor, sino que todas las soluciones –desde la trazabilidad al bono solidario- pasaron por activar los mecanismos del empleo de las TIC's y otras tecnologías emergentes.
Pero ciencia y tecnología no son básicamente protocolos y aparatos. Ciencia y tecnología son primeramente gente, gente preparada y con conocimiento instalado en sus cerebros que puede accionar de una cierta manera e incluso criticar la autoridad científica establecida, llegado ese extremo.
Y esto no solo en el plano de la alta ciencia. No. Ha sido la pobre cultura científica del panameño –y de enormes masas de jóvenes en el mundo entero- uno de sus peores enemigos como ha puesto de manifiesto localmente la reluctancia de muchos grupos a vacunarse o la tragedia de la educación sexual y reproductiva.
En este escenario complejo y de alto riesgo (que tenderá a hacerse "lo normal", como ya anuncian los epidemiólogos, el cambio climático y la velocidad de la cuarta revolución tecno-científica), ¿qué tipo de educación se hace necesaria?
Los más advertidos lo han puntualizado desde fines de los años '90: una educación cada vez menos centrada de repetir datos y fórmulas, y, por tanto, más centrada en la indagación, la crítica y el auto-aprendizaje; una educación cada vez más flexible, y, por lo tanto, alejada del "sistema de reproducción fordista" en aulas y espacios de hierro y concreto confinados como "fábricas de diplomas"; una educación que entiende que su fin no es formar profesionales de éxito sino una que se integra a la vida en un continuum de aprendizaje significativo y permanente y procura generar seres humanos con humanidad creciente.
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Una educación realmente participativa, donde quien aprende es la comunidad, y la división casi clasista entre docentes y discentes, entre escuela y sociedad se pierde a medida que avanzamos de los niveles inferiores a los superiores del sistema.
Docente y gestor universitario. Director de FUNIBER Panamá.
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