El miedo a pronunciar mi nombre
En torno a la vida familiar del Dr. Arnulfo Arias M.
- Arnulfo Arias O./[email protected]/
...cuando el presidente preguntó quien se atrevió a tirar las piedras, alguno de los militares de la escolta le responde, confundido: "Señor Presidente, nos han dado informes de que Arnulfo Arias ha tirado piedras a su carro, Señor". Nunca supe la respuesta de Lakas,... mucho fue el disgusto de mi padre, y el deleite y rebeldía de mi madre...
Crecí, en mis primeros años, en medio de un ambiente políticamente hostil y represivo; no porque viviera en mi hogar tal represión, sino porque la sombra de la dictadura militar se enseñoreaba en ese entonces de las riendas de gobierno del país entero y de nuestra propia sociedad.
Vine al mundo para encontrarme inmerso en un entorno en el que decir mi nombre -Arnulfo Arias- en público era un pecado capital reprendido duramente por la dictadura.
Así, se me incentivó tal vez desde la más temprana edad a observar cierta cautela al pronunciar mi nombre, o a susurrarlo muy calladamente en público, cubriéndome la boca, como si fuera un secreto que no era apto para el público.
La verdad era que aquel que osara proclamar públicamente, en ese entonces, un "¡viva Arnulfo Arias!" sin duda que era silenciado a punta de tolete, o encerrado en calabozo en ese instante.
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Mi madre, una roca y una fortaleza, había decidido, en contra de la voluntad de mi papá, sin duda, ponerme el nombre de pila de mi abuelo.
Así, aprovechó que mi padre se encontraba escondido en la Zona del Canal -huyendo de la mano férrea de la dictadura.
Y en ese lejano pero atesorado David de entonces, cuando el amable Dr. Carlos Cuestas me recibió en el salón de partos en ese hospital de mi tío el Dr. Gonzalo González Ruiz, y probablemente preguntó a mi madre "hija a ver y ¿cómo le vas a poner a este muchachote, el sexto tuyo ya?", ella probablemente proclamó "Arnulfo Arias", como un sincero grito de batalla y rebeldía que debió tirar todo instrumento de las manos temblorosas de los instrumentistas de esa sala silenciosa.
Crecí, pues, en medio de un conocimiento trágico y absurdo de que decir mi nombre en público era un sacrilegio político de graves consecuencias y un atrevimiento social de rebeldía.
Recuerdo, por ejemplo, una revelación temprana de ese hecho cuando, estando un verano la familia entera en Playa Blanca, en la entonces casa de verano de mi abuelo, de la que hoy quedan solo ruinas.
En la noche, la muchachada que se encontraba haciendo travesuras por el barrio, decidimos escondernos y tirar piedritas a los carros que pasaban.
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Sin sospecharlo nosotros, dio la casualidad de que uno de esos carros era el del entonces presidente Demetrio Basilio Lakas.
El vehículo, y sus escoltas, detuvieron de inmediato la marcha -para sorpresa nuestra.
Rápidamente indagaron los hechos y cuando el presidente preguntó quién se atrevió a tirar las piedras, alguno de los militares de la escolta le responde, confundido: "Señor Presidente, nos han dado informes de que Arnulfo Arias ha tirado piedras a su carro, Señor".
Nunca supe la respuesta de Lakas, pero probablemente mucho fue el disgusto de mi padre, por un lado, y el deleite y rebeldía de mi madre, por el otro.
Abogado.
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