El hambre y la desesperación
- Rómulo Emiliani
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- opinion@epasa.com
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El niño de unos 10 años corría velozmente y se mezclaba entre los transeúntes de la calle y en un barrio muy pobre, de casas de zinc y cartón, logró meterse en una vivienda y allí se escondió. Dos policías logran entrar y en medio de la oscuridad con sus linternas localizan a la creatura muy asustada abrazando a una mujer de unos 35 años que está acostada en una vieja cama. Otros dos niños más pequeños sentados en el suelo observan la escena, en esa humilde colonia, donde la injusta miseria tiene a todos apresados en las mazmorras de los parásitos, piojos, pulmonía, desnutrición y desesperación. Son emigrantes del campo, que no tienen ninguna preparación, que dicen que hacen de todo, pero no saben hacer casi nada que interese en la ciudad. Sacan al niño de la casa y lo registran, y le encuentran una billetera que robó a un señor que vendía helados en las calles. La madre, que está enferma, sale fuera y les dice que son muy pobres, que el niño no es malo y que no tienen qué comer. El niño les cuenta que su papá murió asesinado hace dos años. Que él dejó la escuela hace poco porque mamá cayó enferma y no tienen alimentos. Que no consigue empleo. La gente pobre, los vecinos, se van acercando y rodean a los dos policías y les dicen que no permitirán que se lleven al niño. Y la creatura les dice que esa noche se iban a acostar a dormir sin comer nada, y que su mamá está enferma, y debe comprarle medicinas.
A todo eso llega un patrulla y se bajan dos policías más y, el sargento, al ver el cuadro dramático y a los vecinos nerviosos les dice a los subalternos que se llevarían la billetera dejando al niño y buscando a la víctima del robo para devolverla. Pero a la media hora vuelve y deja unas provisiones, pudiendo todos esa noche comer algo antes de irse a dormir.
A los dos días de este incidente, el sargento y su familia van a misa en la parroquia donde residen. El policía le pide al padre hablar con él a solas. El sargento le cuenta todo el suceso y que no ha dejado de pensar en ese niño y la familia. El padre promete visitar a esa familia, y el lunes con tres personas de la Pastoral Social parroquial van a ese barrio. Cuando el sacerdote entró en la casita se encontró a la señora escupiendo sangre y temblando sudorosa e inmediatamente la llevó al hospital. Los tres niños fueron hospedados donde una familia de la parroquia. Se organizaron bien los fieles y con la dirección del padre reconstruyeron la casita y asignaron provisiones suficientes por una temporada. El niño volvió a la escuela y cuando la madre se curó, empezó a trabajar en la misma casa donde se habían hospedado los niños. Este es el drama del hambre, provocada por la injusticia social, por la corrupción y la indiferencia de los que nos llamamos buenos. Cuando la economía se olvida del ser humano y del bien común, el hombre se convierte en el lobo del hombre. Tenemos que ser más sensibles y ver la realidad como es y preguntarnos qué más podemos hacer por los pobres, en quienes está Cristo y con quien somos invencibles.
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