El hombre y la mujer siempre serán
- Silvio Guerra Morales
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Parménides contradice a Heráclito y sostiene que ningún cambio ni mutación es posible. Nada vara. Todo es una unidad que permanece inalterable.
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No hay nada nuevo bajo el sol. Lo que es ya ha sido y lo que será ya fue. Pasado, presente y futuro parecieran perderse en esta afirmación del sabio Salomón y que se plasma en el Libro de Eclesiastés o Libro de la Sabiduría. Se constata en el Capítulo 1, Versículos 9 al 11: "¿Qué es lo que fué? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto es nuevo?. Ya fué en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después." Nada es nuevo.
Este pensamiento es categórico. Se trata de una paremia. Una paremia suele definirse como un enunciado, sentencia o frase, generalmente de tipo ingenioso o profundo, que invita al lector a reflexionar sobre un asunto de índole moral o intelectual. El término es de origen griego y está compuesto por las voces para- "junto a" o "a lo largo de") y oímos ("sendero", "camino"), por lo que, desde los inicios, se hacía alusión a las cosas que se dicen en el camino, coloquiales, cosas que se suelen decir popularmente.
Pueden ser espontáneas y populares (anónimas, como los refranes), o de uso culto y literario (con autor, como los adagios y aforismos). En el caso de la cita bíblica se atribuye al Rey y Sabio Salomón. Se dice que la paremiología se encarga de estudiar las paremias, desentrañar su sentido y alcance, ahondar en su significado, protecta su alcance. No debe confundirse con la hermenéutica, dado que ésta se encarga de la interpretación, generalmente de las normas, aunque bien podríamos manifestar que las paremias, en alguna medida, marcan o definen, en sus contenidos, una pauta o norma de vida. Se tienen como paremias: Los refranes, proverbios, adagios, máximas, sentencias, dialogismos, apotegmas, aforismos y muchos otros tipos de textos similares.
Desde antaño, cosa que se vislumbra en la Antigüedad griega, los primeros filósofos se ocuparon de conceptos tales como el cambio, el movimiento y el conocimiento. Pero ellos entendían que movimiento y cambio eran lo mismo, como sinónimos. Entre los filósofos jónicos destacan Heráclito, apodado El Oscuro, y Parménides. El primero de ellos sostenía que todo cambia, nada permanece igual, que no hay posibilidad alguna de ser inmutables sino que todo, absolutamente todo, muta en su espacio y en el tiempo.
"Nadie se baña más de una vez en las mismas aguas de un río", sentencio Heráclito, con lo cual explicaba que no eran las mismas aguas las que corrían cuando se intentaba el segundo baño y que la persona que intentara hacerlo por segunda vez, tampoco habría de ser la misma.
Las aguas en las que se bañó la primera vez ya habían fluido, pasado, de modo que la corriente que fluye en el río trae nuevas aguas y, en otro orden, quien se baña, por la segunda vez, tampoco es la misma persona, ya era más vieja, así sea por segundos y en su pensamiento, en su comportamiento, movimientos, también se han cambios.
Parménides contradice a Heráclito y sostiene que ningún cambio ni mutación es posible. Nada vara. Todo es una unidad que permanece inalterable. En esto pareciera haber un punto de encuentro entre Parménides y Salomón conforme a la cita bíblica ya expresada.
Pero, a quién le creemos?. A Heráclito o a Parménides?. A mi juicio, Heráclito no deja de tener razón. Ni serán las mismas aguas y tampoco la misma persona quien intente bañarse más de una vez en lo que supone o cree que son las mismas aguas de un río. Pero, en ese mismo sentido, Parménides tampoco deja de tener la razón: Que el ser es inalterable, nada cambia, no es posible el cambio. Lo único que permanece es el ser, la esencia. Los jónicos se ocuparon, recordemos, de encontrar el arjé -esencia o sustancia- de las cosas, una explicación extrema y radical de todo objeto o fenómeno.
De modo que, desde la premisa bíblica, con la cual están acordes la filosofía y la biología, el ser humano es esencia y esa esencia viene determinada, en lo que respecta a su condición de hombre o mujer, sin ninguna otra calificación, como cuestiones inalterables, imposibles de variación alguna, aún cuando se adopten cambios físicos o se perciba el ser humano como alguien distinto a lo que en esencia es. La esencia del hombre, léase bien, no puede mutar, no puede cambiar, pues en estricta y profunda paremia, es lo que siempre ha sido y será lo que ya fue: Hombre o Mujer. Ni el tiempo ni el espacio podrán alterar esa esencia.
Las aguas del río a las que se refería Heráclito nunca dejarán de ser aguas y el ser humano nunca dejará de ser eso: un ser humano. Siempre será la especie humana. Aunque nos quieran imponer nuevos paradigmas de concebir al ser humano, estemos claros en que éstos resultan ser falsos y contradictorios a como también es imposible que se puedan sostener ante el Gran Logo: Dios Creador Universal y Autor de todo cuanto nos rodea. ¡Dios bendiga a la Patria!
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