Arte y cultura
El maestro de los ‘diablos rojos’
- Stanley Heckadon-Moreno (Antropólogo)
En 1983, en visita al Museo de Arte Contemporáneo, la pintora Teresa Ycaza me invita a prologar el catálogo de una exhibición sobre los pintores de buses
En 1983, en visita al Museo de Arte Contemporáneo, la pintora Teresa Ycaza me invita a prologar el catálogo de una exhibición sobre los pintores de buses de la capital, los “diablos rojos”. Acepté dudoso, pues mi trabajo había sido con campesinos e indígenas. Preparé una encuesta para los artistas y escogí algunos para entrevistarlos. Al preguntar quién era considerado como el gran maestro, concordaban que era “Yoyo”. Su arte engalanaba muchos buses. Nadie supo su nombre de pila, pero sí que vivía en San Francisco de La Caleta, caserío de pescadores absorbido por la capital. Como las calles han sufrido tantos cambios de nombres, así recibí su dirección: “Donde estuvo la Plaza de Toros de La Macarena, a tres cuadras de la cevichería de la negra Serafina, bajo un palo de mango”. “Sera” era un ícono, sus ceviches los mejores de la ciudad. Uno de sus clientes, Antonio Remón Cantera, jefe de la Guardia Nacional, luego presidente de la República. Seguí las instrucciones de “Sera” y di con el taller, sin letrero, pero lleno de buses y taxis.
Con su cálida y pícara gran sonrisa, el maestro accede a la entrevista. Ello mientras dirigía a sus asistentes y sostenía ágil dime que te doy verbal con su clientela, el clásico vacilón istmeño. Por su edad y fama, lo traté de usted. “Yoyo -pregunté- cuál es su nombre de pila”. Dijo que Teodoro de Jesús Villarué. Los Villarué eran de las Antillas francesas y vinieron cuando el Canal francés. “Mira -me dice- Monchi y Tino trabajan donde los busquen. Monchi pinta los buses de La Chorrera y los de Capira. Esa es su área de trabajo. Yo estoy aquí en San Francisco, pero abarco toda la ciudad. De Colón vienen aquí, a pintá buses, prefieren venir acá. Te digo algo, he pinta’o taxis de Bocas del Toro, nuevecitos. Taxis de Chiriquí han venido aquí. Los busitos de Santiago. Los Expreso Veragüense, todos vienen donde mí porque les gusta mi estilo. Los fines de semana son violentos pa’ mí. El único día de la semana que no pinto a nadie es Viernes Santo. Ese día me pongo mi piyama”.
“Me crié en calle 16, Santa Ana, donde tenían un toldo, “La Mariposa”. Desde que me acuerdo había un señor, “Lobo”, fue de los primeros por los años 40. Pintaba busitos y chivitas. Era panameño de ascendencia antillana, de Barbados o Jamaica. Antes se le ponían a las chivitas nombrecitos llamativos en los costa’os pa’ distinguirlas de otras. Al tiempo, se hacían adornitos a los guardafangos, a la puerta, se decoraban los espejitos. Como en los 50 comenzaron a ponerles nombres y pregones y refranes en las defensas. Yo comencé en los 50. Las empresas serias no pintaban sus buses, solo les ponían números y adentro advertencias al pasajero “pida su parada a tiempo”. Este arte popular comenzó con las chivitas de gente pobre. Como en 1950 se pintaban paisajes. El dibujo grande de la puerta de atrás, es de 1955 pa’ acá. Nadie que pinta buses lo hace a tiempo completo, pintan paisajes en restaurantes, cantinas o refresquerías, vitrinas de almacén, alegorías de 3 de Noviembre y Navidad”.
“De los 60 pa’ acá la gente fue reemplazando busitos y chivitas por buses grandes. Había que cobrar más. La pintura fue subiendo y los pinceles. Los buses comenzaron a pintarse cuando pasaron a ser dueños los conductores. En 1969, el general Torrijos facilitó a los choferes adquirir buses. Cada cual hoy quiere lo mejor pa’ su carro. Los buses de paquete vienen de blanco. Lo primero es ponerles el color de fondo de la ruta, con pistola. El nombre del bus viene después a ambos lados. La gente considera necesario el nombre para identificarlos. El nombre lo escoge el dueño. El bus lleva dos paisajes, atrás y a’lante. Yo pinto a’lante primero. Las rayas laterales las hago con tape especial. Pa’ pintá los rines pongo ayudante, con pistola. Luego hago los paisajes, letreros y cortinas. Estas van adentro, en el vidrio del bus a’lante. Se pinta el mismo vidrio. Se quita la tapa al motor y se pinta aparte, con pistolas. El dibujo principal va en la puerta, atrás. Uso figuras como Athor, El Bárbaro, figuras de ciencia ficción. Eso es lo que más gusta a la juventud. Ellos disfrutan la era del futuro, del siglo moderno y quieren sentirse dentro de ese ambiente del futuro”.
“El refrán -me informó- es un mensaje que bota uno. Si es bus, va en el “bomper”, si es taxi, en el vidrio. En los buses se ponen en el de atrás, pa’ que el carro que viene atrás esté viéndolo: “El que parpadea pierde”, “Avísale a tu compadre”. Uno tiene que ingeniarse pa’ los refranes. Exteriorizan los sentimientos del dueño del bus y del taxi”. Esta conversa con “Yoyo” fue en agosto de 1983.
En 1986, llaman del National Geographic. Preparaban un artículo sobre Panamá y si podía ser guía a su reportero Charles Cobb. En mi carro fuimos a Chiriquí Viejo, al Chagres a ver el ojo de agua del Canal y la capital. Al gimnasio de El Marañón, cuna de campeones del boxeo, y al colonial barrio de San Felipe. Terminamos donde “Yoyo”. Dirigía asistentes y vacilaba con la clientela. Charlie me pide traducir. “Yoyo -dice un taxista- te pareces al papa, pero más negrito y bajito”.
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