La entrevista
El Pintor y La Modelo
- Stanley Heckadon-Moreno (Antropólogo)
En mi carrera he entrevistado centenares de personas. Una muy inusual fue en 1983. Estaba desempleado y volcado por completo a terminar mi tesis doctoral, sobre campesinos
En mi carrera he entrevistado centenares de personas. Una muy inusual fue en 1983. Estaba desempleado y volcado por completo a terminar mi tesis doctoral, sobre campesinos de Azuero, para mi universidad en Inglaterra. Una beca del Instituto Smithsonian (STRI), en Cerro Ancón, me permitía tener oficinita en el sótano, acceso a la biblioteca y los domingos, usar una hora la primera computadora que llegó al Instituto. Una enorme Wang cuyos pesados discos apenas almacenaban unas cuantas páginas.
LA CÁRCEL ESTABA REPLETA Y LA ENTREVISTA SERÍA EN EL PASILLO DE UNA GALERÍA. UN SARGENTO NOS ESCOLTA. SUBIMOS UNAS ESCALINATAS HASTA UNA GALERÍA, CELDAS REPLETAS A AMBOS LADOS. EL ESPECTÁCULO ME RECORDÓ LOS DETALLES QUE DEL INFIERNO NOS HACÍAN LOS PADRES JESUITAS EN EL COLEGIO JAVIER.
Para descansar del trajín de la tesis visitaba el Museo de Arte Contemporáneo. Un día, la pintora Teresa Ycaza pregunta si me interesaría escribir la introducción para el catálogo de una exhibición del museo titulada “Homenaje a un Arte Popular: Los Buses de Panamá”. Esto es, los pintores de los “diablos rojos”. Dije que no. Mi prioridad era la tesis y de pintores no sabía. Ella insistió. Dijo que yo acostumbraba hacer entrevistas y los pintores no serían problema. Asentí. Pedí al museo que al llegar los pintores a entregar sus obras, llenaran una breve encuesta con dirección de su casa o taller y teléfono. Se inscribieron 24 artistas. Seleccioné una muestra para entrevistarlos.
Al primero lo escogí por su dirección cerca del museo, Avenida A, El Chorrillo, y haber visto sus pinturas en varios buses. Llamé al taller. Contesta una voz dura. Al preguntar por el artista, grita “ese señor no puede vení al teléfono” y tira el aparato. Vuelvo y marco. Agria, la voz responde que “ese sujeto tá ocupa’o y no tiene tiempo pa’ vení al teléfono”. Pensé cuán malvado era este patrono que prohibía a sus obreros recibir llamadas. Pregunté el nombre de la empresa. Tan alto contesta la voz que no entendí. Le pedí repitiera. Me carajea y lento deletrea “te hablaban de L-A-M-O-D-E-L-O.” Pregunté si era taller, mueblería o chapistería. Malgeniado responde que era “La Modelo, La Cárcel Modelo” y el sujeto era detenido. Tira el teléfono. Llamo de nuevo. Sin darle oportunidad, explico la importancia del Museo de Arte, del homenaje a los pintores y la fama del artista y que iría a La Modelo a entrevistarlo. La voz cambia el tono y contesta que pediría autorización “a mi capitán jefe de la guardia de turno”. Consulta y responde: “dice mi capitán, jefe de turno, que venga el otro miércoles a las 10:00 a.m.”.
Me presenté ante La Modelo. A gritos llamaron al artista. Pregunté si había biblioteca donde conversar. Dijeron que ¿dónde creía que estaba? La cárcel estaba repleta y la entrevista sería en el pasillo de una galería. Un sargento nos escolta. Subimos unas escalinatas hasta una galería, celdas repletas a ambos lados. El espectáculo me recordó los detalles que del infierno nos hacían los padres jesuitas en el Colegio Javier. Ante la gritadera pregunto al sargento por un lugar tranquilo. El único, dijo, era al final del pasillo, al pie de una ventana que daba al patio de armas donde, entre gritos y órdenes, marchaban centenares de guardias. Buscó dos cajetas de madera para que nos sentáramos. Al despedirse el sargento me advierte que en un rato vendrían presos de confianza a barrer y trapear. Que me cuidara porque “son del otro equipo”. Se calma la galería. Aseadores y detenidos atentos a la entrevista. Algunos emitían en alto sus opiniones. La entrevista individual se torna colectiva. Comparto ahora retazos de lo que me narrase este pintor, Marco, sobre este arte popular capitalino.
“El arte es un don, algo que Dios te da. Este arte de los buses es de la capital y después se regó a otras provincias. El más viejo de los pintores es Yoyo, fue trompetista. El me orientó a mí y me metió a la pintura de buses. Antes solo trabajaba artesanías, artes para las casas comerciales. Después de que Yoyo me ambientó, yo ambienté a Monchi. Lobo fue antes que Yoyo, el primero que comenzó este ambiente popular, un estilo creado dentro del criollismo de la ciudad. También Mario Meneses, Billy Madriñán fueron hechura del maestro Yoyo. A los más viejos que han tenido alumnos les llaman maestros, a mí no me dicen porque no he tenido alumnos”.
“Comenzó con las chivitas Chevrolet, de la ruta Hospital-Chorrillo. De esa ruta pasó a la de Pueblo Nuevo, Mercado, La Boca-Balboa y sectores de afuera. Los primeros maestros fueron de Calidonia, Lobo y Mario Meneses eran de ese barrio. El arte ese vino de contrastes de colores vivos de origen antillano. El panameño no le da valor al motivo, sino por el colorido. Después de que vea el colorido, aunque no esté bien pinta’o, ni tenga sentido, el crítico popular, el pueblo, le da valor”.
En otra oportunidad compartiré la entrevista que me concedió el Leonardo Da Vinci de los pintores de “diablos rojos”, el maestro de maestros, Yoyo.
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